La pobreza del millonario [rom Com - Concurso]

CAPÍTULO 34: La Doctora Torres

El consultorio estaba en un edificio discreto de la zona profesional, lejos tanto del distrito financiero como de los barrios marginales donde Arturo había fingido vivir. Era un espacio intermedio, neutral, diseñado deliberadamente para no intimidar ni impresionar. Exactamente el tipo de lugar que Arturo habría ignorado completamente en su vida anterior.

La sala de espera era pequeña pero acogedora. Paredes en tonos tierra, iluminación suave, plantas reales—no las decorativas perfectas de los lobbies corporativos, sino plantas que alguien claramente regaba y cuidaba. Había revistas sobre salud mental apiladas en una mesa de centro, junto a una jarra de agua y vasos de vidrio.

Arturo se sentó en uno de los sillones y verificó la hora en su teléfono. Tres minutos antes de las cuatro. Había llegado quince minutos temprano, incapaz de quedarse un segundo más en la mansión familiar. Los últimos siete días habían sido un ejercicio de aislamiento autoimpuesto: comidas tomadas en su habitación, llamadas ignoradas, invitaciones rechazadas.

Su familia lo trataba con una mezcla de preocupación y exasperación, como si su depresión fuera un capricho incomprensible que eventualmente superaría. "Dale tiempo", había escuchado a Patricia decirle a su padre. "Es solo el shock de volver a la normalidad".

Pero esto no era shock. Era algo mucho más profundo, más fundamental. Era el colapso de todas las estructuras mentales que había usado para navegar el mundo durante más de tres décadas.

La puerta interior se abrió exactamente a las cuatro.

—¿Arturo De la Vega?

La mujer que apareció en el umbral tenía alrededor de cincuenta años, cabello gris recogido en un moño práctico, lentes de montura delgada, y una expresión que comunicaba profesionalismo sin frialdad. Vestía un suéter de lana sobre pantalones simples—ropa que claramente priorizaba la comodidad sobre la impresión.

—Soy la Doctora Helena Torres. Adelante, por favor.

Su voz era cálida pero firme, el tipo de voz que Arturo imaginaba podría ser igualmente efectiva calmando a un paciente en crisis o confrontando a uno en negación.

Arturo se levantó y la siguió al interior del consultorio. El espacio era más grande de lo que esperaba, con una ventana que daba a un pequeño jardín interior. Dos sillones se enfrentaban en ángulo, con una mesita entre ellos. No había escritorio—nada que creara una barrera de autoridad entre terapeuta y paciente.

—Siéntese donde se sienta más cómodo —indicó la Dra. Torres, señalando ambos sillones.

Arturo eligió el que estaba más cerca de la ventana, aunque no estaba seguro de por qué. Tal vez porque ofrecía una escapatoria visual si la conversación se volvía demasiado intensa.

La Dra. Torres se acomodó en el otro sillón con una tableta en su regazo. Observó a Arturo durante un momento—no de forma intrusiva, sino evaluativa—antes de hablar.

—En nuestra conversación telefónica mencionó que fue referido por Adelina Gómez, aunque no en capacidad profesional. ¿Es correcto?

—Sí —respondió Arturo, su voz sonando más ronca de lo esperado. Se aclaró la garganta—. Ella... sugirió que necesitaba ayuda profesional. Después de que le confesé algo... significativo.

—Entiendo. —La Dra. Torres hizo una anotación—. Antes de comenzar, necesito explicar cómo funciona esto. Todo lo que diga aquí es confidencial, con tres excepciones: si representa un peligro inmediato para usted mismo, para otros, o si revela abuso infantil en curso. ¿Alguna de estas situaciones aplica?

—No —dijo Arturo inmediatamente.

—Bien. Esta primera sesión es exploratoria. Mi objetivo es escuchar su historia, entender qué lo trae aquí, y determinar si puedo ayudarlo o si necesita ser referido a un especialista diferente. No estoy aquí para juzgarlo, pero tampoco para validar comportamientos dañinos. Mi trabajo es ayudarlo a ver con claridad, y a veces eso significa decir cosas que no quiere escuchar. ¿Puede trabajar con eso?

Arturo asintió, sintiendo algo parecido al alivio. Honestidad sin complacencia. Exactamente lo que Adelina le había dado. Exactamente lo que necesitaba.

—Entonces —la Dra. Torres se recostó en su sillón, tableta lista—, cuénteme su historia. Desde donde sienta que necesita comenzar.

Arturo respiró profundamente. Y comenzó.

Habló durante casi cuarenta minutos sin parar. Le contó sobre su madre, la única persona que lo había amado sin condiciones, su muerte cuando él tenía quince años. Le contó sobre su padre, sobre una relación construida enteramente en expectativas y decepción. Le contó sobre crecer rico, sobre el aislamiento que venía con el privilegio extremo, sobre nunca saber si las personas querían conocerlo o conocer su cuenta bancaria.

Le contó sobre la pregunta obsesiva que había dominado su vida adulta: "¿Me querrían sin el dinero?" Le contó sobre el experimento, sobre la farsa elaborada, sobre Valentina, Isabella, Lucía, Adriana. Sobre cómo todas lo habían "abandonado" y cómo él había convertido ese abandono en evidencia de que todas las mujeres eran superficiales.

Le contó sobre Marco y Sofía, sobre vivir en pobreza fingida, sobre lecciones no solicitadas que lo habían transformado de formas que no anticipó. Le contó sobre Adelina, sobre enamorarse de ella mientras le mentía, sobre el plan de venganza que nunca ejecutó, sobre la confesión devastadora y sus consecuencias.

La Dra. Torres escuchó todo sin interrumpir, tomando notas ocasionales, su expresión manteniéndose neutral pero atenta. No había shock en su rostro, ni disgusto, ni condena. Solo la atención profesional de alguien que había escuchado muchas historias difíciles y sabía que el juicio no servía a nadie.

Cuando Arturo finalmente terminó, su voz se había reducido a poco más que un susurro ronco. Se sentía vaciado, expuesto, vulnerable de una forma que nunca había permitido con nadie excepto tal vez con Adelina esa noche en su oficina.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 26.11.2025

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