La presión espacial

(7) C4 - Discurso

La Universidad Imperial era una de las instituciones más respetadas y prestigiosas de Iilnirev y de la sociedad nim. Había sido creada por la propia Emperatriz Cleo y era más antigua que el mismo planeta, pues dicha creación se había producido en el planeta que se habían visto forzados a abandonar, Iilnimars.

Los terrenos que ocupaba eran extensos. Vistos desde un punto de vista humano, la Universidad tenía la extensión de una pequeña nación terrestre, y cada departamento o “zona de estudio” era como un pequeño poblado que se especializaba en la investigación, la enseñanza y la veneración de alguna versión del conocimiento.

Situado en un valle cercano a las dependencias del Palacio Imperial, el “Gran Pabellón de la Conversación” era un edificio diseñado para crear un aspecto visual agradable en medio de la naturaleza, lo que para los nims en esa época, significaba un edificio geométrico de piedra sin lucir ni pintar, que desde el exterior no rivalizaba con la belleza de su entorno sino que se integraba en ella, y en cuyo interior el espacio era bien diferente.

Por dentro era cálido y acogedor, capaz de albergar a más de cinco mil nims, sentados en cómodos asientos en un semicírculo alrededor de un estrado algo elevado, desde el que un ponente podía ofrecer un discurso, exponer un tema, defender una tesis o contar un chiste.

Sobre aquella tarima, rodeada de focos que la iluminaban desde todos los ángulos y de nuevo, luciendo aquel vestido oficial de Gran Emperatriz que sabía que sus súbditos adoraban, Cleo se dirigía al público:

—No sé si conocéis la historia de Aktele, es una historia muy antigua, que probablemente ya se contaba en nuestro planeta ancestral —Cleo había comenzado su discurso hablando de forma firme pero confiada, mostrando un tono natural contra el escenario que tenía delante, lleno de estudiantes y expertos de todas las materias—. Por si no la conocéis, os la cuento.

—Aktele era un guerrero popular que había liderado a su pueblo, los Aknares, durante años, de forma pacífica y próspera. Un día, un jefe guerrero de otro pueblo cercano, se acercó al suyo y lo amenazó. Quería parte de su cosecha de frutas y verduras, pues la de su propio pueblo se había terminado, y estaban hambrientos. Aktele se negó, pues él mismo tenía la comida justa para los suyos. La guerra comenzó, y Aktele y los suyos se vieron derrotados en una batalla muy desequilibrada: el pueblo invasor estaba mucho más avanzado tecnológicamente en armamento.

Un murmullo recorrió la sala mientras Cleo cogía aire y tomaba un trago de agua. Evidentemente, había quien ya conocía la historia y probablemente se preguntaba qué narices tenía que ver con aquello por lo que les habían citado allí. Cleo continuó.

—Aktele fue encarcelado y gran parte de los guerreros de su pueblo murió, o bien en la batalla, o bien en el saqueo posterior. En su lúgubre celda dentro del poblado rival, lloraba su mala suerte mientras sus enemigos celebraban la victoria. Y mientras lloraba, vio como algo caía a través del ventanuco de su celda, desde el exterior. Un soldado enemigo, sumido en una borrachera descomunal en la plaza del pueblo celebrando la victoria, había tropezado y caído, con la mala suerte de que un manojo de llaves se le había salido del bolsillo al caer. Al intentar cogerlas al vuelo, las había empujado aún más allá y habían caído a través de unos barrotes de un ventanuco que estaba a ras de suelo. Aquel manojo de llaves era el manojo que contenía la llave de la celda de Aktele. Y aquel ventanuco era el ventanuco de la celda de Aktele.

—Nuestro protagonista —siguió Cleo, tras echarle una ojeada al público y comprobar que alguno ya se estaba durmiendo— dejó de llorar, recogió el manojo de llaves, probó una a una hasta que encontró la buena y abrió la celda, salió y adquirió rápidamente un machete y un escudo que los militares enemigos, confiados, habían dejado tirados por allí y salió armado a la calle, en medio de las celebraciones. Escapó sin demasiado problema hasta su pueblo, organizó rápidamente un ejército de contraataque, en el que participó todo aquel capaz de sostener una espada, atacaron esa misma noche… y no solo recuperó su pueblo, sino que pasó a dominar también al poblado enemigo.

Cuando volvió a mirar al público, vio más caras extrañadas de las que le habría gustado, incluidas las de su hija y su nieta, que la miraban desde uno de los palcos de la zona superior. Decidió aclarar sus motivos.

—Les cuento esta historia como un ejemplo de que puede haber ocasiones en la vida en las que uno, por muy pocas posibilidades que parezca que tiene, gana una partida. Es al mismo tiempo un ejemplo de cómo a veces, la suerte puede poner en bandeja una victoria que parece imposible en primer lugar, simplemente alineando una serie de casualidades que uno debe saber aprovechar. Aktele no solo vio que lo que había caído era un manojo de llaves, también fue rápido para coger las armas que los soldados habían dejado tiradas, y aprovechó la fiesta y la borrachera para lanzar un contragolpe inmediato. Tuvo un enorme golpe de suerte o hasta varios, si queréis, pero solo salió airoso porque supo cómo aprovecharlos.

—Nosotros ahora mismo nos encontramos en esta misma situación, con respecto a los humanos —Cleo paró, esperando lo que efectivamente se produjo, un silencio repentino del murmullo constante cuando pronunció la palabra "humanos"—. Como sabéis, el ser humano lleva tiempo expandiéndose por los mundos cercanos al suyo en la Galaxia. Todavía no saben cómo llegar hasta aquí, pero lo descubrirán en unas décadas o quizá antes. Nos superan en población en una ratio de cien a uno, por lo que cuando nuestras civilizaciones se junten, el choque puede ser preocupante para nuestra especie, incluso si ese es un choque pacífico.

—Esto no va a cambiar en un futuro próximo porque aunque quisiéramos hacer como ellos y expandirnos sin freno ni control, que no queremos, ya llegaríamos tarde incluso para igualar su siempre exponencialmente creciente aumento de población. La única esperanza que tenemos, para tratar de minimizar el impacto que tenga la interacción entre nuestras dos especies cuando esta se produzca, es que el ser humano nos profese un amplio e inquebrantable respeto.




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