La pobreza del millonario [rom Com - Concurso]

CAPÍTULO 33: Regreso al Palacio

La mansión De la Vega se alzaba imponente al final de una avenida arbolada en el distrito más exclusivo de la ciudad. Tres pisos de arquitectura neoclásica, columnas de mármol, jardines diseñados por un paisajista europeo cuyo nombre Arturo ni siquiera recordaba. Había crecido aquí, entre estos muros que ahora se sentían más como los de un mausoleo que los de un hogar.

El taxi se detuvo frente a las rejas de hierro forjado. Arturo pagó—un hábito adquirido durante su año de "pobreza"—y esperó a que el conductor abriera el maletero. Su única posesión era la misma caja de cartón que había sacado de su oficina en GRUPO GÓMEZ tres días atrás. Tres días que había pasado en su apartamento modesto, mirando el techo, sin comer más que lo necesario, evitando las llamadas cada vez más insistentes de su familia.

Pero no podía esconderse para siempre.

Las rejas se abrieron automáticamente cuando se acercó, reconociendo su huella digital. Por supuesto. Nunca lo habían eliminado del sistema de seguridad. Todo había sido teatro. Elaborado, costoso, convincente, pero teatro al fin.

Caminó por el sendero de piedra hacia la entrada principal, sus pasos resonando en el silencio de la tarde. Los jardines estaban impecables como siempre, cada arbusto perfectamente podado, cada flor en su lugar designado. Nada crecía salvaje aquí. Todo estaba controlado, contenido, domesticado.

Como se suponía que él debía estar.

La puerta principal se abrió antes de que pudiera tocar el timbre. Gustavo, el mayordomo que había servido a la familia durante treinta años, lo recibió con una sonrisa de alivio genuino.

—Señor Arturo, qué alegría verlo de vuelta en casa.

¿Casa? La palabra se sentía extraña, casi obscena. Este lugar nunca había sido un hogar, no realmente. Solo una dirección elegante, un símbolo de estatus, un escenario donde la familia De la Vega actuaba su papel de dinastía empresarial impecable.

—Hola, Gustavo —logró decir Arturo, forzando algo parecido a una sonrisa.

—Su familia lo está esperando en la sala principal —informó Gustavo, tomando la caja de sus manos con discreción profesional, sin hacer comentarios sobre lo patético que era que toda su vida reciente cupiera en un recipiente tan pequeño.

Arturo asintió y atravesó el vestíbulo de mármol. Sus zapatos—los mismos zapatos baratos que había usado durante meses—se sentían inadecuados contra el piso pulido. Todo en él se sentía inadecuado aquí. Como si hubiera olvidado cómo habitar este mundo de lujo silencioso.

La sala principal era exactamente como la recordaba. Techos altos con molduras elaboradas, candelabros de cristal, muebles antiguos que costaban más que lo que la mayoría de las personas ganaban en un año. Y allí, esperándolo como un comité de bienvenida, estaba su familia.

Su padre, Rodrigo De la Vega, sentado en su sillón favorito con un whisky en la mano, la postura rígida que nunca se relajaba completamente. Su tía Patricia, hermana menor de su padre, impecablemente vestida como siempre, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos calculadores. Su primo Carlos, el CFO oficial de las empresas familiares, reclinado con esa confianza casual que solo el privilegio nunca cuestionado puede producir.

Y su tío Fernando, el que había interpretado el papel del acusador en el colapso fingido, tomando un martini como si no hubiera participado en una de las mentiras más elaboradas de la historia familiar reciente.

—¡Arturo! —La voz de Patricia cortó el aire como un cuchillo envuelto en terciopelo—. ¡Finalmente! Estábamos empezando a preocuparnos de que hubieras decidido quedarte en ese... apartamento.

La forma en que dijo "apartamento" dejaba claro lo que pensaba del lugar.

—Siéntate, hijo —ordenó su padre, señalando el sofá frente a él—. Tenemos mucho de qué hablar.

Arturo se sentó, sintiéndose como un niño llamado al despacho del director. Algunos patrones nunca cambiaban, sin importar cuánto tiempo pasara o qué experiencias acumulara.

—Bueno, finalmente terminó la farsa —declaró Patricia con satisfacción, levantando su copa de champagne como si estuvieran celebrando algo—. Tengo que admitir, Arturo, fue brillante mientras duró. Los medios todavía están hablando del 'escándalo De la Vega'. Aunque ahora, por supuesto, podemos controlar la narrativa, revelar que todo fue un malentendido...

—No —interrumpió Arturo.

Patricia parpadeó, desconcertada por la interrupción.

—¿Perdón?

—No vamos a revelar nada —dijo Arturo, su voz sonando hueca incluso a sus propios oídos—. La historia se queda como está.

—No seas ridículo —intervino Carlos, incorporándose—. Tu reputación, la reputación de la familia...

—Se recuperará con el tiempo —cortó Arturo—. O no. Francamente, no me importa.

Un silencio incómodo cayó sobre la sala. Rodrigo estudió a su hijo con ojos entrecerrados, tomando un sorbo lento de su whisky.

—Estás diferente —observó finalmente.

—Sí —admitió Arturo—. Lo estoy.

—Bueno, sea como sea —Patricia retomó el control de la conversación con su energía característica—, ¡lograste tu objetivo! Encontraste tu respuesta. Las mujeres son superficiales, el dinero es lo único que importa, etcétera, etcétera. Ahora puedes volver a la vida real, más sabio y, espero, un poco más cuidadoso con tus selecciones románticas.

Arturo la miró, esta mujer que había ayudado a criar después de la muerte de su madre, que había sido cómplice entusiasta de su experimento, que incluso ahora no veía nada problemático en lo que habían hecho.

—No logré ningún objetivo —dijo lentamente.

Patricia frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir? Probaste tu punto. Las mujeres te abandonaron cuando perdiste el dinero. Eso es exactamente lo que querías demostrar.

—No probé ningún punto útil —la corrigió Arturo, sintiendo la verdad de las palabras mientras las decía—. Solo demostré mi propia cobardía ante la vulnerabilidad real.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 26.11.2025

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