La predicción de Madame Clarice

Capítulo 19.

Agatha.

En el siguiente turno de noche, primero intenté averiguar, si entre mis amigos y colegas había alguien, quien estuviera libre para la Navidad y pudiera desempeñar el papel de mi marido y padre de mi hija. Pero, desgraciadamente, no tuve suerte. La mayoría de los compañeros estaban casados ​​y fueron eliminados inmediatamente de la lista, mientras que otros dos eran tales, que nunca los presentaría a mi familia.

La opción con un marido falso fracasó y ya estaba pensando seriamente en dejar a Botoncito con Alba e irme sola. Aunque realmente quería demostrarle a mi familia que no tenían que preocuparse por mí, que estaba muy bien.

Pero no solo eso eran malas noticias. La gerente de la clínica no me dio días libres para la Navidad, porque no los pedí con antelación, aunque le conté el problema con mi padre.

- Tuviste que planificar ese viaje al menos con tres meses de antelación.

- ¡¿Quién planea morir?! - exclamé.

- Pero aún no está muerto, - dijo secamente. - Irás después de las fiestas.

Era inútil discutir con ella, así que regresé a la sala de tratamiento y me fui al trabajo, aunque todos mis pensamientos estaban centrados en mi padre. Podría pedir mi compañera que me cambia el turno y así podría ir por lo menos un día. Solo pensar, que no podremos pasar estas vacaciones juntos, no iremos a la iglesia para la misa festiva, no esperaremos la aparición de una estrella de Oriente, no comeremos pan de jengibre. Por última vez.

- Agatha, hazle un cardiograma al señor Vilka.

Se escuchó una voz en alguna parte, pero estaba tan inmersa en mis pensamientos, que no escuché ni entendí que me estaban hablando, así que seguí colocando automáticamente bolsas de vendas en el carrito.

- Agatha, necesito los últimos datos ahora. - repitió la voz y me di vuelta.

- Lo siento, doctor Reus, no lo escuché, - me disculpé.

- Pedí, que le hicieran un cardiograma al señor Vilka. - repitió el doctor Reus, un anciano muy simpático y agradable.

- Si, ahora mismo. - Respondí, tomé el dispositivo y lo rodé hasta la puerta.

- ¿Te pasó algo? – preguntó el doctor, entregándome el gel que había olvidado. - Es la primera vez que te veo tan descolgada.

- Gracias. - Le agradecí y agregué con un sollozo. - Mi padre se está muriendo. Tiene cáncer. Y no me dan el fin de semana libre para visitarlo en Navidad.

Después del trabajo, Reus me llamó a su oficina. Para ser honesta, pensé que me regañaría por algo, porque en realidad estuve muy distraída todo el turno, pero me preguntó sobre el diagnóstico de mi padre. Repetí lo que me había dicho mi tía y me pidió permiso para ver su historia clínica electrónica.

- Por supuesto que confío en los médicos de esa clínica, pero quizás pueda ayudar en algo. Miraré con los ojos nuevos. – dijo sonriente, dándome palmaditas en la mano. - Lo principal es no desesperarse. También yo mismo hablaré con la gerente.

- Gracias, doctor Reus.

Entendí que dijo esto solo para apoyarme, pero aun así le di toda la información de mi padre y llamé a mi tía por la mañana. Curiosamente, ella reaccionó de una forma muy negativa.

- ¿Por qué le preguntaste a alguien? Sabes perfectamente que a tu padre no le gustará esto.

- Tía, no se trata de si le gusta o no. Es una cuestión de vida o muerte. El Dr. Reus es un muy buen médico. Examinará las pruebas que le hicieron, revisará la terapia que se hizo y tal vez le aconsejará algo más. En algunos casos los canceres se puede curar. Papá aun esta joven. - Traté de explicar.

- De acuerdo. – suspiró ella. - ¿Vendrás para la Navidad?

- No lo sé todavía. Estoy trabajando. No depende de mí, pero haré todo lo que pueda. Intentaré venir al menos un día.

- Está bien. - respondió y colgó.

Guardé el teléfono en mi bolso y caminé por el paso peatonal, pero en ese momento sucedió algo que confirmó que ese no era mi día más feliz. ¿O al revés?

La calle que estaba a punto de cruzar no estaba especialmente orientada a mucho tránsito de vehículos; normalmente todos los coches se detenían en este cruce y dejaban pasar a los peatones. Por eso yo fui muy tranquila.

Había parado un coche blanco a unos cinco metros de distancia, pero de repente se aceleró, apareció delante de mí y se paró porque un Audi chocó contra su costado a una velocidad vertiginosa. Todo paso tan rápido, que no tuve tiempo de entender nada. Solo escuché un enorme trueno. Luego dos tipos saltaron del Audi, corrieron hacia mí, me empujaron y me encontré sentada de culo en la acera. Dos hombres más pasaron corriendo a mi lado, sin prestarme atención.

De la nada aparecieron más personas, que me ayudaron a levantarme y comenzaron a afirmar que el conductor del auto blanco me salvó la vida exponiéndose al ataque. Entonces un hombre empezó a preguntar, si alguien había presenciado el incidente, pero nadie empezó a mirar dentro del coche de la víctima.

- ¿Llamaste a una ambulancia? ¿La policía? - pregunté, caminando hacia el auto.

A juzgar por la enorme abolladura en la puerta, me di cuenta de que no sería posible abrirla sin herramientas. Por eso intenté sacar los cachos de la luna rota y miré dentro del coche.

El conductor era un hombre; el airbag me impidió examinar su rostro y comprender su edad. Metí mi mano por la ventana rota y noté el pulso en su cuello.

- Está vivo, inconsciente. - dije. – Parece, tiene herida en la pierna, pero esta atrapada entre la puerta y el asiento.

- ¿Quizás podamos sacarlo del otro lado? - sugirió alguien.

- ¡No! Es mejor esperar a los médicos y bomberos. Su vida no corra un alto riesgo, es mejor no moverlo. - Respondí, sabiendo por experiencia en un hospital, que en caso de no seguir esta regla puede que se empeoren sus lesiones.

- Señora, apártese, - me ordenó un hombre vestido de civil y me apartó de la ventanilla.




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