Estoy arropada en mi cama, he contraído un fuerte resfrío y no era para menos con tal exposición al fuerte frío.
No iré al colegio por dos días según lo que decidió papá. Lo peor es que la nariz me gotea y tengo, como diría Lila, pollitos en mis bronquios. Siendo más directa, hablo de la flema.
Alguien de improviso llama a la puerta y doy mi permiso para que entre, estoy segura que es Sebastián.
— Ya me voy —me dice con una terrible culpa en su rostro, ni siquiera la oculta. No me gusta que las personas sientan lástima por mí, me enferma más de lo que ya lo estoy. Él está asomándose por mi puerta y solo puedo ver la mitad superior de su inclinado cuerpo.
— Si vuelves a poner esa cara te golpearé —amenazo. Sebastián suelta la manija de la puerta y se endereza. Camina hacia mí con aplomo y se sienta en mi cama. Yo no dejo de fulminarlo con mi mirada. Cómo quisiera tener rayos láser en mis ojos en estos momentos— ¿Qué? —replico porque él se queda viéndome con cara de tonto sin decir nada, aunque a leguas se ve que quiere preguntarme algo.
— Riley... Si tus padres son vampiros y sabes lo beneficioso que puede ser este estado... ¿No has pensado en convertirte? —pregunta con delicadeza y un poco de temor. Me toma por sorpresa su pregunta, pero es de esperarse que haya llegado a esa conclusión si ve a una chica enfermiza como yo, que tiene a la mano la inmortalidad y la salud solo con una mordida.
— Pues... —susurro y siéndole muy franca, seguramente, por el estado sensible en el que estoy, le confieso algo muy íntimo— No negaré que se me ha cruzado por la cabeza, pero... Mi madre siempre me miraba dulcemente y acariciaba mis mejillas por la noche. Me decía que le encantaba el calor que emanaba de mí. Se sentía orgullosa de mi sola existencia y mi calidez... Siempre he sufrido ataques de asma o gripes que me tumbaban en la cama por días; todo por la debilidad de mis pulmones y mis defensas. Aun así ella me cuidaba con amor. Luego de mis doce años cuando ellos me confesaron que eran vampiros, también tuve sucesivos ataques de asma y en uno de mis arrebatos ocasionados por el dolor que sentía, les pedí que me convirtieran en uno de ellos; pero mamá se encerró conmigo en mi habitación, me cambió, me acurrucó y se echó a mi lado a pesar que yo no dejaba de llorar y exigirle que me convierta para ya no tener asma, ni gripe ni neumonía. Pero ella dulcemente me tranquilizaba y me decía que le gustaría verme crecer y hacer amigos. Me contaba lo feliz que le hacía verme correr en el parque y lo triste que se ponía al verme caer y llorar, pero todo eso era parte de lo que era y me hacía hermosa: una humana, una humana que estaba viva y tenía millones de posibilidades de hacer cosas maravillosas con ella. Me dijo, también, lo bello que era tener una familia y me agradecía a mí por eso. Le encantaría- aseguró mirándome tristemente- verme a mí tener una familia como ella la tiene, porque amaba la vida y me amaba mí. Tal vez convirtiéndome en un vampiro ya no tendría que preocuparme por mi salud, pero a cambio, tampoco me preocuparía por dormir, por soñar. Ya no tendría metas, ya no tendría familia, ya no vería a mis amigas porque ellas morirían mientras yo aún estaría viva y con la misma edad —me explayo mucho contándole, pero no puedo omitir a mi madre de mis recuerdos—. Así que, medité por esa noche y me di cuenta que estaba viva por algo y si mi enfermedad aún no me había matado era porque soy fuerte y algo más me está esperando, solo debo ser aún más fuerte y tener los ojos abiertos para saber qué ese "algo". Soy una humana, nací así y moriré siéndolo. Eso pensé y eso pienso ¿Por qué convertirme en vampiro? Más bien, yo me pregunto, ¿por qué dejar de ser humana? No sé si me entiendes...—le digo mirando sus fríos y verdes ojos que chispeaban entre la tenue luz producida por mi lámpara.
— Te entiendo perfectamente, Riley —responde con una melancólica voz que me conmueve—. Yo fui humano también.
Tuerzo una sonrisa triste y le digo— Buenas noches, Seb. Ya voy a dormir.
Sebastián sonríe y se queja por haberle llamado "Seb", no le agrada demasiado ese nombre que le ha sido dado por Missasar. Sebastián se levanta de mi cama y abre mi puerta para salir, pero regresa sus pasos y me pregunta socarronamente— Entonces crecerás y algún día esperarás casarte con alguien para formar una familia... Seguro que quieres que el hombre que te ayude en ello sea Ronny Samuels —dice con un divertido tono, pero eso a mí no me causa más que un disgusto, no porque no lo quiera, sino porque me da vergüenza. Le lanzo un almohadazo y él cierra la puerta con fuerza dejando atrás sus burlonas carcajadas.
Suelto un cansado suspiro y me acurruco en mi cama. Papá saldrá del trabajo todavía a las nueve y no tengo ganas de cenar. Missasar no ha venido a verme desde que me dejaron en mi habitación, seguro siente culpa también.
No tiene por qué tenerla...
Una persona tiene altibajos como las montañas, como el mundo. Esto es parte de nosotros y con lo que lidiamos cada día. Missasar debe saberlo.
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Editado: 25.03.2019