La poderosa y divertida sangre de Missasar

Prólogo

Medianoche, el bosque y la niña.

Era un mal augurio, pensaba el precavido vampiro.

La noche le era una perfecta cómplice para escabullirse entre la tenebrosa oscuridad; sin embargo, para esa bebé, solo significaba el triste velo que cubriría su muerte.

Taciturnos y callados dos vampiros caminaban detrás de aquel imponente sangrepura, él era su maestro, su señor, el que los había convertido. Caminaban formando un triángulo con sus ligeros y rápidos pasos, que no perdían la armonía en cada movimiento. Las tres capas chocaban contra el aire y su contacto producía el feroz rugido de un azote.

La carretera estaba abandonada y no parecía que alguna comunidad de humanos habitasen por lo menos en un kilómetro a la redonda.

Aquella niña casi cubierta con endebles mantas, que amenazaban con deslizarse de su piel y volar con el viento, comenzó a llorar. El gran árbol a su lado no podía protegerla contra el frío y la humedad tentaba con hacerla dormir para siempre. Seguramente, algún humano la había arrojado a su suerte. Tendría por lo menos tres días de nacida y su sangre roja y nueva, que circulaba por su pequeño cuerpecito, llamaba a los tres vampiros, para su suerte, ellos no estaban sedientos.

A cien metros de distancia ellos ya habían sentido a la pequeña humana y cuando pasaron por su lado -a escasos cinco metros- sintieron, además, las ganas de vivir de esa sangre.

El maestro siguió su camino, ignorando a la pequeña niña que pronto moriría. Era un vampiro noble, de alcurnia, jamás bebería de un humano indefenso. ¿Pero los otros dos pensaban igual?

Idris se detuvo al ver a sus sirvientes detenerse. Sin mover ningún músculo de su bello rostro y conservando su gélida y azul mirada, les preguntó:

— ¿Por qué se detienen? Llegaremos tarde a la reunión de los líderes. Abel, Sara ¿qué ocurre? —replicó endureciendo su voz ante la desobediencia de sus sirvientes.

La vampiresa fue hasta la niña y la sujetó entre sus brazos, sus ojos centellaron como si contemplaran un gran tesoro. ¿Anhelaban sangre?

No, en lo absoluto.

El vampiro de sangrepura que la observaba se quedó atónito pensando en ¿cómo era posible que una neosere no desee la sangre humana que estaba frente a sus ojos?

El intrigado vampiro siguió estático y esperó el movimiento de su otro sirviente, Abel, este siguió los pasos de su querida Sara y con esos secos, pero brillantes ojos observó a la niña moribunda que ya no tenía fuerzas para llorar ni clamar por su vida.

— Es hermosa —susurró mostrando una sonrisa. Una de las cuales siempre intrigaba a un vampiro sangrepura. Sara le acompañó mostrando su hermosa dentadura; no obstante, ambos olvidaron una cosa: estaban bajo las órdenes de su amo y sería imposible pedir lo que ellos estaban anhelando.

— Dije que se nos hace tarde —inquirió el vampiro Idris. Con su poder podía hacer espabilar a sus sirvientes en un segundo, pero él no era de los nobles que recurría a esas artimañas, tenía su propio estilo de vida y sus propias convicciones. Exigía respeto y también lo otorgaba.

— Señor, sé que estaré siendo presuntuoso —dijo Abel—, pero no podemos dejar a esta niña aquí, mi humanidad no me lo permite.

— Tú ya no eres un humano, Abel —argumentó Idris—. Ni tú ni Sara. Ha pasado casi una centuria desde que los convertí y ¿aún crees que lo son?

Ambos neoseres bajaron las miradas, no se atrevían a mirar directamente a los ojos de su amo. Estaban siendo reprendidos por él y muy pocas veces ocurría eso.

— Aun así —volvió a repetir Abel—nosotros...

Idris clavó su mirada en ellos, la agudizó. Mirarlo directamente podía ser cautivador, pero si él, quería, podía matarlos.

Sara se arrodilló con la bebé en brazos, esto tal vez le costaría su sangre, pero como lo había dicho su esposo, su humanidad no les permitía abandonar a una dulce e indefensa niña, si lo hacían ella moriría sin siquiera haber vivido. Pero más que eso, Sara había alimentado el deseo de ser madre, no desde hace un lustro o dos, sino desde que fue una humana, pero la vida no se lo permitió.

— Permítanos cuidarla por esta noche y luego encontrarle un hogar, por favor, señor. Apelo a su misericordia, amo Idris de la casa de Missasar.

Al instante Abel imitó a Sara y juntos esperaban, con las cabezas agachadas, la respuesta de su amo.

— Está bien. Ustedes son mis únicos sirvientes no puedo darme el lujo de matarlos a unas horas de la reunión. Además, no creo que esa niña humana sobreviva. Yo me adelantaré y los encontraré en doce horas, en el salón. Tienen ese tiempo para deshacerse de esa criatura.

El joven vampiro partió, su rostro no se había perturbado, las líneas de su piel parecían no haber sido usadas. Todo en él estaba imperturbable, hermoso, nuevo, como una estatua de mármol recién terminada.

Agradecidos, la pareja neosere partió hacia el pueblo más cercano con la intención de cumplir con la orden de su maestro, la cual no era muy grata para ellos ya que hubiesen deseado pasar un poco más de tiempo con esa niña.




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