Hubo algo extraño que la recorrió antes de entrar al lugar, como una chispa naciendo entre el vacío de su corazón, una mariposa cosquilleando las yemas de sus dedos, una paloma volando a su alrededor.
Darlene pensó que quizás así nacían los grandes amores. Los imposibles de olvidar, los favoritos para recordar.
Cerró sus ojos porque sabía muy bien cuán invisible podía ser lo que buscaba. Respiró hondo y entonces vació su corazón de aquella indiferencia y malos tratos, lo vació con paciencia, con esperanza, con calma, dispuesta a dejarlo tan puro como alguna vez fue, capaz de amar solo como podemos hacerlo en nuestras primeras veces.
Darlene abrió los ojos y entró al bar con una pequeña sonrisa picándole la cara con travesura. No estaba segura de qué iba a encontrarse allí, pero no la alertó ver el interior de un bar de lo más normal: una pared de ladrillos, unas luces rosas y rojas de neón, pequeñas mesas dispersas para hablar y unas cortinas blancas que caían del techo, dispuestas a brindar intimidad si las personas así lo deseaban.
Habían distintas parejas entre los pequeños sillones: algunas hablaban con más timidez mientras que otras se encontraban compartiendo su amor con más soltura. No obstante, algunas personas se encontraban solas, como si estuvieran esperando que el amor chocara con ellas.
La joven decidió acercarse a la barra sin saber muy bien qué hacer o decir. ¿Se suponía que debía pedir un trago en específico para dejar claras sus funciones? ¿Cómo funcionaba exactamente lo de buscar el amor?
Cuando se sentó en uno de los taburetes, se acercó un barman con una gran sonrisa. Su cabello era rubio, dorado, con unos rizos naturales envidiables, pero lo hipnótico habían sido sus ojos verdes que brillaron al verla. Darlene sintió un pequeño golpe en el pecho, en el corazón, como si esa no fuera la primera vez que veía ese brillo, esos ojos, ese rostro.
Y cuando él sonrió fue como si unos pequeños querubines cantaran.
—¿Qué te gustaría beber?
Darlene no pudo responder con tanta rapidez, se quedó analizando aquellas facciones que le resultaban tan conocidas, pero tan lejanas a la vez.
—¿Nos conocemos? —inquirió sin poder contenerse.
—Tal vez en otra vida —respondió con una voz tan envolvente que la hizo suspirar—. Cuéntame qué buscas.
La joven frunció el ceño recordando cómo había llegado allí y observó a los alrededores con un poco de reserva antes de volver a mirarlo.
—No sé exactamente qué hago aquí —confesó—. Estaba regresando a casa y encontré la tarjeta en el suelo y antes de notarlo ya estaba sentada aquí.
El joven la evaluó unos cuantos segundos en silencio antes de volver a sonreírle.
—Aquí vienen los corazones que buscan amor —explicó—. Servimos un buen trago para calentar el alma y que esta sea capaz de encontrar lo que tanto busca.
Darlene contuvo la respiración ante esa relevación y observó de nuevo a las personas que estaban allí, cómo se reían, cómo hablaban, cómo se besaban… cómo se amaban.
—Entonces… —llamó el barman de nuevo—. ¿qué te gustaría beber?