Fernando.
- Antes estaba segura de que el matrimonio sin amor era una estupidez. – de repente dijo Agatha, después de un rato de silencio.
- ¿Y ahora? – pregunté, viviéndome hacia ella.
- Ahora he madurado y perdí las ilusiones. Me di cuenta de que el amor es para jóvenes tontas que todavía creen en relaciones de cuento de hadas. Ahora mi mayor amor es mi hija. Aunque tienes razón, una familia se puede construir sobre la base del respeto mutuo. Sólo cada uno decide por sí mismo, si realmente lo necesita. Pero a mí ya no me interesa, igual como a ti.
- Pero quizás algún día aparezca alguien en nuestras vidas que nos haga cambiar de opinión. – terminé filosóficamente.
- Quizás. – suspiró ella. – Vamos a dormir.
- Resulta que tú y yo somos similares en algunos aspectos. Está bien, vamos a dormir. Buenas noches. - Respondí y le di la espalda.
Simplemente no pude conciliar el sueño de inmediato. Sus palabras, por un lado, me hicieron feliz, porque Agatha resultó ser una chica de pensamiento sobrio con quien sería posible encontrar un lenguaje común sobre Botoncito, pero, por otro lado, sentí mucha pena por ella, porque fui yo quien se convirtió en el motivo de su decepción amorosa, aunque no quería hacerlo.
Por la mañana, todos se reunieron en casa de Walter para desayunar excepto María.
- Lydia, ¿por qué María no está desayunando? ¿Todavía duerme? - preguntó el cabeza de la familia, que ahora parecía más presentable y más joven con traje y corbata.
- No, ella ya había ido a la finca y luego pensaba ir al banco, - respondió su hermana. - No te preocupes, le di el desayuno para llevar.
- No me gusta que ella trabaje tanto, - Walter negó con la cabeza.
- ¿Qué podría hacer la pobre chica? Le echaste todo el asunto encima, dejando sola ante tal negocio. Así que también es culpa tuya. - le pinchó Alba. — Por cierto, Agatha, ¿cuáles son tus planes para hoy?
- En realidad, todavía no hemos pensado en eso, - respondió Agatha, mirando a mi madre y a Botoncito.
- ¿Te parecerá bien, si vamos a la excursión a la ciudad? - sugirió mamá de repente. - Nunca he estado allí y no me gustaría caminar un poco, porque hace muy buen tiempo. Sí, y Lina estaría encantada. Especialmente ahora que la ciudad se engalana para las fiestas de Año Nuevo.
- Creo que es una buena idea, - dije. - De verdad, podéis ir en tu coche, mamá.
Después del desayuno, Walter, Alba y yo fuimos a la ciudad a encontrarnos con Robert Fitz. Su oficina estaba a pocas cuadras del centro de la ciudad y del hospital, así que dejamos a Alba allí primero, para pedir una cita con el médico y para que Walter fuera examinado nuevamente. Nosotros conducíamos hasta el estacionamiento de un gran edificio de oficinas. Lo más probable es que allí estuvieran ubicadas las oficinas de representación de todas las empresas existentes en esta región, ya que perdimos un montón de tiempo en buscar un lugar para dejar el coche.
Tomamos el ascensor y Walter caminó por el pasillo con paso seguro. Apenas podía seguirle el ritmo. Finalmente nos encontramos frente a grandes puertas de cristal en las que estaba pintado el familiar logo de los productos lácteos. El padre de Agatha abrió la puerta y me dejó seguir adelante. Pasamos una sala con las mesas y una chica inmediatamente corrió hacia nosotros.
- Señor Jacob, ¿cómo se siente? Estábamos tan preocupados por usted, cuando nos enteramos… - dijo.
- ¿Dónde está Bob? - Walter la interrumpió bruscamente.
- Está en una reunión ahora, pronto estará libre. - respondió ella y quiso ofrecernos café, pero Walter se negó categóricamente.
Al observar este comportamiento, me di cuenta de que había estado aquí más de una vez, si incluso la secretaria de Fitz lo conocía muy bien, así como las noticias sobre su enfermedad. Nos sentamos en sillas cerca de la puerta de roble y miré a mi alrededor. Por cierto, ésta era la única puerta de madera de la oficina; todas las demás eran de cristal, al igual que las divisiones entre los escritorios de los trabajadores. "Muy bien pensado. Todo el mundo sabe lo que pasa a su alrededor, pero no debe ver lo que sucede detrás de las puertas del despacho del director." - Pensé, notando que los colores de las paredes y muebles coincidían estrictamente con los colores del logo de la marca. Moderno, caro, pero funcional.
Walter fingió estar leyendo una especie de revista promocional, pero se notaba que empezaba a enojarse por la anticipación. Finalmente apareció Robert Fitz y volvió a sorprenderme. Para ser honesto, pensé que vería a un hombre mayor, calvo o canoso como Walter, con barriga y baja estatura, pero ante nosotros apareció un hombre alto y delgado con una melena negra recogida en una coleta baja y una sonrisa agradable. Nunca le daría más de cuarenta años. ¿Quizás este sea su hijo, con quien debería casarse Agatha?
- Walter, ¡cuánto me alegro de verte! – exclamó el hombre.
- Vamos a tu despacho, - murmuró mi “suegro”, levantándose de su silla.
Fitz abrió la puerta y nos invitó a pasar. Entramos.
- ¡Hijo de puta! - gritó Walter, cuando apenas se cerró la puerta. - ¡¿Qué te estás permitiendo hacer?! ¿¡Has olvidado cómo te saqué de la mierda, cuando eras un cachorro piojoso!? ¿Descubriste que estaba enfermo y decidiste desquitarme con mi hija?
No esperaba tal giro e incluso retrocedí un poco. En realidad, todavía estaba un poco sorprendido por lo que vi y oí.
- ¡¿No puedes perdonarme que le haya pasado a tu hijo?! Pero ¿qué tienen que ver los negocios con esto? - Walter siguió lanzando acusaciones. - Te vendí el terreno por unos centavos, ¿qué más necesitas?
- Tranquilízate, Walter. Es malo que te pones tan nervioso. - Dijo Robert con calma, pero con firmeza. - Siéntate y hablamos como la gente normal.
Fitz rodeó la mesa grande y se sentó en su asiento, indicándonos que nos sentáramos a ambos lados de él. Walter se sentó ruidosamente y nuevamente lo bombardeó con preguntas que parecían acusaciones.