Agatha.
Por la noche no dormí bien, me venían a la cabeza varios pensamientos innecesarios sobre Sam y Stella, sobre mi padre y su carácter testarudo, sobre María y los problemas económicos en los negocios, sobre mi lugar en esta familia y la oportunidad de ayudarles. No tenía ninguna duda de que mi tía y María creían sinceramente que yo no estaba involucrada en el dinero perdido. Mi padre tenía dudas, pero creía en sueños proféticos y castigos, por lo que tal vez no le dijo nada a Stella cuando ella me recordó que yo había robado el dinero. Stella claramente me odiaba, y no sólo por esto, sino probablemente por Sam.
En cuanto a Sam, no podía decidirme por mí misma, que sentía hacia él. Una vez lo vi como mi hombre, pero ahora todo ha cambiado. Se convirtió en el marido de mi hermana y, como resultado, estaba prohibido para mí. Aun así, no era lo que me preocupaba. Su beso de ayer, no me conmovió para nada y fue un error increíble que no iba a repetir de ningún modo. Sigue siendo bueno que todo el mundo piense que estoy casada.
Cuando me desperté y abrí las persianas, el sol de invierno irrumpió inmediatamente en mi habitación, iluminando cada rincón con una luz brillante, e incluso mi alma se volvió más alegre. Miré por la ventana y me sorprendió la increíble cantidad de nieve que se había caído durante la noche.
Me encantaba el invierno. No hubo ajetreo y bullicio de verano. En verano siempre sales corriendo a algún lado y llegas tarde. Por la mañana planeas muchas cosas, el día es largo, quieres hacer muchas cosas, pero no te sale y vueles estresado. En invierno todo es mucho más tranquilo y pacífico. Me gustaba patinar y disfrutaba esquiando. En casa, cuando éramos pequeñas, mis hermanas y yo siempre hacíamos un muñeco de nieve enorme. "Ojalá pudiera traer a Botoncito aquí. ¿Por qué no? Hay tradiciones que no deberían romperse. Después de las fiestas, me darán vacaciones y vendremos juntas". - Pensé y fui a la ducha.
Recordando los constantes ataques de Stella a mi ropa, decidí esta vez usar mi suéter nuevo, que me permití comprar en las rebajas. Me recogí el pelo en una cola de caballo, me miré al espejo y, satisfecha con mi apariencia, fui a la cocina. Lydia ya estaba a cargo allí. Si no fuera por ella, mi familia simplemente moriría de hambre.
- Buenos días, - la saludé y la besé en la mejilla.
- Más bien, buenas tardes. - respondió la tía, mirando el reloj, que marcaba casi las doce. - ¿Quieres desayunar?
- No, solo tomaré café. ¿Dónde están todos?
- Tu padre y Sam están fuera. Allá en la calle está quitando la nieve.
- ¡¿Cómo?! No puede esforzarse demasiado, ¿verdad?
- ¡Qué le dije! Sam podría haber limpiado solo el patio, aparte pronto vendrá máquina, pero no puedes decirle nada en contra a tu padre. - respondió ella insatisfecha.
Me serví una taza de café y me acerqué a la ventana. En realidad, mi padre estaba limpiando el patio desde la puerta hasta la casa, y Sam estaba limpiando la nieve del camino, que conducía a la carretera principal.
- Iré a ayudarles. – dije, terminando rápidamente mi café.
- No, será mejor que vayas a buscar el pan, el repetidor no ha venido esta mañana por culpa de la nieve. – propuso mi tía.
- Bien. - Estuve de acuerdo y pregunté: - Dime, ¿Stella y Sam viven permanentemente en la casa?
- No. Viven en la ciudad y vinieron aquí sólo para las fiestas.
- Entiendo.
- ¿Qué entiendes? - ella hizo un gesto con la mano. - Su vida familiar no va bien, no parecen felices. Aunque nunca escuche de Stella quejarse, pero lo veo.
- Quizás a ti te lo parezca. - dije, aunque entendí perfectamente de qué hablaba, ya que los escuché pelear por las noches.
- Tal vez lo parezca, - suspiró Lydia. - Ve a vestirte, sino la panadería cerrará.
Me vestí, tomé mi dinero y fui a buscar el pan a nuestra panadería local. No estaba muy lejos, pero tenía que pasar por Sam.
- Buenos días, - le dije y quise seguir mi camino, pero me agarró de la manga de la chaqueta.
- Agatha, tenemos que hablar.
- ¿Acerca de?
- Sobre nuestra relación.
- No tenemos una relación, Sam, y muy posiblemente nunca la hayamos tenido. - Respondí bruscamente y solté mi brazo. - Tú estás casado y yo estoy casada. Vamos a respetar uno al otro.
- ¡Me divorciaré! – exclamó él.
- No necesito esto. Estoy feliz con mi marido y lo quiero mucho. - Le respondí y seguí adelante.
- ¡Estás mintiendo! - escuché gritar a Sam detrás de mí.
Por supuesto que estaba mintiendo, no era que amaba o no amaba a mi marido, porque no tenía ninguno, pero no podía decirle nada más. Vine aquí no para separar a la familia de mi hermana, sino para ayudar a mi padre a recuperarse. Por eso, después del almuerzo decidí reunir a mi tía, María y a mi padre en la biblioteca y una vez más tratar de convencerlo de que aceptara el tratamiento y la cirugía. Pero cuando regresé a casa, me esperaba una sorpresa increíble.
- ¡Ágata! ¡Tu familia ha llegado! - exclamó Lydia.
- ¿Qué familia? - No entendí nada.
- ¡¿Cómo que familia?! Llegaron tu marido con la niña y llegaron tu suegra con su amiga.
Me quedé tan estupefacta por esta noticia. ¿Qué marido? ¿Qué suegra? Realmente no entendí nada, pero al recordar cómo Alba dijo “venimos” por la noche, en lugar de “vemos”, se me ocurrió que Alba finalmente había persuadido a Jonathan para que hiciera el papel de mi marido. Pero ¿para que vinieron?
- ¿Dónde están?
- Tu marido está en tu habitación.
- ¿Y mi suegra?
- Ella y su amiga están en la habitación de invitados. - explicó la tía.
- ¿Cuándo han llegado?
- Hace unos veinte minutos. Ahora están descansando del camino.
Casi corrí a mi habitación. Era necesario informar urgentemente a Jonathan para que, no dejara escapar algo innecesario de su boca y lo mejor sería que se quedará callado. Pero cuando abrió la puerta, mi sorpresa fue aún mayor. Allí no estaba Jonathan, sino el propio Fernando Davos con muletas.