La pócima de Cupido

Epílogo. Amor de alma

Cuando Darlene salió del baño ya no había rastro de lágrimas en su rostro, solo el enrojecimiento delator en sus ojos y nariz. Pensó en marcharse de inmediato a su casa, no estaba muy lejos de ahí y ya era tarde. Sin embargo, algo la impulsó a buscar al primer barman que la acompañó esa noche, agradecerle la paciencia, la calma y la amabilidad con la que la escuchó y animó durante esa noche que ya había sentido como una gran pérdida.

No obstante, él no estaba allí, solo el barman castaño que servía algunos tragos, pero era un poco más antipático.

Con decisión, se acercó hasta la barra y él la observó a la espera, como si ya se hubiera imaginado que iría por él.

—¿Dónde está el otro chico?

—Puedo servirte lo que quieras —ofreció, pero Darlene negó de inmediato con la cabeza.

—Quiero hablar con él —demandó y se molestó un poco por sonar tan maleducada.

Pero el castaño ni se inmutó ante su tono de voz.

—Está fumando afuera.

—Gracias.

No se quedó a oír lo que tenía para decir, salió fuera y buscó en el callejón al lado del bar donde había una pequeña luz de un farol iluminando en el fondo de este a un chico rubio que fumaba y lucía pensativo.

Darlene se adentró al callejón sin dudarlo y él no tardó en notar su presencia, pero ella solo se detuvo cuando estuvo frente a él.

—No encontré lo que buscaba esta noche —contó de pronto—, pero quería agradecer tus palabras y amabilidad. Me ayudaron mucho a entender que no es necesariamente mi culpa el no recibir lo que estoy dispuesta a dar. Tal vez ya lo sabía y no quería admitirlo porque era más fácil responsabilizarme para intentar arreglarlo. Pero entendí que no se trata solo de lo que los demás ven en mí, sino también de lo que yo soy capaz de ver, incluso cuando no estoy viendo.

El barman sonrió de lado ante sus palabras.

—Así se habla.

Darlene sonrió y volvió a sentirse un poco tímida antes de retomar su discurso.

—Creo que todo lo que ocurrió allí no es mi estilo —mencionó jugando con sus dedos—. Me dan un poco de miedo las cucarachas y no sé si sobreviviría a ver a otro hombre convertirse en una.

El chico asintió sin quitar la sonrisa de su rostro y Darlene se sintió muy a gusto por la forma en que la estaba escuchando.

—Dicen que si la pócima de Cupido no funciona es porque antes de beberla ya habías encontrado lo que buscabas —indicó—. Tal vez…

—¿Estás seguro de que no nos conocíamos antes?

Él rio tan cautivador como al principio de la noche y apagó el cigarrillo antes de tirarlo al basurero que estaba cerca de ambos. Entonces le mostró su dedo índice.

—Una pregunta —dijo—. ¿Qué clase de amor estás buscando?

Ella lo observó con cierta desconfianza.

—¿Me convertiré en una cucaracha si no respondo bien?

Él sonrió travieso y pasó una mano por sus rulos rubios.

—Tal vez Cupido pueda perdonarte.

Darlene asintió con la cabeza y no pudo evitar mirar la mano de él y recordar cuán contenida se sintió cuando esta la tocó. Respiró hondo sintiendo que el corazón se le llenaba de cosquilleos.

—El amor que no necesitas ver porque es suficiente con sentirlo, con saber que está ahí y que siempre lo estará porque no tiene otra intención más que la de quedarse contigo y ser devoto a ti. Es darlo todo y ser feliz con hacerlo porque no importa cuándo, cómo o dónde, siempre tendrás la certeza de que te corresponderán si estás en el corazón correcto.

La joven miró al barman a los ojos un poco sonrojada luego de dar semejante discurso sobre el amor. Esperó una risa de su parte, una burla o tal vez un poco de desdén. Pero él solo acercó su mano a su mejilla para acariciar suavemente su piel. Sus manos eran cálidas ante el frío, suave ante la aspereza.

—Te encontré.

Darlene se sorprendió ante ello, pero antes de poder responder lo vio acercarse a sus labios. No lo pensó demasiado antes de besarlo, antes de que aquella calidez la abrigara, antes de que las mariposas y las palomas volaran en festejo a su alrededor. La joven sintió su corazón lleno, como si tuviera finalmente todo lo que buscaba en ese beso, como si aquella calma que había sentido en cada palabra compartida con él estuviera cubriendo cada desilusión y cada tristeza que la habían acompañado hasta llegar a ese momento.

No pudo evitar reír entre los labios de él mientras lo seguía besando para aferrarse a aquel sentimiento del que no se había considerado ser merecedora.

—No me has dicho tu nombre —recordó mientras él la observaba con absoluta adoración.

—Cupido —respondió—. Mi nombre es Cupido.

Ella se sorprendió y luego lo observó con cierta desconfianza.

—¿Como…?

—Exactamente, Darlene.

—Sabes mi nombre.

—Llevo mucho tiempo buscándote —recordó antes de volver a besarla—. Η ψυχή μου.

Traducción: Mi alma




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