La presión espacial

(14) T6 - Mar

—¿estás seguro de que vamos bien? parece que la corriente nos lleva hacia adentro.

—Tranqui, Teo. Está más lejos de lo que parece. Se está quedando a un lado porque no estamos remando bien y se está girando, pero llegaremos.

Teo y Doug estaban en el mar, montados en una pequeña barca hinchable que apenas tenía espacio para los dos, remando con dos ridículos remitos de juguete. Aquello era lo que habían podido conseguir y tampoco necesitaban mucho más con el mar calmado y a plena luz del día, aunque la imagen resultaba casi cómica.

El americano se había dado cuenta de que su vecino estaba realmente jodido. Ya había tenido alguna pista cuando lo había escuchado gritar y dar golpes dentro de su casa. Lo había confirmado cuando había bajado a interesarse y le había echado de malos modos. No se lo había tomado a mal, pero desde luego, no iba a volver a intentar ayudarle si no lo solicitaba.

La cosa es que lo había solicitado.

Habían pasado unos días en los que Doug ni se había parado a pensar en aquello por un segundo más. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse; la discusión con su vecino había sido algo que le había exasperado durante un máximo de cinco minutos. Pero días después el chico había ido a su casa y aunque en un principio había tratado de darle el mismo tratamiento que él recibió, después se había ablandado.

Ver a todo un tipo de treinta añazos llorando desconsolado y solicitando ayuda de forma casi suplicante le había tocado la patata.

Lo había hecho entrar a su casa y aquél le había contado su vida. Nada extraordinario. Sí, repleta de disgustos, estúpidas pérdidas perfectamente evitables y miseria por doquier. Pero exactamente igual que otros cientos de historias que había escuchado en aquel barrio. Sin embargo, al chico le venía más o menos “de nuevas”. Había vivido mejor de lo que se había merecido por un tiempo, por mucho que él no se diera cuenta, y ahora estaba pasándolo mal.

Se merecía un poco de empatía.

Por ello pasó la tarde charlando con él y por ello le había ofrecido aquella barca y su compañía para animarle a ir, de una vez, a aquella cita en el hotel, después de que le contara aquella historia del correo electrónico.

Doug se lo dijo bien claro antes de salir: en la situación en la que estaba, no podía dejar pasar la oportunidad de, al menos, informarse.

No es que tuviera una gran esperanza en aquello, pero ciertamente él tampoco tenía demasiado que hacer en casa, también tenía cada vez menos clientes, y pensó que quizá incluso él mismo podía estar interesado si la cosa tenía buena pinta.

Si no, pues vuelta a casa y al menos habrían pasado una tarde entretenida haciendo algo que no solían hacer.

Ahora, a lo lejos, iluminado por el sol que ya se ponía por el lado contrario, los edificios del hotel Las Arenas se veían sobresalir sobre el agua y ambos sentían cierta ansia por llegar allí.

Aquel hotel había sido famoso durante más de dos siglos. Había empezado siendo un balneario en la costa de la antigua ciudad de Valencia en el siglo XIX. Durante el siglo XX se había reformado en varias ocasiones, transformándolo en una residencia de vacaciones de lujo. Ya en el XXI era un lugar elitista, con la última tecnología en aguas termales. Cuando a finales del siglo XXI había venido la primera subida del nivel del mar, fue de los pocos edificios que se había seguido usando después de aquel desastre.

Sus multimillonarios propietarios habían hecho obras imposibles, habían reformado todo el complejo de forma que habían seguido utilizando las partes sumergidas como parte de su oferta de servicios, como atracción de “mundo perdido”. El hotel y parte del balneario, situado en las plantas más elevadas, habían sobrevivido durante casi un siglo después de que el resto del barrio donde se encontraba hubiera quedado ahogado bajo las olas. Su final había llegado a mitad del siglo XXII, cuando la Gran Guerra había acabado con los propietarios de aquel recinto y nadie se había hecho cargo de él, como había pasado en tantos y tantos negocios de ese tipo.

Ahora, era un esqueleto gigantesco en medio del mar.

Y ese esqueleto se iba haciendo cada vez más grande en la vista de Teo y Doug conforme se acercaban. El oleaje era apenas inexistente y cuando estuvieron cerca, se quedaron un poco parados observando el armatoste. Era una imagen extraña. El edificio, que contando desde el suelo contaba diez alturas, dejaba ver la mitad de ellas por encima del agua. Desde fuera parecía como si alguien hubiera construido directamente sobre la superficie del mar.

Reemprendieron el remo y en poco tiempo se encontraron junto a la pequeña torre blanca del hotel. Gran parte de la superficie de las paredes eran ventanas, que ahora evidentemente, carecían de cristal. Accedieron por uno de los huecos con la barca y con cuidado, se movieron por el interior de las habitaciones.

Dentro el paisaje era todavía más distópico. Flotar con una zodiac sobre un montón de agua dentro de una habitación de hotel no es una experiencia muy común. A Teo le daba la sensación de estar en un extraño sueño. El sol estaba ya muy bajo y entraba por los agujeros de las ventanas bañándolo todo en una luz dorada e inusual, reflejada en múltiples formas geométricas sobre las paredes. Teo entonces, se dio cuenta de algo en lo que no había pensado.

—No hemos cogido ropa de repuesto, ni bañador, ni nada. Estamos catetos, Doug.

—Bueno, vamos a ver si podemos encontrar la escalera a los pisos superiores, no vamos a bajar aquí. Aquí no hay nada más que agua. Con un poco de suerte podemos bajar sin mojarnos.

Con cuidado y con torpeza, siguieron navegando por dentro del edificio. Salieron por la puerta de aquella habitación y se vieron en un pasillo largo. Si la imagen de la habitación inundada había resultado rara, ahora un pasillo, más oscuro, sin ventanas y lleno de agua hasta la mitad, con ellos montados en la barca flotando sobre ella y sus cabezas casi dando en el techo, era todavía más impactante.




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