—No, señor. Claro, señor, por supuesto que estamos en ello, señor. Eso lo tenemos controlado, además no se atreverá a hacer nada aquí. No, señor… —Manuel le hablaba al teléfono con tanto respeto que Lola, que lo miraba desde el umbral de la puerta de su oficina, dudaba si realmente había alguien al teléfono o estaba hablando con Dios— claro que lo hemos pensado. Tenemos a todo el cuerpo de ingeniería trabajando en la construcción de naves, pero necesitamos tiempo. Por eso le digo que aguanten lo que puedan… ¿Cómo? ¿grabar un discurso? Mire, entre usted y yo, sabemos de sobra que nuestro presidente no es especialmente bueno con los discursos. Podemos intentar hacerlo pero… ¡ah! ¡mierda! ¡ha colgado!
Manuel perdió de golpe todo el respeto con el que parecía tratar aquel aparato y lo estampó contra su soporte. Un par de piezas de plástico salieron volando y cayeron a los pies de Lola. Fue entonces cuando el asesor se dio cuenta de que ella estaba allí.
—Ah, Lola… ¿Qué haces ahí? Pasa, mujer. Siéntate. Ponte cómoda.
Lola accedió a la habitación y se fijó en cómo había cambiado desde la última vez que había estado allí.
Las cortinas, que Manuel mantenía perennemente abiertas para disfrutar de sus espectaculares vistas al Lago Verde, ahora estaban echadas. La iluminación artificial se mantenía tenue y el eterno color blanco de las paredes, el suelo y el techo aparecían algo amarillentos. Un cenicero repleto de colillas estaba encima de la mesa, ahora desbordado tras sufrir la onda expansiva del golpetazo con el que Manuel había obsequiado al teléfono.
Cogió la sillita auxiliar que siempre estaba allí debajo de la palmerita y la puso en la mesa de su colega, justo enfrente de él.
—Manu…
—Dime, Lola. ¿Qué ocurre? Pensaba que te habías marchado ya. Viktor se fue hace días. Estoy muy ocupado, pero si necesitas ayuda con algo cuenta conmigo.
—Manu… soy yo quien viene a ayudarte a ti. He presentado mi dimisión irrevocable. Me marcho, pero del todo. Mañana mismo vuelvo a España. Y tú deberías largarte también, antes de que esto explote.
Manuel se exasperó. Sus ojos, visiblemente rodeados de ojeras provocadas por el mal dormir, se inyectaron en ira.
—¿¡¡¡Te rindes!!!? Es increíble, Lola. No esperaba esto de ti. Apenas una pequeña dificultad y ya estás fuera. Sabía que eras frágil pero me estás demostrando ser una cobarde —no tuvo ningún tipo de piedad.
—No me rindo —a Lola, sin embargo, se la veía mucho más tranquila— sólo soy realista y pragmática. Ese Anneru va a llegar y se va a quedar con todo. No tenemos manera de defendernos. No hay forma de hacerle frente. Quedarme aquí sería firmar mi sentencia de muerte. Y eso es lo que vas a hacer tú como no hagas como yo y te largues.
—Venga, Lola, no me jodas. Ese tipo ha conquistado unos cuantos planetas ¿Y qué? No seas tú tan acojonada como todos esos dueños que me llaman. ¿Sabes quién era ahora? Maxime, el pesado de Obbam. Casi llorándome pidiendo que haga algo. No es capaz de controlar a su propia población y quiere que lo haga yo desde aquí, a años luz.
—Exacto, Manu. Y cuando acaben con él te llamará el siguiente, y luego el siguiente, y así hasta que estén encima de tu cabeza, y lo único que podrás hacer entonces será perderla con la poca dignidad que te quede.
—Te estás pasando, Lola —Manuel estaba que no cabía en sí mismo, incapaz de contener su rabia—. No me hables como si fuera un niño que está pataleando. Tengo mis recursos. Y tú también los tienes. O los tenías, al menos. Abandonas porque te sale del coño. Solo las ratas se tiran del barco a las primeras de cambio.
—No te hagas el digno, cariño —Lola, al verse atacada, cambió de registro y a Manuel le molestó ese “cariño” más de lo normal— ¿te crees que no te escucho cuando te pones a contarme tu vida después de echar un polvo? Puta manía que tenéis los tíos. Os sentís dioses después de correros. No hay ningún jodido barco. Tú estás aquí para lo mismo que yo: forrarte. Y eso se ha acabado. No voy a quedarme a que me corten el cuello. Me toca disfrutar de lo que he conseguido.
Manuel pareció ablandarse un poco. Le estaba tocando los cojones, pero ella era de lo poco que quedaba por ahí con algo más que basura en el cerebro. Era lista y perderla iba a suponer un verdadero golpe. Y controlaba al presidente europeo con astucia y diplomacia. Debía retenerla como fuera, aunque significara perder algo de su arrogancia masculina.
—Va, Lola… no seas cruel —estas palabras ya salieron de su boca con otro tono, mucho más humilde y sosegado—. Estoy haciendo lo que puedo. Si ese Anneru consigue lo que quiere, pasaré a la historia como el tío que perdió la Tierra para los terrestres.
—No te me hagas ahora el pobrecito, que tampoco cuela – Lola no se dejó engañar por los repentinos ojos de gato apaleao que él le ponía—. Tú y yo sabemos que la historia no va a recordar una mierda de nosotros. Es lo que tiene este trabajo. La historia recordará que Salman Al Fahri perdió la Tierra y que Viktor Baumgartner era el presidente europeo en esas fechas. Nadie hablará de que sus asesores eran Manuel y Lola. No te empeñes en convertirte en víctima.
Manuel meneó la cabeza. Sí, lo tenía claro, su objetivo principal al meterse en ese trabajo desde bien jovencito, había sido forrarse. Conseguir la mayor cantidad de dinero posible y multiplicarlo. No podía contar ni juntando los dedos de sus manos y sus pies, las veces que había traicionado a gente, ya fueran personas individuales o colectivos de ellas, durante toda su vida únicamente para seguir ascendiendo. Y siempre con un objetivo claro en la cabeza: vivir como Dios sin serlo.
Pero ahora… en el fondo, muy en el fondo, sentía cierto orgullo, cierta responsabilidad por el futuro de la Tierra. No quería que quedara en manos de alguien que no había nacido en ella. Y además, aunque esto le costara más de reconocer, sentía que estaba jugando una partida y no quería perderla.