Agatha.
- ¡Sabía que volvería a suceder! - Fernando gritó e intentó levantarse.
Reaccionando rápidamente, lo recosté en la camilla de la ambulancia, presionando sus hombros, para que no se hiciera más daño.
- Tranquilícese, Señor Davos, usted tuvo un accidente y ahora estamos en camino...
- ¡Déjame! ¡Antes de irme quiero hacerme una prueba de ADN! - siguió gritando como loco y luchando para levantarse.
- ¿De qué está hablando? - No entendía.
- Probablemente esté en shock, - dijo el paramédico, reaccionando a su comportamiento incoherente y rápidamente le inyectó un sedante.
- Todo estará bien, cálmese. Vamos al hospital, donde recibirá ayuda, - intenté mantenerlo con calma.
- Quiero estar seguro de que ella es mi hija. ¡Debes entenderme!
- Por supuesto que le entiendo. Pero primero, cálmese. Es posible que tenga una pierna rota.
- Jajaja. - se rio de repente. - Ahora también tengo una pierna rota.
Este idiota intentó levantar la pierna y gritó de dolor. O la inyección empezó a hacer efecto, o volvió a quedar inconsciente por el dolor, no lo entendí con seguridad, pero llegamos a la clínica más o menos tranquilos. Cuando lo llevaron a la sala de examen, fui a la recepción para llenar su tarjeta de entrada. Para ser honesta, aunque trabajaba en esta clínica casi medio año, no sabía qué hacer en esos casos. Quizás debería haber intentado avisar a sus familiares o contactar con la policía, pero en ese momento Alba llamó y me contó otra mala noticia: la guardería de mi hija estaba cerrada por una epidemia de gripe.
- ¿Cuándo estarás libre de tu cargo del buen samaritano?
- No lo sé.
- Tengo peluquería reservada para esta noche, quería ir al teatro guapísima. ¿Tengo que cancelar? - preguntó Alba.
- ¡No! ¡Ni si te ocurra hacerlo! Resolveré esto rápidamente y me iré a casa inmediatamente. - Respondí categóricamente.
- Bien. ¿Volverás a la hora del almuerzo?
- Por supuesto.
- Esta bien, te esperaremos.
Realmente no sabía cuánto me tomaría toda esta historia, pero esperaba que no fuera mucho y no quería que Alba cambiara sus planes por mi deseo espontáneo de ayudar a la persona que me “salvó”. ¿Quién sabía que hoy sería un día tan desafortunado? Para ser precisos, eran dos. Ayer me enteré de la enfermedad de mi padre, hoy no me dieron permiso para ir a verlo, luego casi me atropella un coche y, como la guinda del pastel - la cuarentena en el jardín de infancia.
Mientras pensaba mentalmente en los avatares del destino, se me acercó el mismo policía que se encontraba en el lugar del accidente. Me quitó los documentos de Fernando y me pidió que lo acompañara a uno de los consultorios médicos libres, donde empezó a hacerme las preguntas estúpidas, que anotaba en una especie de cuaderno.
- Como usted dice, el auto de Fernando Davos estaba estacionado a unos diez metros del paso de peatones, entonces ¿cómo fue que bloqueó el movimiento del Audi con su auto?
- No lo sé, tal vez decidió ir a algún lugar con urgencia y luego el Audi se chocó con él. - Respondí.
- ¿Adónde iba a ir?
- No tengo ni idea. No lo conozco en absoluto. - Empecé a perder los estribos, porque ya era la cuarta vez que preguntaba lo mismo. – Yo simplemente regresaba a casa del trabajo.
- ¿Dónde trabaja?
- Aquí, en esta clínica. Soy una auxiliar de enfermería.
- ¿Es por eso trajiste al señor Davos aquí?
- Sí, pero repito otra vez, no lo conozco y no tengo idea de qué hacía en ese lugar y hacia dónde se dirigía. Pero si no fuera por él, quizás no estaría hablando con usted aquí.
- Esta bien. No se ponga nerviosa. - dijo el policía con voz tranquila, como burlándose de mí. - ¿Recuerda a esos dos hombres que salieron del Audi?
- Poco. Todo sucedió muy rápido. – Respondí, pero describí los dos tipos que me derribaron. - Para ser honesto, no vi mucho.
- ¿Pueda reconocerlos?
- No con certeza.
- Gracias por su ayuda, señorita Jacob. Puede ser libre. - dijo finalmente y me soltó de este interrogatorio improvisado.
Pero ya en la puerta me volví y pregunté:
- ¿Ha encontrado a los familiares del señor Davos? ¿Les han avisado?
- Si, puede estar segura. - Él asintió con la cabeza y volvió a anotar algo en su cuaderno.
Sus palabras me tranquilizaron y fui a averiguar cuál era la condición de mi “salvador”. Todavía lo estaban operando, pero la enfermera me aseguró que él viviría una vida muy larga y feliz, así que me fui a casa con un sentimiento de logro. Fernando Davos estaba en buenas manos, su familia fue notificada de lo sucedido y la policía recibió mi información como testigo.
Pero el desafortunado día no terminó ahí. Cuando Alba volvió de la peluquería, arreglada, tan guapa, tan feliz e inspirada por la próxima visita al teatro, me llamaron de la clínica y me pidieron que trabajara otro turno de noche, prometiéndome darme tres días libres para la Navidad.
- ¡Esto es lo que querías! - exclamó Alba. – Vete al trabajo, me quedaré con Botoncito y luego iré al teatro en otro momento.
- No. Estabas esperando con ansias este estreno. Te vestiste y fuiste a la peluquería. Yo te maquillé. ¿Ahora quieres quedarte en casa? ¡No! Irás al teatro. – Respondí firmemente.
- ¿Con quién se quedará Botoncito?
- Le pediré a Paola que se quedará con ella hasta que regreses del teatro. - Sugerí.
- En realidad, esta es una buena salida. A las diez de la noche o como mucho a las diez y media, ya estaré en casa. Son sólo tres horas. - dijo esperanzada. - ¡Llámala!
Marqué el número de nuestra vecina, una joven que a veces se quedaba con Botoncito, si teníamos momentos similares, pero esta vez se negó rotundamente, ni siquiera cien dólares pudieron convencerla. ¿Qué asuntos urgentes podría tener el viernes por la noche una joven libre de los problemas cotidianos? ¿No lo sabes? Entonces, yo tampoco lo sabía, pero al final no había con quién dejar a mi hija y tampoco quería privar a Alba de su vida personal, así que no le dije nada del rechazo de Paola.