—No podemos rendirnos ahora, Chase, ya llevamos buena parte del camino recorrido. Recuerda todo el esfuerzo que has hecho. Mira por la ventana, Chase. Toda esa flota… no me puedes decir ahora que no sirve para nada. – Massiev estaba contrariado. Él tampoco estaba orgulloso de lo que habían tenido que hacer en Lenn, pero no quedaba otra. Su amigo y superior, sin embargo, no estaba de acuerdo.
—No nos vamos a rendir, Massiev. Simplemente no voy a asesinar a más gente como método de presión. Al menos no hasta haber agotado el resto de posibilidades.
—Eso es muy bonito, Chase. Pero estamos aquí para conseguir un objetivo, no para caer bien…
El despacho de Chase en la nave principal de la flotilla había sido ya testigo de unas cuantas discusiones como esta. Él estaba de pie, mirando por el ventanal que daba al espacio, donde tenía visible una buena parte de su escuadrilla, y detrás, el globo verdeazulado que era el planeta Obbam.
En aquel globo era visible a simple vista una gran masa de nubes de forma cuasi espiral, que abarcaba gran parte del ecuador, donde se concentraba la zona habitable (y habitada) del planeta.
—Nos han dicho que no tres veces —comentó Chase—, pero no voy a volver a cometer el mismo error. No caeré ante las provocaciones. No pienso acabar con más vidas inocentes.
—Pero Chase —insistió Massiev—, es otra vez lo mismo. Lo hemos hablado mil veces. Unos cientos o miles por miles de millones. Es mucha más gente la que vamos a ayu…
—¡Calla! —Chase le cortó con violencia— No me lo vuelvas a repetir, por favor.
—¿Acaso no es cierto?
—Sí, es cierto, Massiev. Pero también es cierto que me importaría media mierda el destino del universo si quien me está diciendo que quiere salvarlo se ha cargado a mi padre porque sí. Es una trampa, Massiev. Si nos provocan y caemos, perdemos a la gente. Y la gente es lo que nos hace falta.
—No es la gente la que vota por el presidente.
—Pero la gente es la que hace que las cosas funcionen o dejen de funcionar. Massiev, si conseguimos la presidencia pero luego tenemos a todo el mundo en contra, no haremos nada. Si la gente me ve como a un sanguinario, entonces no hay nada que hacer, habremos perdido incluso aunque ganemos.
—La gente no tiene sentido universal. Sólo miran lo que tienen al lado. Deberían entender la estrategia.
—Y nosotros quizá tenemos demasiado. Tenemos la firma de Lenn. Tenemos sus votos. Pero nunca vamos a tener a su gente de nuestro lado. Si repetimos la operación en Obbam ya tendremos a dos planetas repletos de gente en nuestra contra. Por mucho que obtengamos su firma y poder de voto… ¿de qué nos servirá?
—Nos servirá para lo que nos iba a servir en un principio. Conseguir la presidencia de la Tierra y reordenar todo el sistema impositivo para que nuestros planetas tengan futuro. Acabar con esos chupópteros. A la gente de Lenn le debería gustar eso. A los de Obbam, también. Si dispusieran del dinero que les roba la Tierra podrían prepararse mejor para tormentas como esa que tienen ahora mismo encima de sus cabezas, por ejemplo. Estoy seguro de que con el tamaño que tiene va a provocar más víctimas que las que provocaríamos nosotros si hiciéramos como en Lenn, buscar un sitio poco habitado para…
—Deja de insistir, Massiev —cortó de nuevo Chase, contestando con contundencia—. Esa tormenta no es un ente físico al que se pueda atacar o doblegar. Nosotros, sí.
—Lo único que vas a conseguir es que se nos vea debilitados —el rubio se despeinó pasando la mano por la cabeza y frotando su pelo con nervios. Él también estaba cansado de tener que convencer a su amigo. Sabía que era un hombre con corazón, pero pensaba que en la guerra y la revolución, a veces, hay que dejar el corazón a un lado. Continuó hablando— Tu madre no estaría muy contenta de verte así de débil y… acojonado, permíteme que te lo diga, Chase, en confianza… como amigos que somos desde que éramos críos.
—Mi madre no tiene nada que decir aquí. El dueño de Leao soy yo. – Contestó Chase, firme.
—Sí, pero te recuerdo que ella es la que está ahora regentando el planeta en tu ausencia. Si nos demoramos, el planeta sufrirá económicamente. Y si el planeta sufre, tu madre se quejará. Ya sabes como es. Ella habría reventado ya este planeta, el otro, y el de más allá.
—Y yo te recuerdo, Massiev, también en confianza, que por muy amigos que seamos desde niños, sigues siendo mi subordinado. Y mi madre también. Mi decisión está tomada. Ahora voy a ir a dormir y mañana, cuando despierte, haré lo que te he dicho que voy a hacer.
—Haz lo que te dé la gana —contestó Massiev, visiblemente molesto— pero no estamos como para perder tiempo. En dos semanas te quedarás sin opciones y tendrás que soltar los petardos igualmente. Te dejo dormir, Chase.
Massiev se levantó del sofá. Sin decir una palabra más, abrió la puerta del despacho y se marchó. Chase lo vio salir y volvió a girarse y mirar por la ventana.
Ahora no solo Obbam estaba en su cabeza. Massiev le había metido la imagen de su madre y estaba seguro de que lo había hecho de manera consciente. Ella era una mujer ambiciosa, seguramente le habría llamado para presionarle. Cuando había muerto su padre y él había heredado el planeta, ella no había mostrado disgusto por no ser ella la receptora de tal herencia, aunque lo sintiera. Lo esperaba y además, creía que podría manipular a su hijo para que ejecutara cuales fuera que fueran sus intereses.
Chase se jactaba de ser el adalid de la justicia interplanetaria, aquel que devolvería la cordura a la fiebre impositiva humana, quien metería en vereda a aquellos abusadores. Pero en realidad, si hubiera buscado muy adentro, habría visto como todo ese ideal, todo ese conglomerado de pensamientos que había hecho que tomara cartas en el asunto, habían ido siendo depositados, como si se trataran de semillas pendientes de germinar, por su madre durante toda su vida.