La pobreza del millonario [rom Com - Concurso]

CAPÍTULO 35: Desempacando el Trauma

Sesión 3 - Semana 2

La carta descansaba sobre la mesita entre los dos sillones, tres páginas escritas a mano en tinta azul que había manchado el papel en varios lugares donde las lágrimas habían caído. Arturo no podía mirarla directamente. Cada vez que sus ojos se desviaban hacia el papel, sentía un nudo apretarse en su garganta.

—¿Quiere leerla en voz alta o prefiere que la lea yo? —preguntó la Dra. Torres, su voz neutra pero no sin compasión.

—Yo la leeré —dijo Arturo, aunque su voz temblaba.

Había escrito la carta en medio de la noche, dos días después de su primera sesión. Incapaz de dormir, se había sentado en el escritorio de su habitación con una pluma que había encontrado en el cajón—una de las plumas caras que su padre regalaba como obsequios corporativos—y había comenzado a escribir.

"Mamá..."

Las primeras palabras habían abierto un dique. Tres horas después, con la mano acalambrada y el rostro hinchado de tanto llorar, había terminado.

Ahora, sentado frente a la Dra. Torres, tomó las páginas con manos temblorosas y comenzó a leer.

"Mamá,

Han pasado quince años desde que te fuiste y todavía no sé cómo perdonarte por dejarme. Sé que eso suena horrible. Sé que no elegiste morir, que el cáncer no fue tu culpa, que hiciste todo lo que pudiste para quedarte. Pero tenía quince años, mamá. Quince. Y me dejaste con él.

Con papá, que nunca supo cómo amarme de la forma que tú lo hacías. Que me enseñó que el amor es algo que tienes que ganar, algo que se da solo si produces resultados, si cumples expectativas, si nunca muestras debilidad.

'Los De la Vega no lloran en público', me dijo en tu funeral. Así que no lloré. No frente a él, no frente a la familia, no frente a nadie. Guardé todo ese dolor dentro hasta que se pudrió y se convirtió en algo feo, algo que envenenó cada relación que intenté tener después.

Y te odié por eso. Te odié por morirte. Te odié por dejarme solo. Te odié por ser la única persona que me amó sin condiciones y luego quitarme ese amor cuando más lo necesitaba.

Pero también te extrañé. Dios, mamá, te extrañé tanto que me dolía físicamente. Cada cumpleaños, cada graduación, cada momento importante de mi vida, tu ausencia era como un agujero negro succionando toda la alegría..."

La voz de Arturo se quebró. Se detuvo, respirando profundamente, limpiándose los ojos con el dorso de la mano.

—Tómese su tiempo —dijo la Dra. Torres.

Arturo asintió y continuó, su voz ronca pero determinada.

"...Y ahora me doy cuenta de que pasé los últimos quince años buscándote en cada mujer que conocí. Buscando ese amor incondicional que me diste. Buscando a alguien que me amara simplemente por existir, sin importar qué.

Pero ese tipo de amor solo existe entre padres e hijos, ¿verdad? No entre adultos. Y yo... yo convertí esa búsqueda imposible en una misión. Diseñé experimentos para probar que nadie podría amarme como tú lo hiciste. Y por supuesto que nadie pudo. Porque nadie es tú. Porque ya no tengo quince años. Porque ese amor que compartimos fue hermoso y real pero también terminó, como todo lo hermoso eventualmente termina.

Necesito dejarte ir, mamá. Necesito dejar de usar tu muerte como excusa para no arriesgarme a amar de verdad. Necesito aceptar que el amor adulto no es como el amor que tú me diste, y eso está bien. Es diferente, no inferior. Condicional pero no menos valioso.

Te amaré siempre. Pero necesito dejar de vivir como si tu ausencia fuera el evento central de mi vida. Necesito construir algo nuevo, algo que no esté definido por pérdida sino por elección.

Gracias por los quince años que me diste. Perdón por haber convertido tu regalo en mi prisión.

*Tu hijo,
Arturo"

El silencio que siguió fue denso, cargado. Arturo dejó las páginas sobre la mesa y se cubrió el rostro con las manos, hombros temblando con sollozos que ya no intentaba contener.

La Dra. Torres no dijo nada inmediatamente. Simplemente esperó, permitiendo que el dolor fluyera sin interrupción, sin prisa por "arreglarlo" o suavizarlo.

Cuando los sollozos finalmente se calmaron, extendió la caja de pañuelos. Arturo tomó varios, limpiándose el rostro con movimientos torpes.

—¿Cómo se siente? —preguntó ella finalmente.

—Exhausto —admitió Arturo—. Vacío. Pero también... más ligero. Como si hubiera estado cargando una piedra en el pecho durante quince años y finalmente la dejé caer.

La Dra. Torres asintió.

—El duelo no procesado es exactamente eso. Un peso que cargamos sin darnos cuenta de cuánto nos está aplastando. —Hizo una pausa—. Arturo, ¿qué edad tenía su padre cuando su madre murió?

—Cuarenta y dos.

—Y sin embargo, le pidió que fuera más fuerte emocionalmente que él. Que no llorara, que no mostrara debilidad. ¿Ve la ironía?

Arturo parpadeó, procesando.

—Él... él tampoco sabía cómo procesar la pérdida.

—Exacto. Así que les enseñó a ambos—a sí mismo y a usted—que el dolor no se siente, se entierra. Y luego se sorprende de que esa estrategia no funcionó.

Sesión 8 - Semana 4

—Cuénteme sobre su primera novia —dijo la Dra. Torres, cambiando de tema después de cuarenta minutos discutiendo su semana.

—¿Mi primera novia? —Arturo frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Porque quiero entender sus patrones relacionales desde el principio. ¿Cuántos años tenía?

—Dieciocho. Acababa de entrar a la universidad. Se llamaba Carolina.

—¿Y cómo terminó esa relación?

Arturo se recostó en el sillón, buscando en su memoria.

—Ella... ella rompió conmigo después de seis meses. Dijo que nunca realmente me conocía, que siempre mantenía distancia.

—¿Y era cierto?

—Supongo que sí. Nunca le conté nada realmente personal. Nunca le hablé de mi madre, de mi familia, de cómo me sentía. Solo... salíamos. Nos divertíamos. Pero era superficial.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 26.11.2025

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