Por muy estúpido que parezca, decidí abordar esto desde un punto de vista científico y clasificar todo lo que me pasó en estos días, como lo hace la policía, y encontrar la causa. Saqué mi tablet y comencé a anotar todos los hechos que se repetían: la llamada de Miranda, el accidente con Agatha, su oferta para hacer el papel de su marido y el viaje a casa de su padre, donde siempre recibía un puñetazo en la mandíbula. Luego siempre pasaba la noche en un burdel. El resto podría cambiar, pero estos acontecimientos siempre estuvieron ahí.
Tratando de entender qué unía todo esto, comencé a recordar en detalle una conversación telefónica con mi amiga. Miranda me acusó de que mi madre afirmaba que su hijo era mío y esto provocó la indignación de su marido. Agatha, a quien golpeé con el coche, tenía una hija con un chico desconocido del hotel. Walter tenía ganas de darme un puñetazo en la cara por culpa de su hija. Lo principal de todos estos hechos fue el niño, salvo el burdel. ¿De repente me pareció que alguien estaba tratando de llamar mi atención sobre el niño? ¿Por qué? ¿Para qué? No tuve hijos, casi lo puedo jurar. No tuve muchas chicas, incluso en mi juventud, porque dedicaba mucho tiempo al estudio, y con los que estuve, nunca me olvidaba de la protección. Pero yo, como cualquier hombre, no podía estar cien por cien seguro de ello.
Madame Clarice también afirmó que encontraría no sólo a la chica de mis sueños, sino también una familia, y una familia, en mi entender, requiere un hijo. Como dijo la vieja bruja, Agatha era la chica correcta, lo que implicaba la posibilidad de que Botoncito fuera mi hija. ¡¿Esto es imposible?! ¡No me acosté con Agatha! Nunca la había visto antes y no creía en el nacimiento virginal. Pero por alguna razón, la tía de Agatha y esa pareja del centro comercial encontraron mi parecido con la niña. Dejando a un lado mis emociones, comencé a analizar con seriedad mi posible paternidad.
Estuve en el mismo hotel al mismo tiempo que Agatha. Yo, como ella, tuve relaciones sexuales esa noche. También tengo un tatuaje del nudo de Odín y ella tiene un vestido rojo. ¡Pero! Tuve relaciones sexuales con una prostituta rubia, que me mandó Cornelio, a quien difícilmente se podría llamar virgen. Aunque nunca había estado con vírgenes, tenía cierta idea de cómo se produce la desfloración: dolor, sangre y sin ganas de repetir. Pero yo definitivamente tuve relaciones sexuales con esa prostituta dos veces, porque ella insistió.
Intenté recordar detalladamente el rostro de aquella chica y cómo fue el sexo con ella esa noche. A lo largo de tres años se han borrado muchas cosas de mi memoria, pero lo principal que recordé era lo que esa noche, la segunda vez no usé condón. Solo había uno en el baño de mi habitación de hotel y como no esperaba tener sexo en absoluto, así que no los compré. Recuerdo cómo Sebas luego me regañó por ser descuidado y me obligó a hacer todas las pruebas posibles. Gracias a Dios no encontraron ninguna enfermedad “de amor”.
En ese momento surgió en mi cabeza el pensamiento de que todo esto explicaba una sola cosa. Esa prostituta pudo haber tenido un hijo conmigo y yo no lo sabía. No podía imaginar, que mi hija pudiera crecer en el mismo club de carretera, donde pasamos la noche, entre hombres lujuriosos y una madre intoxicada por las drogas. Abrí la guantera y comencé a buscar frenéticamente la misma tarjeta de presentación que una vez me había dado Cornelio. Para ser honesto, utilicé sus servicios un par de veces, aunque no para mí, sino para trabajo.
- Buenos días, Cornelio. Soy Fernando. – dije, cuando encontré su número de teléfono.
- ¿Buenos días, ¿cómo estás? ¿Necesita a mis empleadas otra vez? - preguntó inmediatamente, con voz alegre.
- No precisamente. Sólo necesito una.
- ¿Quien?
- La que me enviaste durante la fiesta de Mark Mille.
- Lo siento, no recuerdo exactamente que te envié a alguien, pero dame cinco minutos, llamaré a mi asistente y me enteraré de todo. - respondió.
- Bien. - Estuve de acuerdo y comencé a esperar su llamada.
En ese momento, por alguna razón recordé las palabras de la prostituta del club que era una peluca que la hacía pasar por rubia y mis pensamientos volvieron a Agatha. “Ella no sentía dolor porque estaba bajo los efectos de algún tipo de droga. ¿Y la sangre? No había sangre”, - pensé y de inmediato recordé que, por la mañana, cuando lo tiré a la basura, el condón era de un color extraño, pero no le di ningún significado. luego, encontré una pequeña mancha en la sábana, pero tampoco pensé en nada extraño. La prostituta me agarró las nalgas en un ataque de pasión y clavó sus garras en la piel, dejándome una pequeña cicatriz como recuerdo. Mis pensamientos fueron interrumpidos por una llamada de Cornelio.
- No te envié a nadie, había tanto trabajo en la fiesta que mis empleadas estaban todas ocupadas. ¿Quizás recuerdas su nombre? - preguntó.
- No. Está bien, ya no importa, - respondí y colgué.
Después de esta llamada, quedaban muy pocas dudas de que yo era el padre de Botoncito, y esto me hizo dar vueltas en la cabeza. Entonces, ¿qué pasa ahora? Necesito hacer una prueba de ADN, para estar seguro cien por cien. A Agatha definitivamente no le gustará y no lo permitirá. De hecho, con todas las fuerzas de mi alma me negué a creer que tenía una hija, en cuya crianza no participé, porque no sabía de su existencia. De repente me parecía a mi padre y eso me hizo sentir asqueroso.
Érase una vez un investigador de la policía con el que hice prácticas, cuando estaba en la universidad. Me dijo que los hombres, como idiotas, esparcen su semilla a diestro y siniestro y no tienen idea de lo que les puede deparar. Intenté que esto nunca sucediera conmigo, pero esa chica era tan persistente y ardiente que no podía con mis bajos deseos, ya que la primera vez me corrí demasiado rápido, sin tener tiempo de disfrutarla. ¡Dios mío! ¡Un error y qué consecuencias! Pero tendría que corregir este error si o si, porque no quería parecerme a mi padre. Arranqué el auto y me dirigí hasta donde me esperaba una conversación muy seria.