Sus piernas se movieron solas hasta llegar al destino indicado. Dalia sintió que se encontraba en un sueño, estaba hipnotizada con aquel aroma tan familiar, tan lejano, que por un momento se preguntó si aquel encuentro era posible porque ella también se había marchado.
Las lágrimas de emoción caían por sus mejillas y tocaban sus manos y algunos pétalos del ramo de flores. Su corazón latía con tanta prisa, necesitaba llegar primero que nadie, aún no estaba segura de que aquello fuera real, de que en verdad podría ver a su preciosa Floria, pero algo la mantenía en una nube, quizás fueron las palabras de Dita quien había acompañado su silenciosa tradición en esos dos años, o tal vez solo el presentimiento real de que el amor no se había extinguido con la muerte de Floria.
Trató de contenerse y se limpió las lágrimas antes de entrar a la cafetería. Hizo memoria para recordar las indicaciones de Dita y se acercó al mostrador, donde estaba un hombre de cabello oscuro e impresionantes ojos azules hablando con una mujer pelirroja de baja estatura que parecía estar burlándose de él.
El primero en notarla fue el hombre que centró sus ojos azules en ella y luego en su ramo, por un momento, Dalia creyó ver un brillo rosa en sus irises.
—¡Bienvenida! —saludó la mujer con energía y calidez—. ¿Te gustaría reservar una mesa?
Dalia abrió la boca para responder pero sintió que las palabras morían en su garganta.
—Ella no viene por eso —señaló el hombre que observó su collar antes de regresar la atención a su ramo de flores—. Has pedido Los cisnes de Afrodita.
La joven se sorprendió por su afirmación antes de asentir y abrazar el ramo con más fuerza y aferro. Sus ojos no se apartaron del hombre que la estudiaba con expresión seria y monótona.
—Ella dijo…
—Tú eres Dalia —interrumpió cruzándose de brazos, ambos llenos de tatuajes con espinas, flechas, cuchillos y algunos más escondidos con flores y mariposas.
—¿Cómo lo sabes?
El hombre suspiró antes de tomar una bandeja y hacerle una seña con la cabeza. La joven observó a la mujer pelirroja que le sonrió de manera melancólica antes de animarla a seguirlo.
Atravesó una división de puertas corredizas que no parecían aptas para todo público y entonces se acercó a una mesa pequeña y corrió una silla. Dalia se acercó con dudas y sintió que las puertas se cerraban detrás de ella.
—¿Cómo sabes mi nombre? —inquirió cuando se encontró frente a él.
Vio un ligero amague a sonrisa en la comisura derecha.
—Sabía que ibas a venir —respondió con voz profunda—. Mi mujer te envió.
Dalia sintió que se le cortaba la respiración. ¿Dita estaba casada? ¿Y por qué le sorprendía tanto? Quizás era porque nunca le había visto un anillo en su dedo, quizás porque nunca pareció hablar de un hombre en su vida… o tal vez nunca habían hablado tanto como en sus últimas visitas.
—Oh, eres el esposo de Dita —señaló intentando sonreír, aunque seguro se vio más como una mueca.
El hombre rio por lo bajo mientras negaba con la cabeza.
—Que los dioses me libren —murmuró—. Ella no es mujer de nadie.
Dalia frunció el ceño mientras tomaba asiento.
—Pero ella fue quien…
—No, Dita se encargó de ti después —indicó corriendo la silla frente a ella—. Mi mujer fue quien te envió por los cisnes de Afrodita.
Dalia intentó recordar a la otra muchacha que la envió por aquel ramo tan especial… y entonces recordó cuando la semana pasada una chica le habló antes de entrar en la florería y le recomendó otro ramo y le dio una tarjeta para…
—Ella —recordó mirándolo a los ojos—. Me invitó a venir aquí.
—Y te dejó su marca para que yo la viera —concluyó antes de sentarse frente a ella—. Dalia, vienes a sellar ese amor que se fue y a comenzar de nuevo. Para hacerlo, tienes que estar dispuesta a escuchar a Floria. Su lazo está roto y debe repararse antes de partir, para eso tendrás que seguir con su último requisito.
Su corazón se agitó en anticipación como si el tiempo no hubiera pasado, como si estuviera por encontrarse con Dalia frente a ella luego de un día normal. De pronto, se sintió nerviosa, las manos le sudaban y sus dedos estaban inquietos, no sabía si tomar el ramo o dejarlo descansar allí, no sabía si estaba vestida como debía, si estaba en la posición que debía. También se preguntó qué podría llegar a pedirle Floria, qué se necesitaba para reparar ese lazo que estaba roto.
Ante su inquietud, el hombre posó su mano sobre la suya para obtener otra vez su atención. Nuevamente, fue testigo de aquel brillo rosa que parecía acompañar a las personas que conocía últimamente.
—Dalia, tanto mi mujer como yo tenemos el deber de ayudarte a sanar ese corazón. Si estás aquí en este momento, es porque Dita también lo cree, contamos con su permiso y esto…
—¿Por qué? —interrumpió sin poder contenerse—. ¿Quién eres tú? ¿Por qué es tan importante esto para ustedes?
El hombre suspiró, pero su mirada no perdió intensidad en ningún punto.
—Mi nombre es Anteros, soy el dios de los amores no correspondidos, y junto a Desiree, mi mujer, nos encargamos de ayudar a sanar a los corazones rotos —explicó antes de extender su otra mano y hacer aparecer un florero de vidrio con agua—. Trabajamos en conjunto con Dita para casos especiales donde el amor no se extingue con la muerte del amante.