La noche era fría y silenciosa. La tenue luz de la lámpara iluminaba las primeras líneas del diario que Elena sostenía en sus manos, cada palabra atrapándola en una especie de hechizo inquietante. Sentada en el borde de su cama, comenzó a leer lentamente, cautivada por la historia que aquel antiguo cuaderno parecía querer confesar.
"28 de octubre. Hoy descubrí la forma de retener su alma. A pesar de la condena que me espera, no puedo permitir que Lidia me abandone."
Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo perturbador en la desesperación de aquellas palabras. Mientras sus ojos recorrían la página, notó algo extraño: un leve aroma a rosas y cenizas se desprendía del diario, tan sutil que parecía un espejismo. Cerró el libro, sintiendo el peso del misterio en cada fibra de su ser.
Al apagar la luz y deslizarse bajo las sábanas, trató de convencerse de que solo era un diario antiguo, una historia de amor malogrado escrita por alguien que tal vez había perdido la razón. Sin embargo, al cerrar los ojos, la imagen de un rostro masculino comenzó a formarse en su mente: ojos profundos y oscuros, con una intensidad que parecía atravesar sus pensamientos.
Apenas pasada la medianoche, Elena se despertó de golpe, sintiendo que alguien la observaba en la penumbra de su habitación. Contuvo la respiración, incapaz de moverse, mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad. No había nadie allí, pero el aire se sentía denso, cargado de una presencia invisible.
Su teléfono vibró sobre la mesita de noche, interrumpiendo el inquietante silencio. Era un mensaje de su amiga Carla, quien, casualmente, le había sugerido la tienda de antigüedades donde había encontrado el diario:
"¿Qué te pareció el libro? Dicen que tiene una historia... especial."
Elena dudó antes de responder. Algo en ese mensaje la perturbó, una intuición que no podía sacudirse. Escribió de regreso:
"Tiene algo... extraño. ¿Sabes algo sobre su dueño anterior?"
La respuesta de Carla llegó de inmediato:
"No sé mucho, solo que lo encontraron entre las pertenencias de un hombre que... no tuvo un final feliz."
Elena cerró el teléfono, sintiéndose extrañamente vulnerable. Decidió no pensar más en el diario esa noche, pero en el fondo sabía que algo había cambiado. No era solo la historia en sus páginas, sino la sensación persistente de que había despertado algo, una presencia que parecía no tener intención de dejarla en paz.
A lo lejos, una ligera brisa hizo crujir la ventana, y un susurro apenas audible pareció llenar el silencio: "Te estaba esperando..."