La casa ya se estaba envuelta en llamas convirtiéndose para Mayra en su sepulcro. El fuego hambriento estaba dispuesto a consumir todo lo que encontraba en su camino y una de sus víctimas seria ella.
La gente que incendio la vieja cabaña, estaba alrededor, disfrutando el espectáculo. Gritaban de alegría y rabia levantando los puños al aire. Eran hombres y mujeres pelados, sin cejas ni pestañas, envueltos en túnicas negras. Con sangre chorreando por las caras. Así los dejó el hechizo.
Mayra miró por la ventana, tapando la cara de calor radiante. Vio a la multitud. Todos estaban unidos por una sola meta — quemar a la bruja, o sea a Mayra. La chica de 22 años, estudiante de química, huérfana. Que solo apelaba a la justicia y no la encontró en esta ciudad maldita — Thorn Creak.
Mayra se desplomó al piso y se puso a llorar. No quería morir. Pero no encontraba la solución.
Por un momento pensó rasgar la cara, pelarse, poner la ropa arruinada y mezclarse entre ellos, para poder escapar. Pero ya no tenía tiempo ni tampoco podía salir. La casa estaba cerrada con tirantes de madera clavados en las puertas y ventanas.
En este momento Mayra no quería nada, solo poder salir de la casa que ya empezó a calentase y llenarse de humo. Salir de cualquier manera. Como un animal, una rata, víbora, pájaro. Salir volando, arrastrando, de cualquier manera. Pero salir.
¿Cómo un animal? ¡Stop! Una idea se le cruzó por la cabeza. El libro. La receta. Lo podía intentar. Convertirse. Engañarlos a todos.
Mayra corrió a la mesa donde dejó el viejo libro de brujería y desesperada empezó a revolver las páginas…