Arturo estaba de pie en la sala de control, mirando los archivos que acababa de mover a la carpeta "ARCHIVADO—NO USAR", cuando escuchó pasos detrás de él. Se volvió bruscamente, cerrando instintivamente la laptop, y se encontró con Adelina parada en el umbral de la pequeña sala oscura.
—Aquí estás. —Su voz tenía ese tono de alivio mezclado con exasperación que usaba cuando lo encontraba escondido en lugares inesperados—. Patricia me dijo que te vio entrar aquí hace veinte minutos. El evento está por terminar y necesito que verifiques...
Se detuvo, ojos ajustándose a la poca luz, notando la postura tensa de Arturo, la forma en que había cerrado la laptop con movimiento casi culpable.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué pareces como si te hubiera atrapado en algo?
—Nada. Solo... verificando sistemas técnicos. —La mentira sonaba hueca incluso para sus propios oídos.
Adelina entró completamente a la sala, cerró la puerta detrás de ella. En el espacio confinado, con solo la luz de monitores proporcionando iluminación tenue, la atmósfera se volvió inmediatamente más íntima e incómoda.
—Arturo, has estado actuando extraño toda la noche. Todo el mes, en realidad. Y ese discurso que diste—sobre venganza siendo carga, sobre perdón, sobre segundas oportunidades—no fue el que ensayamos. —Se cruzó de brazos—. ¿Qué está pasando realmente?
—Te lo diré mañana. Lo prometí. 7 AM.
—Quiero saber ahora. —No era pedido. Era orden directa de CEO acostumbrada a obtener respuestas cuando las requería—. ¿Qué estabas haciendo en esta laptop?
Arturo miró la computadora cerrada, luego de vuelta a Adelina. Podía continuar mintiendo. Mantener los secretos unas horas más hasta la confesión planeada.
O podía, en este momento, en esta sala oscura donde nadie más podía escuchar, decirle al menos una verdad.
La segunda opción ganó. Tal vez porque estaba exhausto de mentiras. O tal vez porque parte de él quería ser detenido antes de cometer error que ya había decidido no cometer.
—Ábrela. —Gesticuló hacia la laptop—. Ve tú misma.
Adelina dudó, claramente no esperando esa respuesta. Lentamente, se acercó a la mesa, abrió la laptop. La pantalla se iluminó, mostrando desktop con carpeta prominentemente etiquetada "ARCHIVADO—NO USAR."
Su mano flotó sobre trackpad, miró a Arturo buscando permiso.
—Adelante.
Abrió la carpeta. Cuatro archivos:
VALENTINA_EXPOSICIÓN_FINAL.pptx
ISABELLA_EVIDENCIA_COMPLETA.pptx
LUCÍA_TRAICIÓN_DOCUMENTADA.pptx
ADRIANA_LA_PEOR.pptx
Adelina abrió uno al azar—el de Isabella. Diapositiva tras diapositiva de screenshots de mensajes, videos marcados con timestamps, análisis detallado de cada interacción. Título en la primera diapositiva: "La Verdad Sobre Isabella Ramos: Cuando 'Honestidad' es Solo Otra Palabra para Crueldad."
Cerró ese archivo, abrió el de Valentina. Más de lo mismo—documentación exhaustiva, evidencia cuidadosamente curada, narrativa diseñada para destruir.
No dijo nada mientras pasaba por todos los archivos. Solo observó en silencio, rostro iluminado por luz azulada de la pantalla, expresión transformándose gradualmente de confusión a comprensión a algo que Arturo no podía identificar completamente.
Cuando finalmente cerró la laptop y se volvió hacia él, su voz era peligrosamente tranquila:
—¿Qué es esto?
—Es... era... mi plan de venganza. —Las palabras salieron más fácil de lo esperado, tal vez porque ya había confesado a Adriana, a Marco, a Ricardo—. Contra las mujeres que me abandonaron cuando pensé que había perdido todo. Las invité a esta gala específicamente para exponerlas públicamente. Para mostrar a todos exactamente quiénes eran. Para humillarlas como me humillaron.
—¿Esta gala entera? ¿'Segundas Oportunidades: Apoyando Emprendedores Resilientes'? ¿Fue solo... pretexto para venganza personal?
—Al principio, sí. Lo planeé hace casi un año. Usé contactos de GRUPO GÓMEZ, tu nombre, tu reputación, para asegurar que vinieran. Para darle legitimidad. —Arturo se frotó la cara—. Iba a esperar hasta final del evento, tomar micrófono durante 'reflexiones sobre resiliencia,' y proyectar toda la evidencia en esas pantallas gigantes donde nadie pudiera evitar verla.
El silencio que siguió fue denso como cemento.
—¿Y yo? —La voz de Adelina estaba controlada con esfuerzo visible—. ¿Dónde encajaba yo en esto? ¿Era cómplice inconsciente en tu... qué? ¿Teatro de crueldad personal?
—No lo sabías. Nunca lo sabrías. Solo... usé recursos y plataforma que me diste acceso para ejecutar plan que había estado construyendo antes de conocerte.
—Oh, bueno, eso me hace sentir mucho mejor. —Sarcasmo cortaba como vidrio—. Solo usaste mi nombre, mi compañía, mi reputación, para facilitar humillación pública de cuatro mujeres. Sin mi conocimiento o consentimiento. ¿Qué tan amablemente criminal de tu parte?
—Tienes todo el derecho de estar enojada—
—¿Enojada? —Adelina rió sin humor—. Arturo, estoy más allá de enojada. Estoy... no sé ni qué estoy. ¿Horrorizada? ¿Traicionada? ¿Repugnada? —Gesticuló hacia la laptop—. ¿Quién eres? Porque el hombre que pensé que conocía, el que habla sobre integridad y principios, el que me recordó que empleados son personas no recursos—ese hombre no pasaría año entero planeando destruir públicamente a cuatro mujeres.
—No soy ese hombre. O soy ambos. No sé. —Arturo se dejó caer contra pared—. Pero para lo que vale, no lo hice. No ejecuté el plan. Los archivos están archivados. Las presentaciones nunca se mostraron. Las cuatro mujeres están abajo en la gala, completamente ajenas a lo cerca que estuvieron.
—¿Y se supone que debo aplaudirte por no ser monstruo? ¿Por elegir no hacer cosa terrible que nunca deberías haber planeado de inicio?
—No. No espero aplausos. Solo... pensé que debías saber. Que este evento que parece tan exitoso, tan alineado con valores de GRUPO GÓMEZ, estaba originalmente diseñado para propósito completamente diferente.
Editado: 26.11.2025