Día 35 - Sede Corporativa Grupo Gómez, 7:47 AM (Lunes, Primer Día)
El edificio Grupo Gómez era obscenidad arquitectónica disfrazada de progreso: cincuenta y dos pisos de vidrio y acero que reflejaban el sol matutino como espejo gigante diciendo "mírame, soy importante." Arturo había pasado frente a él docenas de veces en su vida anterior sin realmente verlo—solo otro rascacielos en distrito financiero lleno de rascacielos. Ahora, parado en la acera a las 7:47 AM con estómago retorciéndose, el edificio se sentía como catedral dedicada a un dios que no estaba seguro de creer.
La entrada principal era teatro puro: puertas giratorias de vidrio que se movían con silencio imposible (probablemente costaban más que ingreso anual de Paola), lobby con techo de triple altura donde luz natural se filtraba a través de claraboyas estratégicamente colocadas, y piso de mármol italiano tan pulido que podías ver tu reflejo—lo cual significaba que Arturo podía ver su propia ansiedad reflejada de vuelta mientras cruzaba hacia los torniquetes de seguridad.
El sistema de seguridad era lo que esperarías de conglomerado multimillonario: torniquetes que requerían tarjeta de acceso escaneada mientras guardia detrás de escritorio de vidrio monitoreaba tres pantallas mostrando cada ángulo del lobby. No había forma de entrar sin ser visto, registrado, rastreado. Era seguridad, sí, pero también era recordatorio: estás siendo observado. Comportate.
Arturo escaneó la tarjeta de acceso temporal que Ricardo le había entregado el día anterior (con advertencia de "no la pierdas, reemplazos cuestan doscientos dólares"). Torniquete se abrió con beep suave. Guardia—hombre en sus cincuenta con placa que decía "MARTÍNEZ"—asintió profesionalmente.
—Señor Vega. Primer día. Piso cuarenta y ocho. Elevadores ejecutivos al fondo a la derecha. Alguien lo estará esperando.
—Gracias.
—Bienvenido a Grupo Gómez—Martínez sonrió, algo genuino debajo del profesionalismo—. Consejo no solicitado: no use las escaleras. Cincuenta y dos pisos son asesinos y los ejecutivos juzgan a personas que llegan sudando.
Arturo se rió a pesar de los nervios.
—Anotado. Elevadores solamente.
Los elevadores ejecutivos eran exactamente eso—ejecutivos. Separados de los elevadores regulares por división física y, presumiblemente, jerárquica. Panel de acero pulido, botones iluminados con luz azul suave, música instrumental tan sutil que casi no la notabas. El viaje al piso cuarenta y ocho tomó exactamente cuarenta y tres segundos (Arturo contó porque necesitaba algo para enfocar que no fuera pánico creciente) y fue tan suave que apenas sentiste movimiento.
Las puertas se abrieron directamente a suite ejecutiva.
Y fue ahí donde el verdadero teatro comenzaba.
El piso cuarenta y ocho no era simplemente oficinas. Era declaración. Paredes de vidrio en todos lados—no cubículos cerrados sino espacios abiertos donde podías ver docenas de personas trabajando simultáneamente, creando ilusión de transparencia mientras manteniendo jerarquía clara. Los escritorios cerca de las ventanas exteriores pertenecían a ejecutivos senior. Los del centro a managers de nivel medio. Y los cerca del núcleo del edificio—sin vista natural—a asistentes y coordinadores.
Geografía como metáfora de poder.
Pero lo que realmente golpeó a Arturo fue la eficiencia. No era caótico. No había personas corriendo o gritando o visible estrés. Solo... movimiento calibrado. Personas en teléfonos hablando en voces moderadas. Personas en computadoras escribiendo con propósito. Personas caminando entre escritorios con documentos, movimiento deliberado hacia destinos específicos.
Era como observar organismo gigante donde cada célula sabía exactamente su función.
Una mujer apareció del flujo con precisión de misil guiado—treinta y tantos, traje que costaba probablemente tres meses de su renta antigua, cabello en moño perfecto que sugería se levantaba a las 5 AM para lograrlo, y expresión de alguien que había visto docenas de primeros días y ya te estaba categorizando.
—Señor Vega. Soy Patricia Ruiz, asistente ejecutiva senior de la Señorita Gómez—extendió su mano con firmeza que era mitad saludo, mitad prueba de carácter—. Bienvenido a Grupo Gómez. Tenemos exactamente diecisiete minutos antes de su reunión inicial con la Señorita Gómez, así que recorrido será eficiente. ¿Preguntas inmediatas?
—¿Dónde está el baño?
Patricia parpadeó—claramente no la pregunta que esperaba—luego señaló.
—Al final del pasillo, lado izquierdo. Código de acceso es 4789. Cámbienlo mensualmente. Nunca lo compartan con pisos inferiores. Suena elitista porque lo es—su tono sugería que ella personalmente encontraba esto absurdo pero ejecutaba política de todos modos—. ¿Algo más urgente antes de continuar?
—Estoy bien.
—Excelente. Síganme. Y Señor Vega, intente no lucir aterrorizado. Asusta a los empleados junior.
El "recorrido eficiente" fue exactamente eso—Patricia caminando a velocidad que sugería el tiempo era literalmente dinero y Arturo luchando por mantener el paso mientras ella señalaba áreas relevantes:
—Sala de descanso ejecutiva. Café es gratis pero es horrible. Sugiero traer su propio. Sala de conferencias A a través de D, reservadas vía sistema en línea, peleas por horarios son comunes y a veces sangrientas metafóricamente. Oficina del CFO, CAO, CTO—todos los C-algo-Os están en este piso. No los molesten a menos que literalmente sea urgencia de vida o muerte corporativa.
Se detuvieron frente a puerta de vidrio esmerilado con "A. GÓMEZ - CEO" grabado en letras sencillas. Ninguna ostentación. Solo nombre y título.
—Esta es oficina de la Señorita Gómez—Patricia bajó su voz microscopicamente—. Reglas: toque siempre antes de entrar, incluso si ella lo llamó. Si está en llamada, espere afuera hasta que termine. Si dice que tiene cinco minutos, tiene exactamente cinco minutos—no seis, no cuatro y medio, cinco. Es computadora humana sobre tiempo. Y Señor Vega, último consejo antes de entrar.