Agatha.
Bebí un segundo vaso de whisky, luego un tercero, a diferencia de Fernando, que ni siquiera se terminó el primer vaso. El whisky ya no me parecía tan repugnante y empecé a sentirme mejor. Un agradable calor se formó en mi interior, abriendo aquellas tenazas que me apretaban el corazón. De alguna manera todo se volvió más claro en mi cabeza, se abrió una puerta en mi alma, dejando que todos los agravios fluyeran como un río. Fernando se mantuvo firme bajo este torrente de palabras y pensamientos no dichos a mi familia, acompañado de lágrimas y mocos. No dijo ni preguntó nada, sólo de vez en cuando me entregaba una servilleta de papel nueva.
- Verás, acudí a casa con un propósito: cerrar la Gestalt, - dije con hipo.
- ¿Qué? - Por primera vez, preguntó Fernando sonriendo.
- Bueno, ya sabes, existe la expresión "Gestalt abierta".
- Lo sé, pero ¿estás segura de haber entendido correctamente lo que significa?
- ¿Crees también que soy una tonta? - pregunté ofendida.
De hecho, escuché esta expresión de un médico, quien de esta manera explicaba a los familiares de los pacientes, que los médicos hicieron todo lo posible y ahora todo dependía del paciente. Simplemente me gustó cómo sonaba, pero no tenía idea de lo que realmente significaba, pensando que era algo así como: "Te ayudé, pero luego estarás solo". Por la mirada risueña en el rostro de Fernando, me di cuenta de que había dicho una estupidez, pero no quería admitirlo e hice un gesto para coger la botella de whisky.
- Ya es suficiente, de lo contrario te sentirás mal mañana, - dijo con seriedad y apartó la botella de mí. - No creo que seas tonta por una mala expresión.
- ¡No! Stella tiene razón, siempre he sido estúpida. - Rompí a llorar de nuevo. - Si fuera inteligente como mis hermanas, tomaría el dinero yo misma y no tendría que dormir en un banco de la iglesia y pasar hambre.
- Agatha, tú nunca harías esto, va en contra de tu naturaleza, - susurró Fernando en voz baja, abrazándome contra él. - Te admiro, porque nunca he conocido a una chica como tú.
Ante tan inesperada declaración, incluso dejé de llorar y lo miré llena de sorpresa y confusión. Obviamente no esperaba escuchar esto de él. ¿Cómo puede un hombre tan guapo admirarme?
- No te sorprendas. Estoy diciendo la pura verdad. Te admiro, tu cristalina honestidad, tu capacidad de perdonar, tu dulce ingenuidad y la fuerza de tu espíritu, - dijo con confianza, abrazó mi rostro con sus manos y comenzó a secar las lágrimas que resbalaban por mis mejillas con sus pulgares. - No conozco a nadie que sobreviviera en tu situación y no se hundiera hasta el fondo, no se amargara y no quisiera vengarse. Eres diferente, estás muy lejos de toda esta suciedad y odio. No lo tienes en ti. Como dice Alba, ya no hacen gente como tú. Te necesito, Agatha.
Mi respiración se entrecortó, porque sus ojos volvieron a brillar con lo que vi antes, en su auto antes del beso. Debería haber desviado la mirada, haberme alejado, haber dicho algo, pero no pude apartarme, porque poco a poco algo dolorosamente agradable empezó a encenderse en mi interior y se me ocurrió un descubrimiento increíble: “¡Lo quiero!” En ese mismo momento, sentí sus labios sobre los míos y pareció como me elevara por encima del suelo. Me sentí increíblemente bien, pero Fernando me soltó la cara.
- Lo siento, esto no era parte del programa. Vamos a dormir, mañana nos levantaremos temprano, recogeremos a mamá y a Botoncito y nos iremos a casa, - dijo alejándose de mí.
Esto me ofendió y quise aclarar las cosas.
- ¿Crees que soy una patética y fea?
- ¡Oh, Dios! La lógica femenina es algo peligroso, pero si la usas con whisky, es el doble de peligrosa. - suspiró. - Nunca pensé en ti así. Duerme un poco.
- ¿Por qué no me desees? ¿No soy bastante guapa para ti? — Levanté la cabeza con orgullo, enderecé los hombros y pasé junto a él.
Fernando tomó mi mano y me giró para mirarme.
- Agatha, escucha...
- Para tu información, - dije, o más bien no era yo, sino el whisky y el beso roto que exigía continuación, - si necesitara un hombre, lo habría encontrado. No soy tan desesperada, como crees. Sam no estaba en absoluto en contra de tener una aventura conmigo y en la capital muchos me decían que tenía un cuerpo bastante atractivo.
Mi discurso estuvo acompañado por el des abotonamiento de los botones de mi blusa. Le miré con una sonrisa y pasé la mano por el sujetador de encaje de un delicado color verde claro. Fernando me miró durante unos minutos y luego se sonrojó. Habiendo recobrado el sentido, comenzó a abrocharme los botones de nuevo. Intenté no dejarle hacerlo, pero al darme cuenta de lo absurdo de la situación, suspiré profundamente y murmuré:
- Okey. Estoy de acuerdo. No soy tan atractiva para ti, así que no me ofreceré más.
- ¡Dios! ¡Agatha! Sí, me estoy volviendo loco de ganas, pero esto no está bien. Ahora no estás en condiciones de entender... - me agarró por los hombros y me sacudió bruscamente. - No quiero que sea como aquella vez. Quiero que seas tú misma conmigo, para que recuerdes todas mis caricias y besos, para que sientas lo que hago y cómo, para que me desees tú, y no el alcohol en tu sangre. Y ciertamente no aquí. - finalizó extendiendo las manos, mostrando que la habitación era muy inadecuada.
- En realidad, este es el lugar más adecuado, - me reí, recordando dónde estábamos y sin prestar atención a la primera parte de su discurso. Pero mirando el rostro sufriente de Fernando, y luego su pierna vendada, agregué: - Lo siento, me olvidé de tu pierna.
- ¡¿Qué tiene esto que ver con la pierna?! - exclamó estupefacto. - ¡Ya no me duele nada! Te estoy hablando de otra cosa. Quiero una relación normal, para que siempre estés conmigo, para que podamos criar a nuestra hija juntos. Para que podamos tener una verdadera familia. Y para esto mañana iremos a ver a tu padre y le diremos la verdad, que aún no estamos casados y si no le importa, nos casaremos en vuestra iglesia.