La pobreza del millonario [rom Com - Concurso]

CAPÍTULO 43: La Conversación Personal

Adelina había recogido su bolso, había dado la reunión por terminada, pero entonces hizo algo inesperado. En lugar de levantarse inmediatamente, volvió a colocar el bolso en la silla vacía y miró hacia la ventana, donde la luz de la tarde tardía pintaba patrones dorados sobre las mesas.

—¿Tienes unos minutos más? —preguntó, su voz perdiendo el tono profesional que había mantenido durante las últimas dos horas—. Hay algo más que quisiera decir. Algo que no es sobre la asociación de negocios.

El corazón de Arturo dio un salto, pero mantuvo su expresión neutral.

—Por supuesto. Todo el tiempo que necesites.

Se volvió a sentar, y ella hizo lo mismo. El ambiente entre ellos cambió sutilmente—las posturas se relajaron, las expresiones se suavizaron, las máscaras profesionales bajaron unos grados.

Adelina tomó un sorbo de su té, ya frío, como si necesitara un momento para reunir coraje.

—Cuando te fuiste de GRUPO GÓMEZ hace dieciocho meses, después de tu confesión... —comenzó, su voz más suave ahora, menos segura— estuve enojada durante semanas. Enojada contigo por mentirme. Enojada conmigo misma por no haberlo visto. Enojada con toda la situación.

Arturo escuchó sin interrumpir, consciente de que esto era importante.

—Pero debajo de la rabia había algo más. Algo incómodo que no quería admitir. —Hizo una pausa, sus dedos trazando patrones en la mesa—. Tu confesión me hizo darme cuenta de algo sobre mí misma. Algo que había estado evitando durante años.

—¿Qué era?

Adelina levantó la vista, sus ojos encontrando los de él con una vulnerabilidad que raramente había mostrado.

—Que yo también estaba escondiéndome. No de la forma que tú lo hiciste, con mentiras elaboradas y experimentos. Pero estaba usando mi trabajo como escudo contra... todo lo demás. Contra vulnerabilidad. Contra conexión real. Contra tener que enfrentar el hecho de que estaba completamente sola.

Las palabras resonaron en el espacio entre ellos.

—Números y reuniones y reportes trimestrales... —continuó, su voz ganando una cualidad casi confesional— eran más fáciles que preguntas sobre quién era yo sin el trabajo. Más fáciles que preguntarme por qué a los veintinueve años no tenía amistades cercanas. Por qué cada cita que intentaba se sentía como otra transacción de negocios. Por qué mi idea de vacaciones era llevar mi laptop a un resort y responder emails junto a la piscina.

Arturo sintió un reconocimiento doloroso. Patrones diferentes, misma raíz.

—¿Entonces qué hiciste?

—Busqué terapia. —Una pequeña sonrisa apareció en sus labios—. Tres días después de despedirte, programé una cita con una psicóloga que se especializa en adicción al trabajo. Porque eso es lo que era, Arturo. No solo dedicación o ética de trabajo fuerte. Era adicción. Usar productividad para evitar sentir.

Tomó un sorbo de su té frío, haciendo una mueca ante el sabor pero continuando.

—Las primeras sesiones fueron brutales. Ella me hizo llevar un diario de tiempo—cada minuto de cada día durante dos semanas. ¿Sabes cuánto tiempo pasaba realmente 'trabajando' versus simplemente... estando ocupada? Menos del 40%. El resto era crear ocupación ficticia para llenar vacío.

—¿Cómo empezaste a cambiar eso?

—Lentamente. Dolorosamente. —Adelina se recostó en su silla—. Primero, contraté un COO—alguien en quien realmente confío para manejar operaciones diarias. Esa fue la parte más difícil, soltar control. Pero descubrí que el mundo no se derrumba cuando no estoy micromanejando cada decisión.

Hizo una pausa, organizando sus pensamientos.

—Luego, establecí límites reales. No más emails después de las 8 PM a menos que sea verdadera emergencia. Fines de semana protegidos—uno al mes completamente libre de trabajo. Y delegué más a mi equipo ejecutivo. No porque no pudiera hacer el trabajo, sino porque necesitaba espacio para existir como algo más que CEO.

—Eso suena... difícil. —Arturo conocía lo suficiente sobre el estilo de liderazgo anterior de Adelina para apreciar la magnitud de esos cambios.

—Lo fue. Todavía lo es algunos días. —Sonrió levemente—. Pero los resultados fueron sorprendentes. La productividad de mi equipo aumentó porque dejé de ser cuello de botella. La innovación mejoró porque las personas tenían espacio para pensar sin esperar mi aprobación constante. Y yo... —su voz se suavizó— descubrí que era posible sentirme bien sin estar perpetuamente ocupada.

Arturo se inclinó hacia adelante, genuinamente curioso.

—Mencionaste vacaciones. ¿Dos semanas en las montañas?

—Dos semanas en una cabaña en los Andes. —La sonrisa de Adelina se amplió, volviéndose casi tímida—. Sin laptop. Sin agenda programada. Solo... estar.

—¿Cómo fue?

—¿Honestamente? —Se rió, un sonido genuino que Arturo nunca había escuchado de ella antes—. Los primeros tres días fueron un infierno. Tuve ataques de pánico. Revisaba mi teléfono cada cinco minutos incluso cuando no había señal. Inventaba razones de por qué necesitaba regresar. Mi terapeuta me había advertido que esto pasaría, que tendría síntomas de abstinencia como cualquier adicto.

Tomó un respiro, sus ojos distantes con el recuerdo.

—Pero alrededor del cuarto día, algo cambió. Caminé por un sendero sin destino particular. Solo caminando para caminar. Y me di cuenta... no había pensado en un reporte de ventas en tres horas. No había resuelto un problema de personal. No había optimizado nada.

—¿Y cómo se sintió?

—Aterrador al principio. —Adelina lo miró directamente—. Porque si no estaba resolviendo problemas, si no estaba siendo productiva, ¿entonces qué era? ¿Quién era?

Hizo una pausa, la pregunta colgando en el aire entre ellos.

—Pero luego... fue liberador. Descubrí que el mundo no se desmorona sin mí. GRUPO GÓMEZ no colapsó. Mi COO manejó dos crisis importantes sin mi intervención. La junta trimestenal se realizó sin que yo participara. Todo... siguió.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 26.11.2025

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