Día 14 - Techo del Edificio, 11:47 PM
Arturo descubrió el techo por accidente durante su segunda semana cuando intentaba encontrar dónde el edificio almacenaba su esperanza de vivir (spoiler: no la almacenaba en ningún lado). La puerta estaba marcada "PROHIBIDO EL ACCESO - SOLO MANTENIMIENTO", pero el candado estaba roto desde aproximadamente 1987 y nadie había considerado prioridad arreglarlo.
El techo era espacio gloriosamente inútil: superficie de alquitrán agrietado, un par de sillas de jardín que habían sobrevivido varios inviernos a través de pura terquedad, y vista panorámica de la parte trasera de otros edificios igualmente deprimentes. Era, en resumen, perfecto.
Especialmente a las 11:47 PM cuando el edificio finalmente se callaba y podías fingir que la ciudad era tuya en lugar de indiferente a tu existencia.
Arturo estaba sentado en una de las sillas supervivientes, bebiendo cerveza barata (dos dólares noventa y nueve la lata, sabor a arrepentimiento carbonatado) cuando escuchó la puerta abrirse detrás de él.
—Sabía que encontraría a alguien aquí—dijo una voz que reconoció: Marco del 3-D—. Puedo oler el autodesprecio mezclado con cerveza barata desde tres pisos abajo.
—¿Cómo sabías que era yo?
—Proceso de eliminación. Danny del 4-B fuma cigarrillos en el techo los jueves. Hoy es martes. Paola sube cuando los niños finalmente duermen pero trae vino, no cerveza. Tú eres el único lo suficientemente nuevo como para pensar que descubriste este lugar—Marco navegó hacia la segunda silla con precisión que solo años de práctica podían lograr, su bastón golpeando patrón familiar contra el alquitrán—. También, pisas pesado. Como alguien cuyo cuerpo no está acostumbrado a trabajo físico. Todavía.
Arturo no había hablado mucho con Marco más allá de saludos en el pasillo y la cena comunitaria. El hombre era presencia constante pero misteriosa—cincuenta y tantos, ciego desde alguna historia militar que nadie mencionaba directamente, viviendo solo en el 3-D con solo un piano vertical que ocasionalmente se escuchaba a través de las paredes tocando jazz que era demasiado bueno para este edificio.
—¿Quieres cerveza?—ofreció Arturo—. Compré paquete de seis. Aparentemente eso es lo que haces cuando tienes veintidós dólares y decisiones cuestionables.
—¿Qué marca?
—Lo que sea que estaba en oferta.
—Entonces definitivamente sí—Marco extendió la mano. Arturo puso lata fría en ella, observando cómo los dedos del hombre se ajustaban automáticamente alrededor del aluminio, verificando orientación de la lengüeta antes de abrirla con satisfacción de ritual familiar—. Ah. Cerveza que sabe a económicamente deprimido. Mi favorita.
—¿Vienes aquí seguido?
—Cada martes y viernes. Los martes porque son peores que los lunes—contrario a la opinión popular, el lunes es simplemente malo. El martes es cuando te das cuenta de que toda la semana será así. Y los viernes porque si sobreviviste la semana, mereces recompensa que no te puedes costear.
—Esa es filosofía sorprendentemente específica.
—Tuve veinte años para perfeccionarla—Marco bebió su cerveza, luego giró su cabeza hacia donde Arturo estaba con la precisión inquietante de alguien que navegaba el mundo por sonido y vibración—. Entonces. Dos semanas. ¿Cómo va el experimento?
Arturo casi escupió su cerveza.
—¿Qué experimento?
—Por favor. Nuevo rico, dale algo de crédito a un ciego. Solo porque no puedo ver no significa que no pueda observar. Tu forma de hablar, tu forma de moverte, la forma en que te sorprendes cuando las cosas cuestan dinero—no estás pobre. Estás jugando a ser pobre. La pregunta es por qué.
No había sentido mentir. Marco claramente ya lo había descubierto.
—Necesitaba saber algo—admitió Arturo—. Sobre personas. Sobre mí. Sobre si alguien me valoraría sin dinero.
—Ah. La clásica búsqueda existencial del rico—pero Marco sonrió al decirlo—. ¿Y? ¿Aprendiste algo o solo confirmaste tus prejuicios?
—Ambos. Ninguno. No estoy seguro todavía.
—Esa es la respuesta más honesta que podrías dar—Marco se acomodó en su silla, que chirrió en protesta—. ¿Puedo decirte algo, nuevo rico? Algo que aprendí hace mucho tiempo en lugar que hacía que este edificio pareciera el Ritz?
—Seguro.
—El dinero no te hizo malo, muchacho. Solo te hizo cobarde.
Las palabras golpearon como golpe físico.
—Explícate.
—Es fácil culpar al dinero por todo. 'Oh, las personas solo me quieren por mi cuenta bancaria. Oh, no puedo encontrar amor real porque soy rico. Oh, woe is me'—la imitación era exagerada pero dolorosamente precisa—. Pero aquí está la verdad: estás usando el dinero como escudo. Como excusa para nunca ser vulnerable realmente. Porque si fallas con dinero, puedes culpar al dinero. Si fallas sin él...
—Entonces es solo yo.
—Exactamente—Marco terminó su cerveza, aplastó la lata con satisfacción de alguien que había perfeccionado el gesto, y la puso cuidadosamente a su lado—. Perdí mi visión hace veintidós años. Mina terrestre en lugar cuyo nombre no puedo pronunciar haciendo trabajo que no puedo discutir para país que mayormente olvidó que existía. Y sabes qué fue lo peor?
—¿Perder tu visión?
—No. Fue que todos asumieron que la ceguera me definía. 'Pobre Marco, no puede ver, tratémoslo como cristal.' Tomó años demostrar que yo era la misma persona con métodos de navegación diferentes. El verdadero desafío nunca fue la oscuridad física. Fue la oscuridad que otros proyectaban sobre mí.
—No estoy seguro de ver la conexión...
—¿No? Nuevo rico, estás haciendo lo mismo pero en reversa. Te estás quitando el dinero pensando que revelará tu 'verdadero yo'. Pero tu verdadero yo no está determinado por tu cuenta bancaria. Está determinado por tus elecciones. Y hasta ahora, has estado eligiendo distancia. Experimentos. Pruebas. En lugar de simplemente arriesgarte con honestidad real.