El apartamento de Arturo se sentía más pequeño esa noche, como si las paredes se hubieran contraído mientras estaba en el trabajo. Eran las 9:47 PM del viernes. Tenía doce horas hasta la confesión.
Doce horas hasta que su mundo—tal como lo conocía—terminara.
Se sirvió whisky, luego lo miró durante largo momento antes de verterlo por el fregadero. Necesitaba estar completamente sobrio para esto. Completamente presente. Sin anestesia, sin escape, sin manera de más tarde culpar a alcohol por cobardía o palabras mal elegidas.
Solo él y la verdad, finalmente enfrentándose.
Se sentó en su escritorio, abrió laptop, creó nuevo documento. Lo tituló simplemente: "CONFESIÓN - ADELINA."
Sus dedos flotaron sobre el teclado.
¿Cómo empezabas? ¿Cómo confesabas que habías pasado casi un año completo mintiéndole a alguien sobre tu identidad fundamental?
La verdad era que no importaba cómo lo dijera. Las palabras serían cuchillos. El dolor sería inevitable. La destrucción de cualquier cosa que hubieran construido juntos sería completa.
Pero tenía que hacerlo de todas formas.
Su teléfono estaba en la mesa junto a laptop. Lo recogió, encontró contacto de Ricardo, presionó llamar antes de que pudiera convencerse de lo contrario.
Ricardo contestó en segundo ring.
—Arturo. No esperaba escuchar de ti esta noche. ¿Qué pasó?
—Voy a decirle la verdad. Mañana. 10 AM. Su apartamento.
Silencio. Luego:
—Gracias a Dios. Finalmente. —Ricardo sonaba genuinamente aliviado—. ¿Estás seguro? ¿No vas a cancelar otra vez?
—Estoy seguro. Ya no puedo vivir con esto. Me está matando desde adentro.
—¿Qué necesitas de mí?
—Estar listo para consecuencias legales. Si decide demandar, contratar investigador, lo que sea—necesito que estés preparado para manejar.
—Ya lo estoy. He tenido documentación lista durante meses por si acaso. —Ricardo pausó—. Arturo, ¿cómo te sientes?
—Aterrado. Aliviado. Náuseas. Todo al mismo tiempo.
—Eso es normal. Esto es probablemente la cosa más difícil que has hecho.
—¿Más difícil que diseñar experimento completo? ¿Que vivir mentira durante año?
—Mucho más difícil. Porque decir verdad requiere coraje real. Mentir solo requiere... creatividad y falta de ética. —Ricardo rió sin humor—. Pero estás haciendo lo correcto finalmente. Eso cuenta.
—¿Cuenta suficiente?
—Para ti, sí. Para ella, no lo sé. Pero al menos le darás chance de decidir basada en verdad completa.
—Voy a perderla.
—Probablemente. —Ricardo no ofreció falso consuelo—. Pero Arturo, ya la perdiste. Lo que tienes ahora no es real. Es fantasía construida sobre engaño. Mejor perderla honestamente que mantenerla deshonestamente.
—Suenas como Marco.
—Marco es hombre sabio. Deberías escucharlo más. —Sonido de papeles moviéndose al otro lado de línea—. ¿Quieres que esté ahí? En apartamento cercano, esperando por si acaso necesitas apoyo después?
Arturo consideró.
—No. Esto tengo que hacerlo solo. Pero gracias.
—Llámame después. No importa hora. Voy a estar preocupado hasta que sepa que saliste vivo del otro lado.
—Lo haré. Y Ricardo—gracias. Por todo. Por ayudar con experimento original incluso cuando sabías que era mala idea. Por advertirme repetidamente. Por no abandonarme cuando merecías hacerlo.
—Somos amigos desde que teníamos diez años. No te abandono ahora. Aunque seas idiota masivo. —Tono de Ricardo se suavizó—. Buena suerte mañana. Vas a necesitarla.
—Lo sé.
Colgaron.
Arturo dejó teléfono en mesa, miró documento de confesión en pantalla.
Los puntos clave estaban ahí. Pero no capturaban... todo. No capturaban viaje emocional, transformación que había experimentado, complejidad de sentimientos que no sabía cómo articular.
Cerró ese documento, abrió nuevo.
Y comenzó a escribir—no puntos de conversación, sino memoria. Revisitando momentos clave que lo habían traído a este punto.
MEMORIA #1: La Madre Muriendo
Tenía quince años. Hospital privado con habitaciones que parecían suites de hotel. Mejor atención médica que dinero podía comprar.
No importó.
Mamá estaba muriendo de todas formas—cáncer que se había metastatizado antes de que alguien lo notara, demasiado agresivo para detener incluso con tratamientos más avanzados.
Su última conversación conmigo:
"Arturo, mi amor, nunca olvides: el mundo te dirá que tu valor está en apellido De la Vega. En dinero. En poder. Pero tu verdadero valor está en tu corazón. En cómo tratas a personas que no pueden darte nada a cambio."
Murió tres días después.
Papá organizó funeral elaborado—quinientas personas, la mayoría extraños o asociados de negocios. Solo puñado realmente la conocía.
Tía Patricia fue única que me sostuvo mientras lloraba.
Papá dijo: "Los De la Vega no lloran en público. Muestra debilidad."
Aprendí a no llorar. Aprendí a no ser débil.
Aprendí, eventualmente, a no sentir mucho de nada.
Amor incondicional murió con ella. O eso creí durante quince años.
MEMORIA #2: La Pregunta se Forma
Veintiocho años. Relación con modelo cuyo nombre no recuerdo ahora. Tercera o cuarta desde universidad.
Discutíamos sobre algo—probablemente mi trabajo consumiendo demasiado tiempo. Ella dijo:
"Si no fueras Arturo De la Vega, ni siquiera estaría aquí. Seamos honestos."
Terminamos esa noche.
Pero pregunta se quedó: ¿Alguien estaría aquí si no fuera Arturo De la Vega?
Comenzó como curiosidad intelectual. Se convirtió en obsesión.
Cada mujer que salía conmigo después—observaba. Analizaba. ¿Cómo me trataba cuando gastaba dinero versus cuando no lo hacía? ¿Su afecto aumentaba cuando mencionaba herencia? ¿Disminuía cuando estaba ocupado y menos disponible?
Editado: 26.11.2025