Elena nunca se sintió especialmente supersticiosa. Las historias de fantasmas y demonios le parecían simples invenciones para entretener a mentes ociosas, y el único "mal" en el que creía era el que la gente misma provocaba. Pero esa perspectiva empezó a desmoronarse cuando encontró un antiguo diario en una venta de antigüedades una fría noche de octubre.
El diario estaba cubierto de un polvo espeso y su lomo gastado apenas sostenía las páginas, amarillentas y quebradizas por el tiempo. Sin embargo, algo en él la atrajo de inmediato: tal vez fue la extraña sensación de calor que le transmitió al tocarlo, o la caligrafía elegante y fina que aparecía en la primera página, con una inscripción que decía: "Para mi amada Lidia, que incluso en el otro mundo es mía".
Intrigada y sin saber por qué, Elena lo llevó a su departamento. La primera noche, se propuso solo hojear un par de páginas antes de dormir, esperando hallar una simple historia de amor antigua. Sin embargo, lo que encontró fue la confesión apasionada y desesperada de un amor que trascendía la muerte, relatada por alguien que parecía haber hecho un pacto con algo oscuro para retener a su amada junto a él, sin importar las consecuencias.
Pero la lectura no fue lo único que la atrapó esa noche. Al cerrar el diario y apagar la luz, un extraño sueño la invadió: estaba en una oscura habitación, donde una figura masculina, envuelta en sombras, la miraba con ojos que parecían arder en llamas rojas. Su voz suave y envolvente le susurraba palabras de amor y promesas de una eternidad juntos.
Cada noche que pasaba, Elena se sumergía más en las páginas y en la presencia de aquella figura, que en cada sueño se volvía más tangible, más real, más peligrosa. Pronto, descubriría que ese amor desesperado y prohibido no pertenecía solo al pasado… sino que había regresado, y esta vez la quería a ella.