Mayra estuvo caminando por la ciudad. Un viento helado le penetraba por debajo del abrigo. Observaba la gente. Cada uno vivía su vida. Parece que no se preocupaban por nada.
Mayra decidió no matar a Kayra y toda la noche pasada buscó la receta donde no había que matar a un animal. Pero algunas recetas demandaban partes de animales o incluso de seres humanos, y otras ella no se animaba a aplicar, ya que eran muy dañinas, incluso hasta la muerte.
La chica ya no se veía a ella misma como una bruja, pensó que no servía para esto. Eran demasiados obstáculos a vencer. Así como la bruja Beatriz Willington que le dio este libro, la advirtió.
Pero en un momento se cambió todo.
Mayra estaba caminando al lado de una carnicería.
— Que podrido que me tienen las ratas! — escuchó la voz gruesa de un hombre — por más que las matas igual aparecen!
Mayra se detuvo y miró de donde venía la voz.
De la carnicería salió un hombre grandote, con un guardapolvo manchado de sangre seca. Carnicero. En la mano tenía un atrampa para ratas con una grandota rata muerta colgada apretada por el resorte en la cabeza. El hombre desató le resorte y con un asco tiró la rata en la vereda.
Mayra se quedó pensando. Esa oportunidad no se puede dejar pasar.
La chica esperó que el carnicero entra, miró alrededor que haya poca gente. Se acercó a la rata muerta y con gesto rápido la agarró y escondió bajo el abrigo. La piel de rata era mojada y acerosamente olorosa.
Sin pensar en las enfermedades que podría pescar Mayra caminó por la calle apurada.
El próximo paso para tomar la venganza estaba resuelto. Es la hora de actuar.
***
En la casa Mayra primero armó un mini laboratorio el sótano. Llevó una mesa chica, la olla, y algunos objetos más.
Si alguien le diría que una estudiante de química va a hacer experimentos que tienen tan poca ciencia, la chica no le creería. Ni siquiera podía entender que reacciones químicas pueden producir los componentes. Pero lo único que le quedaba es confiar que el procedimiento cumplirá el propósito.
Puso la rata muerta en la tabla de madera donde cortaba verdura. Aguantando el olor de mugre de animal y sangre coagulada que le producía náuseas y arcadas, empezó a cortar la rata con un cuchillo. Los dedos se resbalaban en las tripas. Pedazos de tripas le salpicaron en la cara. Se limpió con la parte trasera de la mano y seguía trabajando. Nunca pensó que ser una bruja demanda tanto sacrificio.
Cuando por fin ya tenía la calavera del roedor en la mano, la metió en la olla. La calavera todavía tenía algo de carne y estaba sangrando. Mayra encendió el fuego de la hornalla portátil y preparó la vela.
Un olor desagradable empezó a llenar el sótano.
Mayra se sentía rara. Con miedo. No sabía con se iba a encontrar.
La olla estaba hirviendo con la calavera adentro revolviéndola por todos lados. Ahora solo salpicar la parafina de la vela al agua hirviendo, escribir las palabras del hechizo en la foto del maldito Devlin y tirar la foto en la olla.
Las manos de Mayra temblaban.
Ella repaso otra vez la receta. No parecía complicado, pero Mayra quiso hacer todo a pie de letra. Cualquier error podía desatar un problema, aunque parecía una cosa tan infantil.
"Aquí hay que tener ventilación" — pensó Mayra. Pero también, largando este olor afuera podría atraer visitas no deseadas, así como las preguntas.
El agua en la olla se puso de color marrón.
Mayra tapó la nariz, el olor ya era insoportable.
La chica saco los guantes y agarró la foto. Al ver la cara del malvado que mato a su madre, sintió odio y más determinación.
Temblando de nervios, con los dedos como hechos de madera empezó a escribir en la foto de Devlin las palabras raras del hechizo. "Truns, marcadan, helro, sandahg, " Justo en la cara del malvado doctor.
Tiró la foto en la olla con agua que estaba burbujeando con agua marrón. El vapor caliente le quemó la mano. Los ojos se llenaron de lágrimas del dolor, un gemido llenó el sótano y el eco revotó por las paredes.
De repente Mayra sintió un fuerte mareo y nauseas.
Con otra mano agarró la vela y calentó la punta en la hornalla. Rápido giró la vela y dejo que la parafina caliente gotea a la olla. Las gotas de cela se revoleaban en el agua hirviendo, formando figuras raras. En un momento a Mayra le pareció ver forma del cajón de muerte. Después se transformó en algo parecido de una tumba, con una cruz encima.
"¿Pero qué es esto?" — Pensó la chica, — "¡No estoy haciendo hechizo de muerte! ¡Solo de malestar!"
Un ataque de pánico le agarró a Mayra y la dejó dura.
Sin aguantar más la chica salió corriendo del sótano, atropellándose por los escalones. Las piernas estaban hechas de algodón.
Ya por muy mareada Mayra salió al patio de la casa. El planeta se daba vueltas como un cohete. El sol tapó la tierra y la tierra tapó el universo.