Esa noche, Elena no pudo conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, sentía que alguien estaba allí, en la penumbra de su habitación. Recordó los relatos de espíritus que se aferraban a objetos personales y sintió una punzada de arrepentimiento por haber traído ese diario a casa.
Finalmente, agotada, se quedó dormida. No pasó mucho tiempo antes de que los sueños la alcanzaran, sueños oscuros y pesados en los que una figura masculina la seguía sin cesar, observándola con una mezcla de deseo y desesperación. En su sueño, ella caminaba por un bosque en penumbras, y aunque avanzaba cada vez más rápido, la figura siempre estaba detrás de ella, cada vez más cerca.
De pronto, tropezó con algo en el suelo y cayó de rodillas. Sentía su respiración en el cuello, como si estuviera justo detrás. Cuando alzó la vista, vio un rostro pálido y marcado por cicatrices, que le sonreía de manera perturbadora.
“Lidia…” La voz del hombre era un susurro, pero resonaba en su mente con una claridad aterradora. “Al fin te encuentro.”
Elena despertó con un sobresalto, cubierta de sudor frío. Por un momento, no supo si aún estaba en el sueño o en su habitación. Todo estaba oscuro y en silencio, pero una sensación de peligro latía en el ambiente. Al mirar hacia la esquina de su cuarto, notó una sombra inmóvil. Parecía la silueta de un hombre.
Parpadeó, y la figura desapareció. Respiró hondo, tratando de calmarse, pero cuando miró hacia la mesita de noche, notó que el diario estaba abierto, como si alguien lo hubiera hojeado mientras dormía.
Una mezcla de miedo y curiosidad la impulsó a acercarse. Las páginas abiertas mostraban una anotación que no recordaba haber leído:
"Te observo incluso cuando no puedes verme. La oscuridad siempre revela los secretos del corazón, y tú has empezado a abrir el tuyo para mí. No temas, Lidia, el destino nos unirá tarde o temprano."
Un escalofrío recorrió su cuerpo. La caligrafía era distinta, más reciente, como si alguien la hubiera escrito esa misma noche. Era imposible, pero allí estaba, como una advertencia grabada en el papel.
Elena cerró el diario, intentando no perder la calma, cuando de repente su teléfono sonó, rompiendo el silencio. El mensaje era de Carla:
"Hoy, alguien me miraba en la tienda. Un hombre con cicatrices en el rostro… Dijo que solo quería saber si tú también sientes que te observa..."
Elena dejó caer el teléfono. Algo más allá de su comprensión estaba sucediendo, y el diario parecía ser solo la entrada a un peligro que iba más allá de cualquier historia de terror. Algo, o alguien, había cruzado la línea entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y había venido por ella.