La pobreza del millonario [rom Com - Concurso]

CAPÍTULO 10: LA MADRE GUERRERA

Día 21 - Lavandería del Sótano, 2:34 PM (Sábado)

La lavandería del edificio era tributo arquitectónico a la desesperación: cuatro lavadoras de las cuales tres funcionaban (tipo de), dos secadoras que alternaban entre "infierno ardiente" y "brisa suave inútil", y un sistema de honor para reservar máquinas que se rompía regularmente cuando alguien decidía que sus toallas eran más importantes que tu ropa interior.

Arturo había aprendido las reglas rápidamente:

  1. Sábado antes de las 3 PM o domingo después de las 8 PM = tiempos aceptables
  2. Nunca, JAMÁS, tocar la ropa de otra persona hasta que el temporizador sonara Y esperaras quince minutos de gracia
  3. Danny del 4-B consideraba la lavadora #2 "su" lavadora y argumentaría sobre esto con convicción religiosa
  4. Paola del 3-C había establecido dominio sobre ambas secadoras los sábados por la tarde porque "tengo dos niños que ensucian setenta prendas diarias, esto no es negociable"

Arturo estaba sentado en silla de plástico—la misma familia de sillas que poblaba el resto del edificio, aparentemente multiplicándose asexualmente—esperando que la lavadora #3 terminara su ciclo. Tenía su laptop abierta (usando WiFi robado del café de la esquina porque internet en el edificio era concepto teórico más que realidad funcional) y estaba supuestamente actualizando su currículum.

En realidad estaba viendo video de YouTube sobre "Cómo Reparar Tubería Goteando" porque el lavabo de su habitación había desarrollado goteo que sonaba como tortura de agua china.

—Ese video no ayudará—dijo voz detrás de él.

Paola entró cargando cesta de ropa que parecía pesar tanto como uno de sus hijos, seguida por Daniel (ocho años, energía infinita) y Camila (cinco años, opiniones sobre todo).

—¿Cómo sabes qué video estoy viendo?

—Porque todos en este edificio eventualmente googlea 'cómo arreglar' seguido de cualquier problema de infraestructura. Y ese video específico es inútil. El tipo usa partes que no están disponibles en ferretería normal—ella depositó la cesta en el suelo con suspiro de alguien que había cargado peso toda la vida—. ¿Tu lavabo está goteando?

—¿Cómo...?

—Paola sabe todo—dijo Daniel con orgullo—. Es su superpoder.

—Mi superpoder es prestar atención—corrigió Paola—. Algo que la mayoría de las personas no hace. Y sí, escuché el goteo cuando pasé por tu puerta ayer. Edificio tiene paredes de papel. Privacidad es ilusión.

—Es inquietante cuánto sabes.

—Prefiero 'impresionante.' Y nuevo rico, cierra la laptop. Te voy a enseñar cómo arreglar esa tubería porque a) no puedes costear plomero, b) el casero definitivamente no mandará uno, y c) ese goteo me está volviendo loca y estás dos puertas abajo.

—No tienes que...

—No te pregunté si pensabas que tenía que hacerlo. Te dije que lo haré. Aprende la diferencia—ella señaló a sus hijos—. Daniel, Camila, lávense las manos. Tocaron todo en el elevador.

—¡El elevador está roto!—protestó Daniel.

—Exactamente. Por eso necesitan lavarse las manos. Dios sabe qué organismos viven en esas escaleras.

Los niños corrieron hacia el lavabo de utilidad en la esquina, inmediatamente comenzando competencia sobre quién podía hacer más burbujas de jabón.

Arturo observó a Paola separar ropa con eficiencia que hablaba de años de práctica. Blancos, colores, delicados (relativamente—nada en este edificio calificaba como realmente delicado). Sus movimientos eran económicos, sin desperdicio. Cada acción servía propósito.

—¿Cuánto tiempo has vivido aquí?—preguntó.

—Seis años. Llegué cuando Daniel tenía dos y estaba embarazada de Camila. Ex-esposo acababa de desaparecer—a Texas, escuché después. O México. Dependiendo de a quién le preguntes. Honestamente no me importa siempre y cuando los cheques de manutención eventualmente aparezcan—cargó blancos en la lavadora con práctica que sugería podía hacerlo dormida—. ¿Qué hay de ti? ¿Cuánto más vas a fingir que esto es permanente?

La pregunta lo agarró desprevenido.

—¿Perdón?

—Nuevo rico, seamos honestos. Ambos sabemos que esto es temporal para ti. La pregunta es cuándo admites que probaste tu punto—o fallaste en probarlo—y regresas a tu vida real.

Arturo no tenía respuesta preparada. Principalmente porque él mismo no la sabía.

—Todavía averiguando eso.

—Mmm—Paola agregó detergente (marca genérica, exactamente la cantidad necesaria—ni un mililitro más porque eso sería desperdicio), cerró la tapa, e insertó monedas con suspiro de alguien odiando la economía de lavandería—. Tres dólares. Tres malditos dólares para lavar ropa. Sabes cuánto es eso para mí?

—¿Veintiséis minutos de trabajo?

Ella lo miró sorprendida.

—Has estado pagando atención. Impresionante. Sí, veintiséis minutos de mi trabajo de mesera, sin contar propinas. Lo cual significa que cada vez que lavo ropa, estoy literalmente pagando media hora de mi vida.

—Eso es... deprimente cuando lo pones así.

—Bienvenido a matemáticas de pobreza. Todo se mide en tiempo de vida—ella se sentó en la silla junto a él, observando a sus hijos ahora jugando algún juego elaborado que involucraba la cesta de ropa vacía siendo nave espacial—. ¿Sabes qué es lo que más odio de ser pobre?

—¿Qué?

—No es no tener dinero. Es el impuesto de tiempo. Personas ricas—perdón, personas con dinero—pagan por conveniencia. Pagas a alguien para lavar tu ropa, cocinar tu comida, limpiar tu casa. Eso te libera horas diarias. Pero nosotros—gesticuló alrededor de la lavandería deprimente—pasamos horas haciendo cosas que podrían subcontratarse si tuviéramos dinero. Lo cual significa menos tiempo para trabajar más. O estudiar. O simplemente existir sin agotamiento.

—Nunca pensé en eso.

—Por supuesto que no. Porque nunca tuviste que hacerlo—pero no era cruel al decirlo, solo factual—. Mira, nuevo rico, no te culpo por nacer con dinero. Lotería de nacimiento. Pero ahora que estás experimentando esto—sin importar tus razones—al menos presta atención. Aprende algo real.



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En el texto hay: romcom

Editado: 13.11.2025

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