La Posesión de la Medianoche

Capítulo 8: Ecos en la Oscuridad

Esa noche, Elena apenas logró dormir. Cada vez que cerraba los ojos, sentía como si un torrente de recuerdos ajenos intentara abrirse paso en su mente, una energía sombría que parecía estar esperando el momento preciso para manifestarse.
Finalmente, cuando el sueño la venció, no fue para ofrecerle descanso. En su mente se desplegó una visión tan vívida que le hizo dudar si seguía en su habitación o en algún rincón olvidado del tiempo. La imagen de una habitación oscura y sofocante apareció ante ella. Reconoció aquel lugar de inmediato: el sótano del edificio abandonado, pero esta vez no estaba vacío.
Elena—o más bien, Lidia—se encontraba en el centro de la sala, con el rostro marcado por el miedo. Alrededor de ella, sombras sin rostro parecían observarla, susurrando palabras que no lograba comprender. Y allí, frente a ella, estaba el hombre con las cicatrices, quien la miraba con una mezcla de amor y odio.
—¿Por qué me hiciste esto? —murmuró la voz de Lidia, temblorosa y al borde del llanto.
Él se acercó con pasos lentos, y su mirada mostraba algo más oscuro, una obsesión insana que se confundía con el dolor.
—No fue mi culpa, Lidia. Solo quería que estuvieras conmigo. Pero tú… tú quisiste huir. —Su voz era un susurro suave, y sus ojos, llenos de una rabia fría—. Te advertí que no dejaría que me abandonaras.
Lidia retrocedió, aterrada, mientras los murmullos de las sombras aumentaban de intensidad, rodeándolos. Él levantó una mano, y las sombras parecieron obedecerle, avanzando hacia ella como si quisieran fundirse con su piel. El miedo la paralizaba; sentía que el lugar entero se cerraba sobre ella.
De repente, la visión cambió, y Elena se vio a sí misma en una escena distinta. Lidia estaba en un callejón oscuro, luchando por escapar de las manos que intentaban atraparla. Los pasos resonaban tras ella, cada vez más rápidos y pesados. Sabía que el hombre la seguía, y que, aunque corriera, no podría huir de él.
En el borde de sus pensamientos, una voz le susurraba al oído: “Siempre sabré dónde encontrarte.”
Elena despertó sobresaltada, con el corazón latiendo con fuerza y un sudor frío cubriéndola. Podía sentir el dolor y el terror de Lidia, como si hubieran sido suyos. Sabía que el espíritu de aquel hombre estaba tan obsesionado con Lidia que la había perseguido incluso después de la muerte. Y ahora, Elena estaba atrapada en su ciclo de desesperación y venganza.
Durante los días siguientes, las visiones y pesadillas se intensificaron. Cada vez que cerraba los ojos, era testigo de los últimos momentos de Lidia: los encuentros furtivos, los miedos, los secretos que se susurraban en pasillos oscuros y, finalmente, el terrible final que la aguardaba. A veces, al despertar, sentía que aún podía oler el aroma de la humedad del sótano, o el tacto de unas manos heladas sobre su piel.
Una noche, sin poder soportarlo más, buscó ayuda en el diario de nuevo, esperando que las palabras que tanto la aterraban pudieran también darle una pista para entender el misterio. Y así, al pasar las páginas, encontró una entrada que nunca antes había visto.
"He comprendido que no importa lo que hagas, Lidia. Te encontraré. Eres mía en este mundo y en el siguiente. No hay rincón de esta existencia donde puedas esconderte de mí."
Esas palabras la llenaron de un terror profundo, pues sabía que, de algún modo, él creía que Elena y Lidia eran una misma persona. Las páginas parecían gritarle, advirtiéndole que si no encontraba la forma de romper ese vínculo maldito, aquel hombre la arrastraría con él al mismo abismo en el que había encerrado a Lidia.
Aquella noche, Elena cerró el diario con manos temblorosas y, en un último intento por calmarse, volvió a dormir. Pero esta vez, la visión fue aún peor. En sus sueños, estaba en el sótano, y frente a ella estaba el altar improvisado de velas, ahora apagadas, y la imagen de Lidia carbonizada por el tiempo. Al mirar la foto, sintió un grito en su mente, una súplica desesperada:
"Por favor, libérame."
Elena despertó con el grito aún resonando en sus oídos. Ya no podía huir ni ignorar el pasado. Sabía que debía enfrentarse a la historia completa de Lidia y descubrir cómo romper esa maldición antes de que el hombre con cicatrices la alcanzara también.




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