El despertador de Arturo sonó a las 5:15 AM, arrastrándolo de un sueño inquieto donde Adelina descubría su farsa en medio de una junta directiva y lo señalaba con un dedo acusador mientras todos los ejecutivos se reían. Se sentó en la cama de su apartamento modesto, sudando a pesar del aire fresco de la mañana, y por un momento olvidó quién se suponía que era.
¿Arturo De la Vega, el heredero? ¿Arturo Vega, el hombre caído? ¿O alguien intermedio, atrapado entre identidades como un fantasma que no podía decidir a qué mundo atormentar?
Revisó su teléfono. Un mensaje de Adelina, enviado a las 4:47 AM:
"Buenos días. Cambio de agenda hoy. Reunión con inversionistas japoneses se adelantó a las 7:00 AM (diferencia horaria). Necesito que esté presente para la sección de estrategia de expansión. Nos vemos en la oficina a las 6:30 para preparación. Café incluido. - A.G."
Arturo miró la hora del mensaje de nuevo. 4:47 AM. ¿Cuándo había dormido ella? ¿O simplemente nunca lo hizo?
Se duchó rápidamente, se vistió con uno de los tres trajes que poseía como parte de su identidad "modesta"—gris oscuro, bien cortado pero de una marca accesible, el tipo de traje que un asistente ejecutivo con salario de seis cifras podría permitirse pero que gritaba "ascendiendo" en lugar de "ya llegué." El contraste con su guardarropa real de trajes italianos hechos a medida en su closet de la mansión De la Vega era marcado. Incluso la textura de la tela se sentía diferente, menos suave contra su piel.
A las 5:52 AM estaba en su auto, conduciendo por calles todavía oscuras hacia el distrito financiero. La ciudad en esta hora era diferente: camiones de basura, trabajadores de limpieza, personal de servicios que mantenía la ciudad funcionando mientras la mayoría dormía. Arturo nunca había visto este horario antes, no realmente. En su vida anterior, si estaba despierto a esta hora era porque todavía no se había acostado después de una fiesta.
Llegó al edificio de GRUPO GÓMEZ a las 6:22 AM. El estacionamiento estaba casi vacío, apenas media docena de autos en un espacio diseñado para trescientos. Reconoció el sedán negro de Adelina inmediatamente—siempre estacionado en el mismo lugar, no en el espacio reservado para CEO más cerca de la entrada, sino en uno estándar. "No necesito símbolos de estatus superficiales," le había dicho una vez cuando él preguntó al respecto. "Mi autoridad viene de decisiones, no de dónde estaciono."
El elevador estaba silencioso, casi espeluznante sin la multitud usual. Arturo observó los números subir: 5... 10... 15... 20... 25... 30... 32. Cuando las puertas se abrieron, el piso ejecutivo estaba iluminado pero vacío. Sus pasos hacían eco en el pasillo de mármol.
La puerta de la oficina de Adelina estaba abierta. Desde el pasillo, Arturo podía verla ya en su escritorio, tres pantallas encendidas simultáneamente, una taza de café en una mano y un teléfono en la otra. Llevaba puesto el mismo tipo de traje sastre que siempre usaba—este era azul marino, casi negro—y su cabello ya estaba perfectamente recogido en su moño característico. Maquillaje aplicado con precisión para ocultar lo que Arturo sospechaba eran ojeras significativas.
Ella lo vio y gesticuló para que entrara sin interrumpir su llamada telefónica.
—Sí, señor Nakamura, entiendo la preocupación. Pero nuestros números del tercer trimestre demuestran que la inversión en infraestructura local rinde beneficios a largo plazo que compensan los costos iniciales más altos... —Hablaba en japonés, fluido y sin acento aparente. Arturo sabía que ella dominaba cinco idiomas, pero escucharla en acción era diferente a saberlo en abstracto.
Mientras Adelina continuaba la llamada, Arturo notó la mesa lateral junto a la ventana: una jarra térmica de café, dos tazas limpias, y una caja de pastelería de una panadería cara que Arturo reconoció. También había un sobre manila con su nombre escrito en la caligrafía de Adelina.
Se sirvió café—negro, como lo había aprendido a tomar durante su tiempo en el edificio decrépito con Marco, quien decía que "solo los débiles necesitan azúcar para enfrentar la realidad"—y abrió el sobre. Dentro había un resumen detallado de los inversionistas japoneses: sus historias, preferencias de comunicación, preocupaciones probables, puntos de presión. Adelina había preparado esto para él, probablemente en algún momento entre las 4:47 AM cuando envió el mensaje y ahora.
¿Cuándo dormía esta mujer?
Adelina terminó la llamada, dejó el teléfono con un suspiro casi imperceptible, y se volteó hacia él con una sonrisa profesional que no alcanzaba completamente sus ojos.
—Buenos días, Arturo. Gracias por venir tan temprano.
—Buenos días. —Levantó el sobre—. Esto es increíblemente completo.
—Los detalles importan, especialmente con inversionistas japoneses. Valoran la preparación meticulosa. —Tomó uno de los pasteles—un croissant simple—y le dio un mordisco mientras simultáneamente abría un nuevo documento en su pantalla—. Tenemos cincuenta minutos antes de que conecte la videoconferencia. Necesito que esté al día con tres cosas.
Lo que siguió fue un torbellino de información: proyecciones financieras actualizadas, cambios recientes en regulaciones de comercio internacional que afectaban sus operaciones en Asia, y un análisis competitivo de dos rivales que también estaban cortejando a los mismos inversionistas. Adelina hablaba rápido pero claro, saltando entre pantallas, referenciando documentos por número de página de memoria, construyendo un caso complejo capa por capa.
Arturo tomaba notas frenéticamente, su cerebro esforzándose por seguir el ritmo. No era que fuera estúpido—su educación en las mejores escuelas de negocios del mundo lo había preparado bien—pero Adelina operaba en una frecuencia diferente. Era como observar a un gran maestro de ajedrez visualizando varias jugadas adelante en múltiples partidas simultáneas.