Mayra se levantó temprano. Hizo todas las medidas de seguridad para no intoxicarse otra vez. Un poco de líquido de la olla guardó en un frasco bien tapado. También llevó los guanteas para no quemar la mano, una mascarilla, ya que el líquido largaba un olor insoportable.
Llegó tempano al hospital. Evelyn no estuvo, debe ser no era su turno.
Mayra estaba temblando. Tenía miedo. En realidad no era nada para asustarse. Ella todavía no creía que todo el preparado del hechizo podría funcionar. A lo sumo el maldito doctor se va a intoxicar, como le paso a ella.
En la recepción estaba una señora mayor.
Sin duda ella conocía a Mayra y no la dejaría pasar. Y tampoco el vigilante en la entrada.
Para esto Mayra se preparó con anterioridad. En su casa cambió el color del pelo, y estilo de ropa. Colgó anteojos negros. Ahora la chica era irreconocible. Ni la recepcionista ni vigilante no se dieron cuenta que el hospital visita una enemiga intima del doctor Devlin.
Mayra se acercó al mostrador.
— Buenos días — saludó Mayra con la voz cambiada.
— Buenos días señora, ¿en qué puedo ayudarla?
"Me dice señora, increíble."
— Busco al doctor Bullstock.
— ¿Es la primera vez acá? Tenemos dos doctores con este apellido.
"¡Esto yo se mejor que tú!"
Por un segundo Mayra se quedó pensando. En realidad cualquiera de los dos le servían. Ambos merecían el castigo. Sin embargo decidió por el más joven.
— No. Ya vine antes. Quiero hablar con el señor Devlin Bullstock.
— ¿El doctor la está esperando?
— Eso creo.
El vigilante en la entrada estaba observando todo. Mayra quería pensar que es solo el trabajo de él, y el hombre no sospecha nada.
— Por el ascensor al segundo piso. Oficina 13.
"Ya lo sé" — pensó Mayra.
Al alejarse del mostrador pegó una mirada al vigilante. El hombre acomodó la gorra y la miró a Mayra. Una leve sospecha paso por expresión de su cara. La seguía mirando a la chica hasta que las puertas del ascensor no la escondieron.
El corazón de Mayra estaba saltando en el pecho. Cuantas veces ella imaginaba este momento, pero en realidad todo se veía muy distinto. Más real y más aterrador a la vez.
En el segundo piso había poca gente. Acá no permitían deambulación de los enfermos. Pasaron unos médicos. Una mujer de limpieza paso con el carro.
Oficina 13 estaba cerrada. Nadie contesto a los golpes de Mayra en la puerta.
Mayra miro alrededor. ¿Y ahora qué hacer?
La chica se quedó esperando, tratando de calmar el temblor en las manos. Si no lo logra, corre riesgo de contaminarse otra vez ella misma.
De repente la puerta del ascensor se abrió y salió el maldito Devlin en persona. Y se dirigió a Mayra estirando los labios en una amplia sonrisa.
— Buenos días señora, la recepcionista me dijo que usted vino a verme.
"¡Y este también me dice señora!"
Mayra se quedó dura. Por un segundo quiso dejar ésta idea y salir corriendo. Escapar de esta ciudad e irse a algún lugar lejano. O vivir en un bosque, lejos de todo el mundo.
Pero viendo otra vez la cara sonriente de este malvado, tomo la decisión de realizar el plan. Posiblemente será la última oportunidad.
Ya no había tiempo de poner los guantes y la mascarilla.
El doctor se quedó mirándola esperando respuesta.
— Hola doctor — dijo Mayra y apretó el frasco en el bolsillo de la campera.
De repente la mirada del médico cambió. La sonrisa se esfumo.
La cara se puso seria y enojada.
— ¿Eres tú?
— ¿No me esperabas?
Devlin cruzó los brazos y se acercó un paso.
— ¿Y ahora qué quieres?
— Ver tus ojos de sinvergüenza.
Con una mano la chica sacó los anteojos, y con la otra el frasco del bolsillo.
— Te traje un remedio, a ver si te sana de tus maldades.
El doctor se puso sorprendido.
"¡Dios! ¡Cómo es que eran las palabras?"
Ahora hay que actuar rápido. Por el pasillo se acercaba la gente.
Mayra abrió la tapa del frasco con los dientes. Un sabor intenso y muy feo le llenó la boca.
Ya no había tiempo para guantes ni mascarilla.
Le tiró el líquido en la cara.
Sacó el papel con el "machete" de palabras mágicas y empezó a leer en voz alta.
Al sentir el líquido en la cara doctor cerró los ojos.
— ¡Qué asco! ¿Qué carajo es esto?
— "uerindj", "ljdgestrn", "ijgdy" — la chica seguía pronunciando las palabras que se le trababan en la garganta.
Unos médicos se acercaban.
El doctor se puso rojo de la rabia y pegó una cachetada a Mayra.
— ¡Hija de perra! ¡No me mires así! ¿Que crees que estas haciendo?
— ¡Te vas a pudrir bastardo! — gritó Mayra en la cara del doctor — ¡Te maldigo hasta el fin de tu vida!