La predicción de Madame Clarice

Capítulo 39.

Fernando.

- Vale, ahora entiendo el comportamiento de Stella, pero volvamos al dinero que desapareció. Dime por qué tu padre guardaba una suma tan grande en la casa y no en el banco. - Le pregunté a María.

- Se los quitó una semana antes, con la intención de comprarle el almacén a Fitz.

- ¿Para qué? Podría simplemente haber transferido el dinero a la cuenta de Fitz, cuando firmara el contrato de compra.

- El caso es que tenían un acuerdo de que con ese dinero Fitz construiría una casa en la ciudad para Agatha y su hijo como regalo de bodas. Verás, la cuadrilla de constructores que contrató no aceptó un contrato legal porque los trabajadores allí eran en su mayoría inmigrantes ilegales.

- Claramente, simple razón de evasión fiscal. - Sonreí. – Nada nuevo en este mundo.

- Sí. Por supuesto que esto está mal, pero así es como vive la gente aquí. – suspiró la chica.

- ¿Cuándo descubristeis que faltaba el dinero?

- Al día siguiente, después de que Agatha se fuera. Mi padre quería firmar los papeles para la compra del almacén antes de que Fitz se enterara de la fuga de Agatha y estallara un escándalo, pero no había dinero en la caja fuerte y el trato no se llevó a cabo. Luego Fitz de alguna manera se enteró del embarazo de mi hermana y que ella estaba contigo... - dijo María y se sonrojó.

- ¿Tengo entendido que la caja fuerte estaba en esta oficina? ¿Quién sabía lo del dinero? - pregunté, llevando el tema a una dirección más profesional.

- Sí, la caja fuerte está detrás de los libros, - señaló con la mano. - Sólo tienes que hacer clic en uno de ellos. A parte todos en casa sabían sobre el dinero. Padre no nos ocultó nada. Somos una familia.

- ¡Oh sí! Ya sabes, según las estadísticas, más de la mitad de todos los delitos ocurren entre familiares. - Sonreí. - ¿El código de la caja fuerte probablemente corresponde al día de la muerte o del nacimiento de tu madre?

- Casi. El día de su boda.

- Lo que esperaba. – sonreí de nuevo, porque vi la confusión en su rostro. - ¿Recuerdas quién estaba en la casa estos días, además de la familia? - pregunté.

María cerró los ojos por un minuto.

- No recuerdo exactamente. Venía el cartero, el repartidor de la tienda, la vecina pasó a ver a Lydia, al parecer también estuvo una amiga de Agatha. – dijo ella arrugando la frente. –  y Sam. Lo siento, no lo recuerdo más, han pasado más de tres años.

- Vale, podemos eliminar el cartero y al repetidor. Esa gente no pasa de la cocina. ¿Y la vecina? ¿Podría subir aquí?

- No. Lydia pasa la mayor parte del día en la cocina o en el jardín; sólo sube aquí por la noche para dormir. - explicó María. - En realidad, incluso las chicas rara vez venían aquí. Sus dormitorios están abajo y no les interesaba el negocio en absoluto.

María sonrió, como recordando los viejos tiempos.

- Dijiste que Sam también vino a vuestra casa. ¿Para qué?

- Sí, él estuvo aquí, creo, que el mismo día que papá metió dinero en la caja fuerte. -dijo ella, pero de repente lo negó con la cabeza. – No él estuvo antes. Quería hablar con Agatha. lo siento, pero no tengo derecho a hablarte de él.

- ¿Por qué?

- Si quieres saber esto, pregúntale a tu esposa.

- Está bien, la preguntaré más tarde, - respondí, dándome cuenta de que María no me diría nada, creyendo que la propia Agatha debería contarme sobre sus ex, si lo considera necesario.

Esta chica me gustaba cada vez más. Exudaba una pureza y corrección increíbles en sus pensamientos y actos. "Alguien tendrá mucha suerte de tenerla como esposa". - Pensé y dije:

- Volvamos al asunto de la renovación de almacenes. ¿También habéis contratado trabajadores sin contrato?

- No, mi padre encargó este trabajo a una constructora de la ciudad. Nos hicieron el techo nuevo y nos dieron una garantía de diez años. - respondió ella abriendo la carpeta que estaba sobre la mesa. - Aquí está el contrato.

Me entregó un documento confirmando el pedido y la finalización de la obra con todos los impuestos incluidos.

- Excelente. Necesito algo de tiempo para estudiar todo esto y elaborar un plan para seguir... ¿Puedo usar esta computadora?

- Claro que sí. - María sonrió. – Incluso puedo bajártela a vuestra habitación.

- No hace falta, aquí estaré más cómodo.

- Okey, no te voy a molestar. – dijo ella y marchó dejando me solo.

Dentro de un tiempo la puerta al despacho se abrió de nuevo. Era Agatha. Vi en su cara de sorpresa, que ella quería hablarme algo.

- ¿Estás aquí?

- Si, prometí a María ayudarle en un asunto.

- Okey, no te molesto más, - dijo ella y quiso cerrar la puerta.

- ¿Es urgente?

- No… - contesto rápidamente. – Luego hablamos.

- Esta bien.

Ella marchó y me sumergí en los papeles, que me dejó su hermana. De hecho, realmente quería ayudar a María, así que me concentré en cualquier posibilidad de encontrar evidencia de que Walter realmente hiciera reparaciones con la esperanza de que este almacén fuera suyo.

Pasé el resto del día frente a la computadora, redactando documentos, revisando facturas y contratos de los trabajadores para reparar el techo. Redacté una petición para presentarla ante el tribunal, aunque esperaba que no lo habrá necesario. Siempre es mejor resolver un asunto pacíficamente y no llevar pequeñas disputas a una gran guerra.

Cuando todo estuvo listo, llamé a María.

- Mira, debes mostrarle estos documentos a Robert Fitz y decirle que, si no te paga dinero por las reparaciones o no deduce esta cantidad del alquiler, entonces demandarás y no pagarás el alquiler hasta que el tribunal decida. Explique, que le resultará más caro verse atrapado en trámites burocráticos legales, que podrían durar años, y quedarse sin dinero. - dije entregándole los documentos. - Además, creo que deberías hablar con él sobre continuar con el trato anterior y venderle, aunque sea una parte de leche, que producís.



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En el texto hay: humor, intriga misterio, amor romantica

Editado: 01.03.2024

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