CAPÍTULO 2: El Plan Secreto
PARTE I: LA REUNIÓN DE MADRUGADA
La oficina privada de Adelina estaba escondida detrás de una puerta falsa en su antiguo estudio—un panel de librería que giraba con el empujón correcto. Arturo había ayudado a instalarla tres años atrás, cuando ambos necesitaban espacio donde manejar sus imperios sin que familias, asistentes o socios aparecieran sin avisar.
Eran las 3:47 AM de un martes. Dos semanas y tres días desde las bodas duales. Catorce días de sonreír en cenas familiares mientras planeaban traición monumental. Trescientas treinta y seis horas de actuar normalidad mientras diseñaban desaparición.
La oficina era pequeña—apenas tres metros por cuatro—pero eficiente. Dos escritorios enfrentados. Cuatro monitores entre ambos. Conexión de internet privada, encriptada, no rastreable a ninguno de sus nombres conocidos. Un mini-refrigerador con agua, café instantáneo y barras energéticas. No había ventanas. Nadie sabía que este espacio existía.
Adelina estaba en pijama—pants de yoga y camiseta de universidad que tenía quince años. Cabello en moño desprolijo. Sin maquillaje. Ojos rojos de demasiado café y poco sueño. Lucía exhausta.
También lucía más viva de lo que había estado en meses.
Arturo llegó minutos después, usando la entrada trasera de la propiedad. También en ropa cómoda: jeans viejos, sudadera de Stanford que Ricardo le había regalado como broma años atrás. Cargaba laptop bajo el brazo y expresión de determinación.
Se besaron brevemente—ritual de saludo—antes de caer en sus respectivas sillas.
—¿Ricardo confirmó?—preguntó Adelina, encendiendo su computadora.
—Llegará en veinte minutos. Tomó vuelo rojo desde la capital. Nadie sabe que está aquí.
—¿Tu familia sospecha algo?
—Mi padre preguntó ayer por qué no he aparecido en la oficina. Le dije que estábamos en "fase de luna de miel extendida."—Arturo hizo comillas con los dedos—. Se quejó sobre responsabilidad pero no presionó más.
—Mi madre me llamó seis veces ayer. Quiere que almorcemos con "contactos importantes" de GRUPO GÓMEZ. Siguen asumiendo que mi renuncia es temporal.
—¿Cuándo la haces oficial?
—Tres semanas. Ya redacté la carta. Solo necesito momento correcto para detonar esa bomba.
Arturo abrió su laptop, proyectando documentos en monitor compartido.
—Esto es lo que tengo hasta ahora.
La pantalla mostró diagrama de flujo complejo. Cajas conectadas por líneas. Nombres de empresas. Estructuras legales. Fideicomisos. LLCs dentro de LLCs. Administradores de terceros. Cuentas bancarias en tres jurisdicciones diferentes.
Adelina silbó bajo.
—Es... elaborado.
—Tiene que serlo. Si vamos a desaparecer, necesitamos asegurar que nadie—ni familia, ni medios, ni gobierno—pueda rastrearnos fácilmente.
—Pero no ilegalmente.
—No. Todo legal. Solo... opaco.—Arturo señaló diferentes secciones—. Aquí: todas nuestras propiedades actuales. Diecisiete en total entre ambos.
Adelina contó mentalmente: mansión De la Vega, su propio penthouse, el departamento secreto, casa de playa, propiedades de inversión...
—¿Qué hacemos con ellas?
—Las mantenemos. Algunas las rentamos. Otras simplemente se quedan vacías con mantenimiento mínimo. Pero todo manejado por administradores de propiedades profesionales. Nosotros no aparecemos en ningún documento directamente.
—¿Pueden hacer eso?
—Si pagas suficiente, pueden hacer casi cualquier cosa legal.
Adelina señaló otra sección del diagrama.
—¿Y los negocios?
—Más complicado.—Arturo amplió esa porción—. Tengo participación mayoritaria en siete empresas. Participación minoritaria en otras doce. Tú tienes GRUPO GÓMEZ más otras cinco.
—Seis, si cuentas la startup de tecnología educativa.
—Seis, entonces. El plan: delegación radical. Nombramos CEOs, CFOs, juntas directivas completas. Gente en quien confiamos. Ricardo ayudará a estructurar contratos que nos permitan supervisar remotamente sin estar físicamente presentes.
—¿Videoconferencias?
—Mínimas. Una o dos al mes como máximo. Y siempre desde ubicaciones no rastreables. Tal vez ni siquiera video—solo voz encriptada.
Adelina procesó esto. Era más extenso de lo que había imaginado inicialmente.
—¿Es posible realmente? ¿Dirigir imperios desde las sombras?
—Tú y yo lo hemos hecho durante años. Solo que ahora lo hacemos permanentemente, no temporalmente.
—Pero eventualmente alguien preguntará. Medios. Accionistas. ¿Dónde están los De la Vega? ¿Dónde está Adelina Gómez?
—Ahí es donde entra la parte crucial.—Arturo abrió documento nuevo—. No desaparecemos silenciosamente. Desaparecemos ruidosamente.
—Explica.
—Tu renuncia de GRUPO GÓMEZ será noticia. Grande. "CEO estrella se retira por salud mental." Ya lo mencionaste. Perfecto. Genera simpatía. Nadie cuestiona salud mental ahora—es socialmente aceptable.
—Pero solo explica a mí. ¿Qué hay de ti?
Arturo sonrió sin humor.
—Yo me retiro por diferentes razones. "Buscar propósito más profundo." "Dedicarme a filantropía de tiempo completo." "Pasar más tiempo con familia."—Cada frase sonaba como cliché corporativo porque lo era—. El tipo de mierda que ejecutivos dicen cuando están cansados de la carrera de ratas.
—¿Tu familia comprará eso?
—Absolutamente no. Pero no pueden detenerme. Ya no. Tengo control completo de mis activos desde hace cinco años. Mi padre no tiene poder legal sobre mis decisiones.
—Legalmente no. Emocionalmente...
—Emocionalmente me destruirá.—Arturo dijo esto con tono neutral que no engañaba a ninguno de los dos—. Me llamará traidor. Cobarde. Desperdicio de potencial. Todas las cosas que siempre ha pensado pero nunca había dicho directamente.
Adelina extendió su mano sobre el escritorio. Arturo la tomó.
—Podemos sobrevivir su desaprobación.
Editado: 22.12.2025