La predicción de Madame Clarice

Capítulo 38.

Fernando.

El escandaloso almuerzo terminó de manera bastante amistosa. Walter y Alba se disculparon para ir a sus habitaciones, mamá decidió ayudar a Lydia a limpiar la mesa y al mismo tiempo intentar descubrir la receta de ese magnífico pastel de frutos rojos, que estaba increíblemente sabroso. Hay que rendir homenaje a la tía de Agatha, era una excelente cocinera. Así que en la mesa quedamos sólo yo y María, quien me miró con una pregunta en los ojos, como diciendo: “¿Cuándo encontrarás tiempo y me ayudarás?”

- Está bien, cuéntame cuáles son tus problemas y cómo puedo ayudarte. - dije, aunque no quería ejercer la abogacía en absoluto, ya que ahora estaba más interesado en el video en mi teléfono y en Stella y Sam.

- Vamos a la oficina de papá, ahí están todos los documentos, - respondió alegremente y me llevó hasta las escaleras.

De alguna manera subí las escaleras y entré a una pequeña habitación donde había una mesa con una computadora, estantes con carpetas y varias sillas. Me acerqué a la ventana y vi a Agatha y Botoncito haciendo un muñeco de nieve. De repente yo también quise ir hacia ellos, pero María acercó una silla y me dijo:

- Te estoy muy agradecida que encontraste tiempo para ayudarme y no estar con tu familia.

- No pasa nada, me alegro de poder ser te de ayuda. Entonces, ¿en que es el problema?

- Tengo un problema con uno de los antiguos socios de mi padre. Anteriormente mi padre se dedicaba a una granja lechera, plantación de maíz para piensos y grano de trigo, y el señor Fitz tenía una fábrica de quesos, almacenes y tiendas en toda la comarca. A través de él, mi padre vendía leche y almacenaba el grano en uno de los almacenes de Fitz, que mi padre quería comprar e incluso hizo muchos arreglos con su propio dinero. Todo iba bien, pero hace tres años su relación se deterioró debido a la negativa de Agatha a casarse con el hijo menor de Fitz. - comenzó María.

- Ya veo, ¿crees que Fitz tiene un claro interés en destruir tu negocio como venganza hacia tu padre y Agatha? – pregunté directamente.

- En realidad no, - respondió ella. - Quizás quiso esto al principio, por lo que mi padre tuvo que venderle unas tierras por un precio mucho menor que el precio de mercado, se podría decir, se lo regaló. Pero cuando mi padre se jubiló por la enfermedad y yo tomé el control en mis propias manos, me di cuenta de que no era rentable para nosotros entregarle la leche a Fitz y encontré otros compradores.

- ¿Entonces le cortaste el suministro de leche barata?

- Sí, pero nosotros seguimos almacenando el grano en su almacén, por el que pagábamos alquiler. Entonces, por tercera vez durante este tiempo, Fitz aumentó nuestra tasa, que se convirtió en el doble del precio original. No podemos pagarle tanto y simplemente no hay ningún otro almacén vacío y adecuado cerca. ¿Cómo podemos obligarlo legalmente a no subirnos el alquiler? -  preguntó. - ¿Cómo puedo influir en él?

- De ninguna manera, - respondí. - El almacén es de su propiedad, tiene derecho a pedir el dinero por su uso cuanto quiera.

- ¿No podemos hacer nada? - preguntó y me pareció que las lágrimas brillaron en sus ojos.

- En realidad, no soy especialista en asuntos económicas, no es mi campo, pero ¿por qué no le compras este almacén o construyes el tuyo propio? - Sugerí.

- Esto es imposible. No tenemos tanto dinero. - dijo con voz caída. - Ya tuve que hipotecar esta casa al banco, para que nos diera un préstamo para la próxima cosecha.

Lamenté no poder ayudarla. Al parecer, María valoraba mucho el negocio de su padre y trató de salvarlo, pero cometió errores por inexperiencia. Inmediatamente me quedó claro que Walter no se limitó a vender leche de su granja a Fitz a bajo precio, sino que probablemente se trataba de algún tipo de acuerdo por el almacén.

- ¿Por qué tu padre no compró este almacén antes? - pregunté.

- Porque Fitz rescindió el contrato de venta y además faltaba el dinero. - María suspiró.

- ¿Sobre qué base Fitz lo rescindió? ¿Tiene algún documento que lo confirme?

- No, el acuerdo se hizo verbalmente. – respondió ella.

- Bien, ¿tiene alguna evidencia de que Walter hizo reparaciones en ese almacén?

- Sí, tengo todas las facturas.

- Entonces puedes presionarlo, diciéndole que deduzca del alquiler todos los costos de reparaciones y mejoras. - La aconsejé. - ¿Por qué Walter vendió el terreno por debajo del valor de mercado? ¿Necesitabas dinero para reparar ese almacén?

- No. Esa es una historia diferente. - Ella me miró con una mirada de disculpa. - El caso es que Fitz descubrió la verdad por qué el compromiso de Agatha y su hijo estaba arruinado y amenazó con contarlo a todo el mundo. Mi padre no tuvo más remedio que comprar su silencio con un pedazo de la tierra más fértil.

- ¡¿Qué?! ¿Fitz chantajeó a Walter? - exclamé, porque para mí era una locura. - ¿Cómo pudo el padre de Agatha sucumbir al chantaje por la terminación de algún compromiso? ¿Qué más da que la boda no se haya celebrado?

- Sí. No lo entenderás, pero para mi padre era muy importante. Él y su familia siempre han sido considerados un ejemplo no sólo para nuestros empleados y vecinos, sino también para toda la región. Su palabra tiene un peso especial en todas nuestras reuniones comunitarias como padre maravilloso y cristiano piadoso. No podía decirle a la gente que su hija había quedado embarazada fuera del matrimonio de alguien desconocido y, además, Agatha se escapó de casa y el problema quedó cerrado. – explicó ella.

- Como entiendo, por esa misma razón tu padre no denunció la desaparición del dinero y preferisteis acusar a Agatha del robo.

- Lo siento, pero pensamos que era lógico. Ella tenía que vivir de algo. A los demás dijimos que Agatha se fue a estudiar a la capital.

- ¿Quieres decirme que nadie sabía que tuvo una hija?




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