Agatha.
Recién al entrar a casa entendí del todo que Alba y mi padre se conocían, o mejor dicho no sólo se conocían, mi amiga alguna vez estuvo enamorado de él, pero papá eligió a mi madre. "¡¿Otra coincidencia?! De alguna manera, han pasado muchas coincidencias últimamente y esto es demasiado extraño. Tal vez a Alba se le haya ocurrido nuevamente algo para que yo encontrara mi "felicidad", - pensé y decidí hablar con Fernando sobre tantas concurrencias. Su explicación matutina ya no me parecía muy auténtica. Debe decir toda la verdad, desde el momento en que puso su auto para salvarme. ¿Qué estaba haciendo allí?
Pero primero decidí dejar a mi hija con Lydia. No quería que la niña interfiriera en nuestra conversación seria, así que fui a la cocina. Lydia y la señora Davos discutían animadamente sobre algo relacionado con el cultivo de hongos. Les pedí que cuidaran de Lina, lo cual les alegró mucho. Botoncito tampoco estaba en contra del dicho plan. Era extraño, pero aceptó a Elisa demasiado rápido, lo que sólo demostró mis suposiciones.
No, no estaba en contra de comunicarme con Fernando, quien me parecía un verdadero caballero y su madre me evocaba sentimientos agradables, pero no me gustaban en absoluto las conspiraciones a mis espaldas. Especialmente una intenta de tenderme una trampa para conocer a algún hombre. Alba todavía no podía entender que yo no lo necesitaba. El amor no entraba en mi vida, sobre todo ahora, ya que había cosas más importantes que hacer. Iba a ir a la escuela de enfermería, comprarme un coche y finalmente alquilar mi propio apartamento. Le agradecía mucho a Alba que nos abrigara, pero yo tenía que saber cuándo parar.
Primero me dirigí a mi habitación, esperando que Fernando hubiera decidido descansar después del almuerzo, pero no estaba. Luego miré hacia la biblioteca, pensando que tal vez quería leer algo, pero tampoco estaba allí. Entonces se me ocurrió que le daba vergüenza acostarse en mi cama y quizás estaba descansando en la habitación donde se alojaban su madre y Alba. Subí las escaleras y vi la puerta de la oficina de mi padre entreabierta.
Fernando, sentado a la mesa, hojeaba unos documentos.
- ¿Estás aquí? - Pregunté, mirando al abogado, que estaba tan absorto en su trabajo que ni siquiera giró la cabeza cuando entré a la habitación.
- Sí. María me pidió que la ayudara en una cosa, - respondió.
- ¿Sabes descansar?
- Si, pero lo hago rara vez, - respondió Davos sin levantar la vista de la pantalla del ordenador. - ¿Esto es urgente?
- No, - respondí rápidamente, recordando que María estaba muy interesada en la profesión de Fernando.
- Terminaré pronto. No me distraigas todavía. Luego estaré completamente a tu disposición.
- Está bien, - asentí. - Luego hablaremos.
Lo dejé solo y bajé. Desde la biblioteca escuche unos sonidos raros. Resultaba, que todos habitantes e invitados de casa organizaron un verdadero concierto en la biblioteca. Las mujeres cantaban, mi hija, de nuevo con una corona de cartón, bailaba torpemente y papá marcaba el ritmo de la pandereta. No tuve más remedio que unirme y sentarme al piano. En una palabra, lo pasamos muy bien, pero Botoncito se cansó y se quedó dormido en la silla. Alba dijo que debía acostar a Lina en su habitación, indicándome que debía dejarla sola con papá.
- Sí, por supuesto, ella estará mejor con nosotras y yo la cuidaré, - respondió Eliza con comprensión. - Agatha ayúdame a llevar a la niña arriba.
- Es hora de que prepare la cena. - dijo Lydia, también dejando la biblioteca.
Levanté con cuidado a mi hija, para no despertarla, y nos dirigimos a la habitación de invitados. Dejé a Botoncito en la cama, le quité la corona, pero no le cambié de ropa.
- Así es, no hay necesidad de molestarla, todavía tengo un par de vestidos para ella, así que no pasa nada, si se arruga. - dijo Eliza de repente.
- ¿Dos vestidos más? - pregunté de nuevo. - ¿Los compró?
- Lo siento, Agatha, por no consultarme contigo, pero tenía tantas ganas de darle a tu niña un regalo que...
- En realidad, ella tiene todo lo que necesita: los vestidos, los pijamas y... - en ese momento me di cuenta de que Eliza estaba confabulada con Alba, así que le pregunté directamente: - ¿Cuándo se le ocurrió esta idea?
- ¿Cual?
- No me haga el ridículo, inmediatamente me di cuenta de que su aparición aquí no fue casualidad. ¿Por qué quiere unirnos a su hijo y a mí? - Intenté hablar con calma, pero las emociones me abrumaban.
- No, no hice nada. Tú entendiste todo mal, - trató de justificarse la señora Davos. - Nadie iba a unir a nadie. Invité a Alba para pasar la Noche buena y la Navidad, pero como Botoncito se quedó con ella, decidí hacerle un regalo de Navidad también.
- Perdóneme señor Davos, pero como usted es amiga de Alba, ¿por qué no supe nada de usted durante los tres años? - Empecé el interrogatorio.
- Porque hace mucho que no nos comunicamos. Este verano nos encontramos en una velada dedicada al cuadragésimo aniversario de nuestra graduación de la escuela, nos pusimos a hablar y decidimos empezar nuestra relación de amistad de nuevo, pero perdí su número de teléfono. Pero hace unos días la encontré en el centro comercial con Botoncito y la invité a las vacaciones. Entonces, por la noche llamaste y Alba se preocupó mucho y me pidió que la trajera aquí.
- ¿Cómo supo la dirección de mi padre? Nunca se lo dije.
- Fue Fernando quien lo encontró en Internet, me dijo que hay un programa que permite buscar una dirección por el nombre del propietario. – explicó ella. – Cree me, ni siquiera sabíamos, que tu inventaste tu matrimonio. Nos dijo Alba cuando casi nos llegamos aquí.
- Está bien, pero ¿cómo accedió su hijo a venir con vosotras?
- En primer lugar, no podía quedarse solo con una pierna mala y, en segundo lugar, también quería ayudarte.