La pócima de Cupido

II. Último aroma a amor

¿Ramo nuevo? ¿Ramo viejo? ¿Abrazar la costumbre? ¿Iniciar una nueva tradición?

Dalia repasó en su cabeza una y otra vez lo que había aprendido sobre las flores. No le importaban las flores, no eran lo suficientemente bellas para capturar su atención, pero siempre había apreciado la manera en que iluminaban a Floria cuando las recibía de regalo.

Detestaba que fueran tan frágiles, que se marchitaran en cuestión de días, que fueran tan caprichosas con sus cuidados. Probablemente era uno de los pocos temas de conversación en los que no escuchaba a Floria con la suficiente atención.

Aun así, siempre había sido capaz de reconocer las flores que se mezclaban en el perfume de su novia: jazmines y magnolias. Era un aroma suave, pero envolvente y muchas veces había deseado quedarse pegada a la piel de Floria para conservar un poco más de él. Durante las primeras semanas luego de su muerte, Dalia pudo atesorar la fragancia en su ropa, en su cama, pero pronto se marchó y nunca se animó a volver a buscarla, muy en el fondo existía la pregunta de si extrañaba de verdad esa fragancia o solo a la persona que se había adueñado de ella.

Las rosas blancas atraparon sus recuerdos dulces y fueron a las que Dalia se aferró en cada visita al cementerio, recordando cuánto amaba recibirlas Floria en cada cumpleaños, en cada aniversario, en cada pequeña o gran fecha de celebración que su novia recordaba. Hacía dos años que se habían convertido en una tradición íntima entre ellas dos el ir a la florería, comprar el ramo y luego compartir algunas palabras y lágrimas junto a su lápida.

Los cumpleaños no habían cambiado, los aniversarios no habían cambiado. Pero algo lo había hecho. Y ella no entendía qué había sido. Solo que esa vez algo en la idea de llevarle rosas blancas a Floria no acababa de gustarle.

Recordó demasiadas veces lo que había escuchado en su anterior visita a la florería, la recomendación de la mujer desconocida, las palabras de la florista.

Por primera vez había abandonado su jean oscuro, sus camisetas estampadas con bandas de rock y había elegido usar un vestido blanco que caía delicado hasta sus rodillas, tenía unos ligeros tirantes, aunque sus zapatillas negras la seguían acompañando.

Había peinado su cabello en una media cola, dejando que los rizos caigan con movimiento, mientras que sus ojos llevaban una ligera sombra clara y máscara de pestañas que había combinado con un brillo en los labios. Justo como Floria adoraba verla para sus citas de picnic.

El día estaba más soleado de lo que habría esperado y cuando entró a “Un pedazo de paraíso” escuchó el llamador de la puerta anunciando su entrada. Los colores en las flores la recibieron con alegría, aunque ligeramente más pálidos que la semana anterior.

La joven de cabello rosa apareció con una deslumbrante sonrisa, en esa ocasión llevaba dos trenzas y algunos mechones de cabello sueltos en la frente. Tenía un vestido amarillo con flores blancas y una pulsera con una rosa que siempre llevaba consigo en todas las veces que la había visitado.

Se vio sorprendida cuando la reconoció.

—¡Qué bonita! —señaló con una gran sonrisa—. ¿Es una ocasión especial, Dalia?

—¿Sabes mi nombre?

La chica de pelo rosa mordió su labio inferior como si acabara de cometer una indiscreción y miró hacia las tarjetas de dedicatoria que estaban a su lado para quitarle importancia.

—Por supuesto, hace dos años que compras todas las semanas aquí y pagas con tu tarjeta de crédito —indicó antes de regresar sus ojos a ella—. No he tenido clientes tan fieles como tú en mucho tiempo.

—¿Por qué?

—Muchas veces solo es necesario comprar un ramo.

La morena se acercó al mostrador y observó sus ojos marrones con curiosidad. Había algo en la joven de pelo rosa que siempre la hacía sentirse cómoda, era lo que consiguió que vaya tantas veces en búsqueda de sus ramos, pero nunca entendió muy bien qué era.

—Nunca escuché tu nombre.

—Dita es como suelen llamarme —apuntó con amabilidad—. ¿Vienes por tu ramo de rosas blancas?

Dalia dio una mirada larga a las flores dentro del negocio y pudo encontrar las rosas blancas, pero también vio margaritas, vio lirios, girasoles y otras flores más que no sabía el nombre, aunque le parecieron bonitas.

En una de las paredes, vio el cartel sobre las flores de septiembre, el festival al que la habían invitado y para el que aún faltaban algunas semanas.

Pero había algo más ahí, algo que no le dejaba responder que quería el ramo de rosas de siempre. Algo le pedía ser buscado, como si se estuviera escondiendo entre pétalos, espinas y aromas, pero no podía dar con una respuesta correcta, era como si el mundo se detuviera de un momento a otro.

“En tu próxima visita pide por “Los cisnes de Afrodita”.

Respiró hondo, tomando coraje para un cambio para el que no sabía si estaba preparada.

—No —respondió antes de volver a cruzar sus ojos alegres y curiosos—. Quiero “los cisnes de Afrodita”.

Dita alzó sus cejas con sorpresa y luego la miró de una forma más analítica.

—¿Estás segura?

Dalia se acercó un paso a ella, intentando verse firme y disimular el hecho de que le temblaba hasta el alma. Sentía miedo, no sabía por qué, solo estaba pidiendo un ramo diferente… pero algo en romper esa tradición la rompía a ella también.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.