La presión espacial

(2) C2 - Aniversario

—Y hace ciento cincuenta años, tal día como hoy, se pusieron en marcha los motores de las primeras dos naves que significaban nuestra salvación, nuestro Gran Viaje, nuestro escape de un mundo que se nos murió demasiado pronto. Un viaje que resultó en éste, nuestro gran descubrimiento, nuestra nueva tierra que tan bien nos ha tratado desde que llegamos. Atrás quedó nuestro viejo y maltrecho planeta Iilnimars, sumido en su destruido clima, y aquí estamos ahora los descendientes de sus antiguos moradores, construyendo este ya no tan nuevo planeta, que nos está dando grandes alegrías, y que espera con paciencia, que la gloria nim se reestablezca en todo su esplendor, y se expanda hacia nuevos horizontes en el futuro. Así pues, hoy celebramos nuestra alegría de estar aquí, de seguir vivos, de progresar y continuar siempre hacia adelante. Hoy celebramos estar forjando nuestro propio futuro entre las estrellas. Hoy celebramos los ciento cincuenta años de existencia de nuestro planeta, Iilnirev. ¡Y lo hacemos deseando que sean ciento cincuenta... mil años más! ¡Adelante!

Una música estridente y mecánica, gutural y rítmica, comenzó a sonar por unos enormes altavoces camuflados tras unas rocas de algo similar al cartón-piedra. Luces de colores comenzaron a girar sobre la Plaza del Pueblo de la ciudad de Mykas, mientras las estroboscópicas salpicaban rápidos haces de luz cegadora entre la multitud, que ya empezaba a bailar con ganas, dejándose llevar por el rimo y el ambiente cósmico-musical. La fiesta había empezado. Y no solo allí, en aquella ciudad situada cerca del Palacio Imperial, en el Continente Gubernamental, sino en todo el planeta simultáneamente.

Gloria, tras su estudiado discurso, había desaparecido del escenario, teniendo mucho cuidado de no pisarse el lujoso y precioso vestido de Emperatriz con sus lujosos y preciosos zapatos de tacón lujoso y precioso... pero demasiado alto. Se los quitó nada más llegar a los bastidores, donde la esperaba su madre, y se acercó a ella.

—Has estado muy bien, hija. Deslumbrante, como siempre. Eres una gran emperatriz y además... ¡qué bien te sienta ese vestido! Cualquiera diría que no has cumplido los veinticinco.

—Jajaja, que graciosa eres, madre—contestó mientras se recolocaba su larguísima melena rubia hacia un lado— La verdad es que no he envejecido apenas en mucho tiempo. ¡Oye! y tú tampoco estás nada mal.

—Calla, hija. Parezco más vieja que la abuela.

—Bueno, es que casi lo eres —le dijo con total sinceridad—. Es lo que tiene que de jóvenes os pasarais el tiempo viajando por ahí a la velocidad de la luz. ¿Por qué no usas más el concentrador? Lo diseñé para maximizar nuestra longevidad... mira a la abuela, se ha pasado ahí dos meses, ¡normal que esté más joven que tú!

—Me agobio ahí dentro, hija.

—A este paso te vas a hacer realmente más vieja que la abuela. O lo que es peor, vieja de verdad. No quiero que eso pase...

—Pues acostúmbrate. Ni yo ni tu abuela vamos a ser eternas. Y tú tampoco, por mucho que quieras. Ya hemos durado demasiado, de hecho, las tres. Tenemos tres veces más edad que cualquiera de nuestros súbditos. Cualquier día puede ser el último.

—¡No digas eso! —protestó Gloria— Los médicos dicen que estás súper bien.

Mientras hablaban habían estado andando despacio, alejándose poco a poco del escenario donde Gloria había dado su discurso. A Raquel no le gustaba pensar en aquello, pero el comentario de su hija le había llevado la idea a la cabeza. ¿Cuánto durarían, realmente? Su extrema longevidad se debía a una modificación en los genes de su madre, y tanto ella como su hija habían heredado tal propiedad. O al menos, esa era la historia que su madre les había contado siempre y también la historia “oficial”, aunque las explicaciones para tal “superpoder” de las emperatrices entre la gente de su planeta fueran múltiples y variopintas.

Después, su hija había inventado y construido aquel cachivache, el concentrador. Un artilugio que, en teoría, maximizaba esa longevidad ralentizando aún más los procesos vitales cuando se pasaba tiempo dentro de él, sobre todo, si éste era tiempo de sueño. Pero a ella no le gustaba meterse allí adentro. El aparato tenía un efecto secundario: hacía abrir nuevas líneas de pensamiento y en cierta forma “abría la mente”, y esta característica era algo que tanto su madre como su hija adoraban, pero ella aborrecía. Pensaba que dormía más cómoda en su cama, y que en sus más de doscientos años de vida había abierto más que suficientes líneas de pensamiento.

Llegaron a donde les esperaba el coche oficial y se montaron en el largo vehículo de seis ruedas, negro y dorado. Una vez dentro, tras haberse acomodado en los enormes asientos traseros y después de que el chófer arrancara, continuaron con la conversación.

—Hablando de la abuela —dijo Raquel—, llevaba casi dos meses metida en el concentrador... Y precisamente sale hoy y ni viene a la celebración. Hemos tenido suerte de que el discurso fuera bueno y la gente tuviera ganas de fiesta. Me han preguntado varios periodistas por su ausencia y les he dicho que estaba dedicada a un asunto importante, pero nada más. No le harán mucho más caso al tema, pero esta dejadez no es buena. Me preocupa que no se implique.

—¡Y ahora dice que se marcha! —contestó Gloria, con aspavientos— ¿qué se le ha perdido en la Tierra?

—Bueno, ya sabes, es humana. Tampoco es la primera vez que se marcha allí.

—Ya, y tú también eres humana —la señaló con el dedo—, y yo un poco. ¿Y qué? No me importa lo que hagan los humanos. Están muy lejos. Tardarán décadas, o siglos, en saber cómo llegar aquí.

—Creo que ella no opina lo mismo —confesó Raquel.

El pensamiento de Raquel viró de nuevo hacia los orígenes de su madre. Esa historia “oficial” que siempre había contado era demasiado fantástica, pero ella sabía que era real. Incluía un nacimiento en la Tierra, una abducción, distintos viajes entre planetas y aquella modificación genética. Algo inaudito, pero al menos dos de esas cuatro cosas se habían probado científicamente y ella había sido testigo de una de las otras dos: había visto como su padre y Cleo partían hacia la Tierra, dejándola a ella como emperatriz al cargo de todo el planeta nim, cuando aún no había cumplido los treinta. Ella misma había hecho un viaje con su madre al planeta nim original mucho tiempo atrás. Pero nunca había estado en la Tierra, y pese a que sus genes eran tan humanos y especiales como los de su madre, pues su padre también era un humano terrestre, nunca había profesado especial afección por aquella especie.




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