La pobreza del millonario [rom Com - Concurso]

EPÍLOGO: CINCO AÑOS DESPUÉS

Los Destinos Entrelazados

El penthouse no se parecía en nada a la mansión De la Vega donde Arturo había crecido. No había oro en los grifos, no había arte ostentoso en las paredes, no había muebles que costaran más que un auto. En su lugar: líneas limpias, espacios abiertos, luz natural inundando cada rincón. Minimalista no por declaración de estilo, sino porque tanto Arturo como Adelina habían aprendido que acumular cosas era forma de llenar vacíos que solo el trabajo interno podía cerrar.

Era la noche antes de su aniversario—no del experimento, nunca celebrarían eso—sino de su relación. Cinco años desde aquella noche en la oficina de la fundación cuando Adelina había dicho "me gustaría intentarlo." Cinco años de construcción lenta, deliberada, imperfecta de algo real.

La cocina olía a ajo y vino tinto. Arturo picaba verduras para la ensalada mientras Adelina revisaba el risotto, removiendo con la concentración que antes reservaba solo para reportes trimestrales.

—¿Crees que hicimos suficiente comida? —preguntó ella, probando el arroz—. Marco come como si todavía tuviera treinta años.

—Marco come lo que Elena le permite. —Arturo sonrió—. Y ella es estricta con su dieta después del susto cardíaco del año pasado.

—Cierto. —Adelina agregó más caldo, su movimiento fluido con práctica—. ¿Sabes qué es extraño?

—¿Qué?

—Esto. —Gesticuló alrededor de la cocina—. Nosotros. Cocinando juntos para amigos. Como personas normales.

—Somos personas normales. —Arturo dejó el cuchillo, acercándose para robar un beso—. Personas normales increíblemente afortunadas con recursos significativos y problemas de primer mundo, pero normales.

—Habla por ti. Yo soy extraordinaria. —Bromeó, pero lo besó de vuelta.

Habían comprado el penthouse juntos hace dos años—decisión que había requerido meses de discusión, dos sesiones conjuntas de terapia de parejas, y negociación cuidadosa sobre finanzas, espacio personal, y qué significaba realmente compartir vida. No se habían mudado juntos por presión social o hitos de relación esperados. Lo hicieron cuando ambos estuvieron listos, cuando tuvo sentido, cuando dejó de dar miedo y empezó a sentirse como siguiente paso natural.

—¿Cómo fue tu semana? —Adelina preguntó, regresando al risotto—. Sé que tuviste esa presentación con la junta familiar el martes.

Arturo regresó a sus verduras, considerando.

—Bien. Productiva. —Hizo una pausa—. Me ofrecieron ser Director de Inversión Social para todas las empresas familiares. Posición oficial, salario ejecutivo, la obra completa.

Adelina dejó de remover.

—Arturo, eso es enorme. ¿Por qué no me dijiste antes?

—Porque todavía estoy procesándolo. —Cortó un tomate con precisión cuidadosa—. Sería tres días a la semana en rol corporativo, dos días en la fundación, fines de semana completamente libres. Tendrían que contratar a alguien más para mi carga actual en la fundación, pero Marco y Sofía ya dijeron que están bien con eso si es lo que quiero.

—¿Y qué quieres?

—Honestamente, no lo sé todavía. —Se recostó contra el mostrador—. Parte de mí ve la oportunidad—impacto más grande, más recursos, posibilidad de cambiar cómo toda la familia piensa sobre responsabilidad social. Pero otra parte tiene miedo de perder lo que hace que el trabajo de la fundación sea especial. La conexión directa. Las relaciones reales.

Adelina asintió, procesando.

—No tienes que decidir esta noche. Pero sabes que apoyaré lo que elijas, ¿verdad?

—Lo sé. —Sonrió—. Y sé que me llamarás la atención si empiezo a trabajar demasiado.

—Absolutamente. —Ella apuntó con su cuchara de madera—. He trabajado muy duro en mi propio equilibrio para permitir que tú arruines el tuyo.

Era verdad. Adelina había transformado GRUPO GÓMEZ de maneras que habían hecho historia en publicaciones de negocios. Semanas de cuatro días para todos los ejecutivos. Transparencia salarial completa. Políticas parentales que realmente permitían a padres ser padres. Y contrario a predicciones de escépticos, la productividad había aumentado, la rotación había caído casi a cero, y la empresa era más rentable que nunca.

—¿Cómo van las cosas en tu mundo? —Arturo preguntó—. ¿La expansión europea?

—Firmamos ayer. —Su sonrisa era genuina pero no triunfalista—. Tres años de negociaciones, finalmente resueltas. Pero sabes qué, la parte que más me emociona no son los números. Es que construimos toda la expansión alrededor del modelo de cuatro días desde el inicio. Demostramos que se puede hacer a escala internacional.

—Estoy orgulloso de ti. —Y lo decía en serio—. No solo por el éxito de negocios. Por cómo lo hiciste. Con integridad. Con equilibrio.

—Aprendí del mejor. —Ella lo besó en la mejilla—. Aunque "mejor" es generoso considerando tus habilidades culinarias cuando nos conocimos.

—Oye, he mejorado.

—Has mejorado en muchas cosas. —Su tono se suavizó—. No solo cocinar.

El timbre sonó antes de que pudiera responder.

Marco llegó primero, Elena guiándolo gentilmente a través de la puerta. A sus sesenta y siete años, Marco se había vuelto aún más distinguido—cabello completamente blanco ahora, postura ligeramente encorvada pero dignidad intacta. El susto cardíaco del año pasado lo había asustado a todos, pero había respondido con su pragmatismo característico: dieta mejor, más ejercicio, medicación apropiada.

—Muchacho. —Encontró a Arturo con facilidad practicada, abrazándolo—. Huele increíble. ¿Qué estamos celebrando exactamente?

—Sobrevivir otro año sin matarnos mutuamente. —Arturo bromeó.

—Eso es logro digno de celebración en cualquier relación. —Marco se rió—. Especialmente considerando cómo empezaron.

Elena, una mujer tranquila con ojos cálidos y sonrisa perpetua, abrazó a Adelina.

—Trajimos vino. Marco insistió en el caro porque "el muchacho finalmente puede pagarlo sin sentirse culpable."



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 26.11.2025

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