Al llegar a la casa Mayra todavía no sentía preparada para leer el libro de bruja. Verdaderamente le daba miedo de encontrar allí algo que le puede asustar o volver loca. Mayra pensó que le va a costar mucho a tomar esta decisión.
En un momento se sentó en la cama. Apretó los puños.
"Estos bastardos lo van a pagar. Muy caro."
Con un gesto brusco secó las lágrimas.
Sacó el libro y con mucho cuidado abrió el libro.
En la primera página vio un dibujo. Una mujer con vestido largo, pelo suelto con una víbora en la mano.
Mayra tomó respiración y empezó a leer. Más leía, más se enganchaba en los relatos. En libro había muchas recetas y las historias sobre casos de aplicación. Recetas para hacer daño a la gente. Muchas recetas de hechizo para distintas ocasiones. Algunas la aterrorizaban a Mayra. Ella no imaginaba el sufrimiento de la gente que llega a caer en eso.
Finalmente encontró una receta que le pareció bastante buena para empezar. Podía provocar malestar en las personas, caída de pelo, vómitos y delgadez extrema.
"Y además le hago un favor al gordo, va a adelgazar gratis".
— No me voy a detener hasta cumplir el último paso de la venganza — dijo Mayra en voz baja y siguió leyendo.
Para esta receta hacía falta un lápiz rojo, una vela negra y la calavera de rata.
El lápiz y la vela no era difícil de conseguir, pero la calavera de rata era un problema.
La chica se quedó pensando. ¿Dónde se puede conseguirla?
Las ideas, una más terrible que otra le cruzaba por la mente.
"Ir a una casa vieja o el sótano de una casa y tratar de cazar una rata."
"¿Pero cazar cómo? ¿Perseguirla con una escoba? ¡Que estupidez!"
"¿O poner una trampa y esperar que caiga un roedor asqueroso?"
"¿O simplemente comprar una? Meterla en una jaula y después matarla con un cuchillo, tal vez, antes que ella me haga morir del susto."
Mayra tenía pánico a las ratas. También las arañas y los sapos. Ya ni hablar de las víboras.
Pero ahora tenía que elegir — o vence el miedo o el gordo cirujano asesino vive si vida tranquilo.
Entre el miedo a las ratas y la rabia contra el doctor — ganó la rabia.
Mayra decidió comprar una rata.
***
En las afueras de la ciudad había un local de venta de mascotas. Esto le servía a Mayra perfectamente.
Pero al llegar al local ella se dio cuenta que no sabe que rata hay que comprar. De que raza o color.
Mirando las jaulas, sin acercarse mucho, empezó a observar a los animales. Había ratas y ratones de todo tipo y tamaño. Grises, grandes negras (éstas le daban directamente el pánico), blancas, marrones. La chica se quedó pensando. Decir la verdad tenía ganas de salir de acá lo más pronto posible y nunca volver. Pero acordando la cara malvada del doctor y el funeral de la madre, decidió vencer el miedo.
Las ratas estaba hacendó su vida lo que implica estar presa en una jaula. Comían, dormían, se limpiaban.
Primero Mayra quiso solo observar a los animales sin decidir.
Y así como ella estaba observando a las ratas así la observaba a ella el viejo vendedor del local. La miraba por encima de los anteojos sonriendo. Mayra podía imaginar que el dueño leía su mente y muy probable sospechaba el propósito para cual la chica estaba acá. Comprar una rata para brujería. Aunque Mayra puede decir que es para tener una mascota. No es muy habitual, pero hay casos.
Paseando entre las jaulas Mayra se dio cuenta que los roedores no presentan peligro papa ella. Solo una vez cuando una rata grande negra se acercó a la reja y se levantó de pie para mirar a la chica moviendo su hocico con bigotes sin parar.
En este momento Mayra sintió escalofrió.
Pero después siguió la observación.
En un momento le llamo atención una pequeña ratita blanca que estaba sola en una jaulita durmiendo.
Mayra se quedó observándola. La ratita parecía muy tranquila e inofensiva. Mayra la miro sonriendo. Debe tener la piel suave como un juguete.
— ¿Le gusta esta? — de repente escuchó la voz del viejo de atrás.
Mayra se dio vuelta.
— M-m, no sé.
El señor dio un golpecito a la jaula.
La ratita levantó la cabeza y miró a los visitantes. Olio el aire y se acercó a la reja frontal.
— Me parece que voy a llevar a ella. — dijo Mayra.
— Muy bien señorita. — contestó el viejo. El abrió la puertita y sin más decir sacó la ratita y el mostró a Mayra. El animal empezó a chillar asustado, mover la cabeza, tratar de liberarse y mover la cola color rosa. Sin embargo el senior la sostenía suave pero firme.
— Solo diez dólares. ¿Cómo la va a llevar?
Recién allí Mayra tomo en cuenta que va a tener que agarrar la rata con la mano. Allí no más las palmas de las manos se hicieron pegajosas del sudor.
— Y, no sé, señor. No se cómo puedo llevarla. ¿Poner en la bolsa? No va a escapar de allí, no? ¿O se le puede poner una correa?