Los días siguientes fueron una mezcla de miedo y obsesión para Elena. A pesar de las advertencias de sus propios instintos, no podía dejar de leer el diario. Algo en las palabras del autor la atraía, como si cada página contuviera un secreto que le susurraba al oído, incitándola a continuar.
Sin embargo, con cada lectura, las experiencias extrañas en su casa comenzaron a volverse más intensas. Las luces parpadeaban sin razón, sombras fugaces cruzaban su visión, y la sensación de ser observada se hizo constante, como si alguien estuviera al acecho en cada rincón oscuro de su departamento.
Una noche, mientras se disponía a leer un nuevo fragmento, el aire en la habitación pareció cambiar de temperatura, volviéndose helado. Elena se detuvo, los dedos temblando sobre el borde del libro. Un susurro suave, apenas audible, llenó el espacio alrededor de ella.
"Lidia… Te he encontrado."
Elena sintió que la sangre se le helaba. Su instinto le decía que huyera, que saliera corriendo de aquel lugar, pero sus piernas estaban clavadas al suelo. La voz, susurrante y envolvente, se acercó cada vez más, llenando la habitación.
"¿Por qué me evitas?" continuó la voz, casi melancólica, como si hablara desde algún rincón de su propia mente.
Ella cerró los ojos, tratando de calmarse, de convencerse de que todo era producto de su imaginación, de las palabras perturbadoras del diario y su propia sugestión. Pero al abrirlos de nuevo, su reflejo en el espejo la observaba con una expresión que no reconocía. No era su rostro. La mirada era distinta, como si sus ojos estuvieran llenos de una desesperación ajena, antigua.
Rápidamente apartó la vista y se cubrió el rostro con las manos, intentando no dejarse llevar por el pánico. En medio de ese momento de terror, recordó algo que Carla le había dicho: a veces, el pasado dejaba huellas en los objetos que los vivos podían encontrar. Tal vez, aquel diario era una puerta a un fragmento de ese pasado, uno que nunca debió ser abierto.
Decidida a romper el ciclo, Elena apagó la lámpara y cerró el diario, guardándolo en un cajón con llave. Tal vez, pensó, con el diario lejos de su vista, podría recuperar la paz. Pero en el fondo, sabía que era demasiado tarde para eso.
Esa misma noche, cuando por fin se quedó dormida, tuvo un último sueño que le dejó una inquietud helada. Se encontraba en una oscura habitación iluminada solo por una tenue llama, y frente a ella, la figura de un hombre de rostro desencajado, con cicatrices que cruzaban su piel, sonreía con una devoción aterradora.
"Prometiste que no me abandonarías, Lidia." Su voz era un eco sombrío en la oscuridad. "Y no te dejaré ir."
Elena despertó, con la respiración entrecortada, y en la penumbra, notó algo extraño: el cajón donde había guardado el diario estaba abierto.
Alguien, o algo, no estaba dispuesto a soltarla tan fácilmente.