Esa noche, Elena sintió que algo en su interior había cambiado. Las experiencias con el espíritu del hombre con cicatrices, y la fuerza que Lidia parecía haberle prestado, habían dejado una marca imborrable en su mente. Aunque había sentido la desaparición momentánea de su acosador, la presencia de Lidia seguía arraigada en su interior, como un eco persistente, imposible de ignorar.
A medida que los días pasaban, Elena comenzó a experimentar algo extraño. Pequeños detalles cotidianos—una canción que escuchaba en la radio, el olor de una colonia que no reconocía en su apartamento, una lágrima brotando de sus ojos sin explicación—la hacían sentir que Lidia estaba cada vez más presente. Parecía como si sus emociones estuvieran sincronizándose con las de aquella mujer trágica del pasado. Y, cuanto más trataba de ignorarlo, más intensamente sentía los impulsos y pensamientos ajenos, como si fuera un espejo de los sentimientos de Lidia.
Esa noche, mientras intentaba dormir, la misma pesadilla volvió a ella. Sin previo aviso, se encontraba nuevamente en el callejón oscuro. Pero esta vez, algo era distinto: Elena tenía un papel activo, como si viviera los recuerdos de Lidia con sus propios ojos, sin la barrera de los sueños. Podía sentir las palpitaciones, el terror y la desesperación por escapar del hombre que la seguía, esa sombra oscura con cicatrices en el rostro y el alma.
El hombre avanzaba hacia ella, y en su mirada había una furia contenida, una que parecía alimentarse de la misma vida de Lidia. En la esquina del callejón, Lidia—o Elena, ya no podía diferenciar quién era quién—tropezó, cayendo al suelo mientras sentía cómo se acercaba su captor. En su mente se repetían las palabras: "No soy tuya. No lo soy. Nunca lo fui."
Despertó de golpe, el rostro bañado en lágrimas y las uñas clavadas en sus palmas. Sintió el dolor, pero también algo más: la conexión con Lidia se había vuelto más intensa. Ahora, cuando cerraba los ojos, sentía que podía captar fragmentos de su vida, incluso momentos antes de su muerte. La visión cambió abruptamente, y de pronto se vio en un salón iluminado por una tenue luz, rodeada de rostros desconocidos y antiguos. Era la casa de Lidia, y a su lado estaba el hombre con cicatrices, mirándola con la misma obsesión fría y calculadora.
Esa noche no durmió más. Sabía que Lidia, de alguna forma, estaba dentro de ella, pidiendo ser escuchada, pero también sabía que aquello era peligroso. Se preguntaba cuánto de sí misma perdería si seguía cediendo a la presencia de Lidia en su mente. ¿Cuánto tiempo más podría soportarlo antes de que las líneas entre ambas se borraran por completo?
Al día siguiente, volvió a buscar a Teresa. La médium la miró con una preocupación palpable y le pidió que tomara asiento.
—Elena, he sentido la energía de Lidia en ti, —dijo, estudiando su rostro pálido—. Pero también siento que su presencia en tu vida no es solo un llamado de ayuda. Ella no quiere que descubras solo su muerte, sino que revivas todo lo que sufrió. Está arrastrándote a su infierno.
Elena asintió, con una mezcla de resignación y terror. Sentía que cada vez que cerraba los ojos, un fragmento de sí misma desaparecía en el abismo de la historia de Lidia.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó en un susurro. Teresa la miró con gravedad.
—Debes proteger tu mente, Elena. Pero también debes decidir hasta qué punto quieres ayudarla. Porque el vínculo que tienes con ella puede terminar consumiéndote.
Elena salió de la consulta sintiéndose aún más atrapada. Pero en el fondo sabía que ya no podía simplemente alejarse. Necesitaba resolver el misterio, entender lo que le había pasado a Lidia, incluso si eso significaba enfrentarse a los horrores que la aguardaban en los recuerdos de aquella mujer.
Esa noche, al llegar a su apartamento, una corriente fría recorrió su cuerpo. La luz parpadeó, y el ambiente cambió. Se giró y, en el espejo de la entrada, vio un reflejo que no era el suyo: era Lidia, con una expresión llena de tristeza y desesperación. Aunque no la escuchaba, podía leer sus labios moviéndose en silencio: "No me abandones."
Aquel encuentro casi la hizo gritar. Se tambaleó hacia atrás, cerrando los ojos con fuerza, y cuando los abrió, el reflejo había desaparecido. Sin embargo, el mensaje había quedado grabado en su mente, una súplica de ayuda y redención. Sintió que su conexión con Lidia se hacía cada vez más profunda, y temió no poder salir de esa espiral oscura.
Con una mezcla de terror y resignación, Elena supo que el único camino hacia su propia liberación era terminar lo que Lidia no pudo en vida. Debía desentrañar cada aspecto de su historia, soportar las visiones y confrontar la verdad, aunque eso significara arriesgar su propia cordura.