Fernando.
- Nando, ¿estás seguro de que estás bien? - Preguntó Agatha una vez más, arremolinándose a mi alrededor. - ¿No te duele la pierna? ¿No tienes nauseas?
Me gustó tanto que empezó a llamarme por mi nombre corto, como mamá. En su interpretación, “Nando” sonaba de alguna manera inusualmente afectuosa.
-El médico te dijo que la caída no provocó lesiones graves en la pierna. Sólo tengo unos cuantos moretones y leve contusión, - le recordé. - Así que no te preocupes. ¿No sé por qué me obligó pasar aquí toda la noche?
La verdad es que no me pasó nada malo. Al parecer, me ayudó “Santa Claus”. Cuando agarré a Agatha y caí sobre el lado de mi pierna buena, ella aterrizó sobre mi pecho. El abrigo suavizó el golpe, por lo que recibí solo pequeños hematomas en las costillas y un golpe en la cabeza. Pero el médico, ese amigo de la infancia de Walter, insistió en que pasara la noche en el hospital en la observación y, lo que es aún más desagradable, me pusieron en la misma habitación con mi "suegro". Por así decirlo, para comodidad de los familiares. Menos mal que Walter durmiera todo el tiempo bajo la influencia de analgésicos y no nos molestaba a hablar.
- Créame, es mejor pasar una noche bajo la supervisión de un médico que tener problemas con la salud al cabo de un tiempo. Saliste bien librado de todos modos. Podría haberme caído sobre tu pierna y romperla, - suspiró profundamente. - ¿Cómo se te ocurrió salvarme?
- Madame Clarice me advirtió, - me reí. - Pero no pensé que tendría que salvarte tan a menudo. Aun que si hablar serio, incluso ahora tengo miedo de recordar lo que pasé en ese momento, lo asustado que estaba por ti y cómo mi corazón casi se rompe, cuando Lina gritó, llamando a su madre. ¿Estás seguro de que no quieres poner una denuncia contra Stella?
- Nando, realmente fue un accidente. Stella tiene muchos pecados, pero no me arrojó por las escaleras, - dijo Agatha con confianza, - En realidad, no quería hablar conmigo en absoluto. Fui yo quien intentó detenerla. Yo misma me tambaleé y tropecé con escalón, cuando Stella soltó su mano de mi agarre.
- Básicamente, también la escuché gritar de susto. - Confirmé. - Si quisiera matarte, entonces gritar y pedir ayuda sería una estupidez.
- Ella es buena, pero tiene unos celos y una envidia increíbles. - Agatha suspiró. - Y por encima tuvo esa prueba de Dios. No puedo imaginar, como es no poder ser madre.
- Escucha, por supuesto, aprecio mucho tu devoción hacia tu familia...
- ¿Por qué no fuiste a casa ayer? - preguntó Agatha de repente, cambiando el tema de conversación.
Entendí que no estaba dispuesta escuchar nada malo sobre sus familiares, incluso de Stella.
- Mamá y Botoncito decidieron ver esta ciudad decorada para Año Nuevo, - respondí.
- ¡Dios! ¡Qué vergüenza de madre soy! Últimamente he dejado mi hija completamente a cargo de tu madre. - se quejó.
- No te preocupes por eso, porque mamá solo quiere pasar más tiempo con su nieta, - sonreí. - Me temo que malcriará a nuestra hija.
- No pasa nada, luego nos la reeducaremos, - respondió ella y también sonrió.
"Nos la reeducaremos", - repetí mentalmente, al darme cuenta de que ese era su consentimiento para nuestro matrimonio de verdad.
- Dame mi abrigo por favor, - le pedí.
- ¿Para qué?
- Ahora lo verás.
Fue al armario, tomó mi abrigo y me lo entregó. Saqué la caja con el anillo de mi bolsillo y se la entregué a Agatha.
- ¿Qué es esto?
- Un anillo, ya que ahora eres mi verdadera novia.
- Pero yo… - murmuró dubitativamente, pero abrió la caja. - ¡Qué hermoso!
- ¿Te gusta? - la pregunté.
- Mucho, - dijo y luego se escuchó el silbido de Walter.
- Ya nadie me pide mi opinión.
- ¡Papá! - exclamó Agatha.
- ¿Pensasteis que creería en vuestro cuento de hadas sobre falsa boda? Lo sabía, no estáis casados y viváis en pecado.
- Lo más probable es que Alba le haya contado todo, - le susurré al oído a Agatha y le dije en voz alta a Walter. - Entonces será más fácil. Te pido la mano de tu hija Agatha.
Walter guardó silencio durante un rato. Agatha continuó de pie, completamente confundida con la caja del anillo en sus manos, sin saber qué hacer.
- ¿Aceptarás el anillo? - preguntó finalmente su padre. - Su semilla ya lo aceptaste.
Agatha en un segundo se sonrojó hasta las puntas del cabello. Para ser honesto, las palabras del padre de Agatha también me ofendieron. Se podría decir de otra manera, con más delicadeza. Por ejemplo, “Ya que tenéis una hija en común”. Pero Walter siguió siendo Walter y no fue particularmente diplomático.
- Sí. Me casaré con Fernando. - Dijo de repente Agatha con voz firme y decidida.
- Entonces tendrás que celebrar la boda en nuestra iglesia. - dijo mi suegro con voz más fuerte. - Y no demoráis mucho, vuestra relación tiene que ser aprobada por el Dios y celebrada delante de la gente. Para taparles las bocas.
- Está bien, tan pronto como resolvamos todo... - comenzó Agatha.
- ¿No querías mucho jaleo? - La interrumpí sonriendo. - Mañana iremos a hablar con el cura.
- Al menos esperemos hasta que tu pierna sane y papá reciba el alta. - se rio ella. - ¡¿Cómo voy a ir al altar?! ¿El padre y el novio estarán en sillas de ruedas?
- Okey, estoy de acuerdo. - Respondí, la acerqué hacia mí y la besé.
- Mientras no estáis casados, delante de mí no hagáis pecados. – nos interrumpió Walter.
Agatha se liberó de mis abrazos y salió corriendo de la habitación.
- Gracias. – dije con enfado. – Ahora no puedo ni besarla.
- No. – respondió mi futuro suegro. – Si la respetas, entonces aguantaras hasta la boda.
Quería decirle, que entre mí y Agatha en general aun no hubo nada de nada, si no contar con aquella noche en el hotel, pero cambie de opinión.