Agatha.
Ya un poco calmada por el inesperado encuentro con Fernando, subí rápidamente al segundo piso para abrazar a mi hija y obtener respuestas de Alba.
- Verás, ya te lo dije que lograremos, - escuché la voz de la señora Davos detrás de la puerta de una de las habitaciones de invitados.
- Sí, resultó ser mucho más fácil de lo que esperaba. Ahora tenemos que pasar a la segunda parte de nuestro plan, - dijo Alba.
No lo sabía de qué estaban hablando y no quería escucharlas a escondidas, por eso abrí la puerta y vi a mi hija siendo peinada por la madre de Fernando. Alba, mientras tanto, iba guardando cosas en el armario.
- ¡Mamá! - gritó Botoncito y, soltando de las manos de la señora Davos, corrió hacia mí. La abracé y la besé.
- Buenas tardes señoras. – Las saludé y pregunté a mi amiga. - Alba, ¿por qué viniste? También molestaste a la gente y los sacaste de sus asuntos.
- Ayer tú misma me llamaste, lloraste y dijiste que aquí no te sale nada bien, que viniste en vano y te sientes muy sola y perdida, - dijo Alba con cara de inocencia. - Entonces pensé que necesitabas ayuda, y como no tengo auto y los trenes no pasan hoy, Elisa, mi amiga de la escuela, accedió amablemente a traerme aquí.
- No te preocupes, ella no nos distrajo de ningún asunto importante. Hoy es Navidad y la gente deben descansar y mejor descanso es hacer un viaje, - Justificó a su amiga, la madre de Fernando.
- Está bien, pero ¿por qué trajisteis a Fernando? Ahora esos viajes no le convienen, necesito descansar. - Protesté de nuevo.
- No podíamos dejarlo solo, con una pierna mala. Además, era necesario apoyar tu versión del matrimonio, - respondió Alba.
Total, recibí todas las respuestas y lo único que pude hacer fue agradecerles por su apoyo. Para ser honesta, me sentí increíblemente feliz de ver a Botoncito y a mi amiga aquí. Ahora no estaba sola y eso me dio fuerzas.
- Por cierto, ¿por qué elegiste el nombre de Fernando para tu marido ficticio? – me preguntó Elisa Davos inesperadamente.
- Yo no elegí, mi hermana mayor simplemente vio la tarjeta de presentación que me entregó en la clínica y preguntó quién era. No pude encontrar nada más fácil de responderle y dije que era la tarjeta de presentación de mi marido. No pensé que vendríais de visita y que volvería a encontrarme con su hijo. - Sonreí. - Por cierto, aceptaré encantada su oferta y cuidaré de Fernando.
- Gracias, querida. Me ayudarás mucho. - dijo y nos abrazó a mí y a Botoncito, quien a cambio abrazó el cuello de Elisa.
Este gesto inocente de mi “suegra” me pareció un poco extraño, igual que de mi niña. Anteriormente Angelina tenía miedo de los extraños, se mantenía alejada y no mostraba ningún interés de relacionarse con ellos, pero se llevaba muy bien con Elisa. "¿Quizás Alba ya llevó a Botoncito a casa de su amiga? Quizás por eso se subió a la cama de Fernando en la clínica, porque lo conocía de antes". - Pensé y me tranquilicé por completo.
- Muy bien. Vosotras descansáis y yo iré a informarme sobre el almuerzo. - dije entregándole mi hija a Alba.
- No estoy nada cansada e iré contigo. Quizás necesita ayuda en la cocina. - dijo mi amiga y le entregó la niña a Elisa. - ¿La cuidarás un momento?
- Por supuesto, todavía no hemos hecho el peinado de la princesa y no probamos el vestido. Quieres ser como una princesa, ¿Sí, cariño? - se volvió alegremente hacia Botoncito y le señaló la mejilla con el dedo, atrayéndola a un beso.
- Sí, como una princesa, - se rio mi hija y besó a la mujer.
Una vez más, esto me pareció extraño. ¿Qué vestido? Pero en este momento me alegré de que Botoncito comenzara a comunicarse normalmente con extraños y no a mirarlos con la precaución de un animalillo asustado. Dejando a mi hija con Elisa, quise acompañar a Alba a la cocina, pero cuando bajamos las escaleras, escuché el sonido de una muleta cayendo y un grito mezclado con obscenidades.
- Ve tú, yo iré a ver cómo está Fernando. - dije rápidamente y corrí a mi habitación.
Al abrir la puerta, lo vi ya sentado en la cama con el rostro contraído por el dolor. Su bolsa de viaje y la muleta estaban tiradas en el suelo.
- ¿Qué ha pasado?
- Nada, calculé un poco mal mis fuerzas y habilidades de moverme con una solo pierna. Quería colgar mi ropa yo mismo, puse mi muleta apoyada en la mesa, pero se cayó justo sobre la pierna adolorida, - explicó.
- ¡Quítate los pantalones!
- ¿Así de inmediato? Aún no nos conocemos muy bien, - intentó bromear, aunque pude ver que estaba sufriendo mucho.
- Tonto, tengo que ver qué le pasa a la herida, - respondí seriamente y quise tomar su cinturón.
- Está bien, lo haré yo mismo. - respondió sin reír y se quitó los pantalones, cubriendo torpemente con ellos su “tesoro”.
- No te avergüences, trabajo en una clínica y vi de todo, - me reí.
Examiné el vendaje, no había sangre, pero la gasa estaba un poco sucia. Por si acaso comencé a desenrollar la venda para asegurarme de que todas las grapas estuvieran en su lugar. Cuando le quité el vendaje, vi una enorme cicatriz en la parte exterior de su muslo, justo encima de la rodilla. Una de las grapas se movió un poco, pero no fue nada grave, sujetaba bien y, además, la muleta no pesaba mucho. "Sufrió bastante en aquel accidente, es un milagro que el hueso esté intacto". - pensé, y dije en voz alta:
- Espera, ahora voy por el botiquín de primeros auxilios, necesito tratar la herida y cambiar la venda.
- ¡Por Dios! Como tus jefes me abrieron la pierna. Ahora la cicatriz permanecerá por el resto de mi vida, - dijo condenado, examinando la terrible cicatriz, que probablemente vio recién ahora.
En realidad, no había nada extraño en esto. Todos las curas y vendajes en la clínica se realizaron utilizando una pantalla para no traumatizar la psique de los pacientes al ver la gravedad del asunto.