—¡Mierda!, ¿qué haces aquí, Dougie? ¡Menudo susto me has dado!, ¡casi echo el corazón por la boca! –gritó Teo, con la mano agarrándose el pecho.
Dougie, su vecino, sentado en el sillón, también se agarraba el pecho. La repentina entrada en la casa y los gritos también lo habían sobresaltado.
—¡Joder, Teo, tranquilo!, que casi me matas tú también. ¿Qué coño ha pasado? He bajado porque he oído golpes y te he visto salir hecho una furia. Me he quedado aquí a esperarte y me había quedado dormido.
—Bueno ¿pero por qué bajas aquí? No te di mis llaves para que vinieras a mi casa cuando yo no estoy.
—Tranqui, colega, Que no he tocado nada. Bueno, he limpiado un poco, pero nada más. Tenías esto lleno de cristales y comida por el suelo. Y hormigas, por cierto. ¿Qué te pasa? Nunca te había visto así.
—¡No es asunto tuyo! – Contestó Teo, muy malhumorado.
—¡Oye! ¡Ya está bien, tío! Estoy preocupado por ti. Yo que tú no me permitiría el lujo de chillarle a una de las pocas personas que se preocupan…
—¡Yo no te he pedido que te preocupes! —Teo estaba hecho una furia— Te di una copia de mis llaves porque me fiaba de ti ¿Y haces esto?
—Hago… ¿qué? ¿preocuparme por haber escuchado gritos y golpes y verte salir corriendo a las once de la noche? —Preguntó mientras se levantaba del sofá de mala gana.
—¡Sí! —contestó Teo, todavía sin calmarse— No quiero que nadie entre a mi casa sin mi consentimiento, ¿te enteras? Venga, largo de aquí.
—Está bien, ya me voy…
Dougie terminó de levantarse del sofá y cogió su bolsito, que había dejado tirado en el suelo al lado del sillón. Se acercó a Teo, y se le puso a hablar a dos centímetros de su cara.
—Escúchame, palurdo. Pensaba que éramos colegas, pero ya veo que solo me quieres para que te venda hierba. No te lo voy a tener en cuenta, porque me imagino que estás jodido por algo, y no me lo quieres contar. Allá tú, pero no va a haber mucha más gente que quiera escucharte o ayudarte. Sólo te digo una cosa: te paso esta, pero no me vuelvas a chillar u olvídate de fumar por una buena temporada. Y si te piensas suicidar o algo, hazlo fuera del patio, que no tengo ganas de tener que limpiar tus sesos de la escalera.
Automáticamente, y sin esperar respuesta, se marchó, dando un portazo.
Teo se quedó solo en su casa. Miró a su alrededor. Quizá se había excedido. Su vecino le había limpiado el comedor. Había dejado los restos de la mesa en una esquina de la habitación, y no había resto de cristales ni de la comida que Teo había estampado contra la pared.
Meses atrás, le había dado una copia de las llaves de su casa por si en algún momento necesitaba echar mano de ellas. No había especificado que no quería que entrara, pero cuando se hacían ese tipo de cosas, esa información iba implícita. Dougie era norteamericano, pero llevaba en España el suficiente tiempo para saber eso.
Pero también era verdad que si había bajado tras escuchar los golpes que había dado preso de su ataque de ira, era perfectamente comprensible.
Dougie era un tipo muy casero, apenas salía de su morada. Y muy normal, nunca había dado ningún problema. Se dedicaba a vender marihuana en el vecindario, sí, pero no vendía en la calle, quien quería comprarle iba a su casa, tal como hacía Teo de vez en cuando.
No era un gran narcotraficante, sólo tenía unas cuantas plantas y algunos clientes fieles, le daba para malvivir y poco más pero al fin y al cabo nadie hacía nada más que malvivir en aquel barrio. No molestaba a nadie, no se metía con nadie, y no daba problemas.
Si había bajado a su casa y se había atrevido a entrar es porque los golpes que había dado debían haber sido más escandalosos de lo que él mismo había creído. Si lo conocía bien, no tenía más remedio que pensar que se había preocupado de verdad.
El problema es que no lo conocía tan bien. Había estado en su casa varias veces, así como él en la suya, pero la relación se limitaba a una conversación ligera de un ratito mientras se hacían los tratos con la marihuana. Sí, por lo que había hablado con él, le parecía buen tipo, y le había dado la suficiente confianza como para dejarle una copia de las llaves, pero el tiempo que había pasado con él no era suficiente como para tener la confianza de llamarle “amigo”. Nunca habían quedado para otra cosa que no fuera comprar maría, por mucho que durante las transacciones aprovecharan para charlar un rato y comprobaran que tenían puntos de vista similares en muchos aspectos.
Se lanzó al sillón donde un momento antes había estado Dougie y reflexionó. Debía disculparse, pero ahora no era el momento. Aquella noche había sido una locura. Todo el día, en realidad. No tenía fuerzas. De la ira había pasado a la tristeza, de ahí a la desesperanza y ahora comenzaba a dominarle la desidia. Sólo quería descansar. Del todo.