Fernando.
Sebas vino, me recogió y llevo a su casa para hablar con su mujer, cuando le dije que tengo delirios y estoy volviendo loco. Yolanda me escuchó con más tranquilidad que Sebas. Parece que estaba acostumbrada de tratar con los locos.
-A todo, lo que tu piensas que te pasó, podría haber una explicación. – dijo ella al final de mi confesión.
- ¿Cual? – preguntó su esposo.
- Que realmente eran delirios provocados por el estrés del accidente y anestesia.
- Pero la niña no era un delirio. Su juguete está en la estantería de mi salón y Sebas lo vio. – dije yo.
- Yo no discuto sobre que pasó en el hospital. Eso es real. Te digo de los días de marmota.
- Puedes explicar algo más entendible, - suplico Sebas.
- Tu siempre despertabas en el coche en el atasco. ¿Sí?
- Sí.
- Es el punto donde tu empezaste a sentirte agobiado, tu corazón empezó a latir más de prisa, la sangré con oxigeno no llegaba a las neuronas y lo único en que pensaste era, que tu navegador marcara una salida. Luego tu giraste a esa calle, porque querías escapar del atasco.
- No, porque Sebas me dio una dirección equivocada. – lo negué.
- Él no te mandó nada, eso entro en tu cabeza como explicación de los hechos posteriores. Tu giraste, viste a esa mujer e inconscientemente quisiste protegerla, por eso produjo el accidente. Después tu perdiste el conocimiento y empezaron tus días de la marmota. – dijo Yolanda.
- Okey. Entonces, ¿cómo explicas, que yo conozco el nombre de la niña? – pregunté.
- No conoces su nombre, sino un apodo. Como tú mismo dijiste que la niña tenía unos enormes ojos negros, sería lógico, que la llamarían así, o simplemente escuchaste algo en el hospital.
Esa explicación no me convenció mucho, pero la otra no tenía.
- Esta bien, ¿pero por qué pienso que es mi hija de aquella mujer del hotel?
- ¿Tú estás seguro, que esa enfermera es aquella mujer? – preguntó Sebas.
- No del todo, pero en estos días de marmota me convencí de ello.
- Así es. Primero, tú saliste de aquella bruja que te prometió encontrar una familia en tres días, luego esa conversación estaba en tu cabeza, sobre todo después de la llamada de Miranda, y cuando se produjo el accidente tu delirio postraumático acabo de formar esta idea.
- Pero mama también dijo que la niña se parece a mí.
- Tu madre esta tan desesperada de casarte y tener nietos, que en cualquier niña vea su nieta. – añadió Sebas.
- También es verdad. Okey, me tranquilicé mucho. Ojalá, que no es mi locura, pero para quitar las ultimas dudas llévame a aquella dirección, donde vive Agatha. Si ella no está allí, entonces conmigo todo está bien.
- ¡No, de eso nada! – exclamó Yolanda enfadada. – Tengo muchas cosas que hacer y necesito tu ayuda, Sebas.
- ¡Por Dios! Lo siento, me olvidé completamente de la Noche Buena. No os preocupéis, cogeré un taxi. – me disculpé y saqué el teléfono.
- ¡No! Te llevaré yo. – dijo Sebas y miro a su mujer como un angelito. – Por favor, Yoli, deja que tu ciervo fiel, lleva a su amigo a casa.
- Okey, pero dentro de una hora debes estar aquí. – respondió Yolanda con la voz de sargento.
Cuando nosotros sentamos en su coche, él me dijo sonriendo:
- Vamos allá, a la casa de Agatha. También tengo la curiosidad.
- Tu esposa te mata y a mí también.
- No, yo le interesó más vivo que muerto, y tú eres mi jefe. - se rio Sebas.
Nos quedamos atrapados de nuevo en un atasco en esa circunvalación y Sebas empezó a ponerse nervioso, porque Yolanda no estaba de bromas y era casi mediodía. Nos encontramos atrapados entre los coches y no había forma de salir de la carretera.
- Mira, puedes girar allí. - Le mostré ese mismo giro.
Tuve que rendir homenaje a la deducción de Yolanda, ya que era muy posible que haya hecho precisamente eso, y no porque el navegante me haya llevado hasta Agatha. Al pasar por el cruce donde ocurrió el accidente, involuntariamente me estremecí y me acaricié la pierna, aunque ya no me dolía, sino molestaba. Condujimos hasta la entrada del portal de Agatha. Sebas me ayudó a bajar del auto y me pasó las muletas.
- ¿Cuál es el número del apartamento?
- El C trece.
Presionó el botón del intercomunicador, pero nadie nos respondió.
- ¿Quizás ella no está en casa? ¿Quizás fue con su padre? - Sugerí.
- O no existe en absoluto. - añadió Sebas.
En ese momento salió un hombre por la puerta del portal y mi amigo preguntó:
- Disculpe, ¿sabe, si aquí vive una joven con una niña de tres años?
- No lo sé, aquí vive mucha gente, con y sin hijos, pero ¿en qué apartamento vive?
- En C trece, - respondí.
- No, no lo se. – dijo el hombre, y se fue rápidamente.
- Verás, ella no vive aquí. - dijo Sebas. - Vamos a casa.
- No dijo que no vive aquí, dijo que no sabe, si vive, - lo corregí. - Está bien, vámonos a casa.
Cuando regresábamos al auto, escuché el grito de Botoncito:
- ¡Papá!
Me di vuelta y vi a la niña que estaba corriendo hacia mí y dos mujeres caminaban detrás de ella, hablando amigablemente. Una de ellas era mi madre.
- ¡Guau! - exclamó Sebas. - Resulta ser una película interesante. ¿Es esa niña? ¿Qué hace tu madre aquí?
- A mí también me gustaría saberlo. - Respondí. – Escucha, como está aquí mi madre, puedes ir a casa a la disposición de Yolanda.
- ¡Como no! Mejor me mata Yolanda, pero tengo que saber cómo acaba todo esto. – dijo Sebas sonriendo.