Chase acariciaba su barba de forma pensativa mientras con la otra mano mecía un yoyó de gravedad con aburrimiento, cuando Massiev entró como una exhalación en su despacho de la nave. Chase se sobresaltó y casi le lanza el yoyó a la cabeza, pero lo perdonó en seguida. Sabía el tipo de noticias que le traía y no podía hacer otra cosa que alegrarse por ello.
—Toma. Siete más.
Massiev le estampó un matojo de papeles agarrados con un clip encima de la mesa.
—¿Siete? Guau. La verdad es que no esperaba esto —reconoció Chase.
—Ni yo, ya lo sabes. Pero he de admitir que tenías razón. Al César lo que es del César.
Chase asintió con la cabeza. No le gustaba que le hicieran la pelota, pero esta vez se lo había ganado, qué narices.
Había pasado unos días muy malos después de grabar aquel discurso. Las horas pasaban, los días pasaban, y nada ocurría. Pero claro, era normal que nada ocurriera. Aquella enorme tormenta estaba descargando lluvia torrencial y electricidad a mansalva en casi todos los núcleos habitados del planeta. La gente tenía cosas más importantes de las que preocuparse.
El momento que había elegido para emitir aquello había sido pésimo, pero había hecho algo muy bien: enviar sus naves al planeta. No sólo habían sido de gran ayuda para la población, tanto las propias naves como el personal que iba en ellas, sino que su entrada de forma ilegal había hecho actuar al dueño del planeta. Se mostró más preocupado de tratar de impedir, sin éxito, que las naves de Chase actuaran que de ayudar a su propia gente.
Esto provocó que cuando por fin el cielo se abrió y dejó de maltratar la superficie, esta se llenó de gente cabreada con su Gobernador.
Entre las gentes que salieron a la calle había quien había visto cómo personal de seguridad del planeta, enviados por su Gobernador, trataban de impedir el buen trabajo que hacían las naves y los chicos de Leao. Esto les había exasperado, pero ver las propias naves también les había impresionado. El discurso era lo de menos, pero en estos casos servía para que en sus mentes se creara la visión de que Chase no mentía. Había hecho exactamente lo que había dicho que haría.
Maxime, el Gobernador, viendo todo esto, había tardado bien poco en firmar el acuerdo y en ceder la propiedad de su planeta a Chase, junto a su potencia de voto.
Pero después de aquello se había producido algo más inesperado aún. Un par de días más tarde, había llegado la declaración firmada del siguiente planeta que tenían en su "agenda" sin tan siquiera haberse podido acercar a él aún. Junto a ella, y esto era lo más sorprendente, venía la firma del que venía después. Sólo un día más tarde habían llegado las firmas de otros cuatro planetas. Después habían seguido llegando en cascada.
—También he recibido noticias de la Tierra. Están construyendo, ahora, naves de guerra para combatirnos. Ahora, Chase —dijo Massiev con una gran sonrisa en la cara, casi aguantándose la risa—. A nosotros nos costó más de cinco años armar esta flota. Para cuando lleguemos allí, con suerte habrán construido el tren de aterrizaje de la primera nave. Nos los vamos a comer.
—Tranquilo, Massiev. Baja de la nube. No caigamos ahora en la euforia. ¿Cuántos planetas, además de estos últimos siete, han enviado su firma voluntariamente?
—Dieciséis. Más estos siete hacen veintitrés y ya teníamos veinte más. Ahora mismo están con nosotros cuarenta y tres sistemas.
—Nos faltan aún veinte más, amigo. Aún hay trabajo. No nos desfasemos. No lancemos las campanas al vuelo… todavía.
—Chase, estas siete han entrado en las últimas cuatro horas. Nadie dice que no puedan seguir entrando más. Faltan los que están más lejos. Seguramente estén en camino.
Al de Leao aquello le olía a chamusquina. Los ejemplos de Lenn y Obbam podían haber calado en los dueños del resto de planetas, ¿pero de esa forma?
Había visto algunas de las hojas con las firmas. No se limitaban a hacer la cesión, que era la parte legal que en realidad le servía, en algunas habían escrito textos. La mayoría, palabras de ánimo. Alguno hasta se había permitido el lujo de decirle que si hubiera sabido antes sus objetivos, antes le habría cedido sus votos.
Estos le hacían una gracia especial: sus objetivos los había expuesto mil veces y nunca le había hecho caso. Seguramente, esta cascada de firmas se debía a algún acuerdo entre ellos. Evidentemente, no esperaba menos. Al igual que ellos no tenían naves de guerra para detenerle, él no tenía personal suficiente como para dejar gente en cada planeta controlando lo que hacían sus Gobernadores o Dueños.
Sin saber qué podía haber detrás de todo ello, se dijo que la decisión que habían tomado, por el momento, le beneficiaba. Era lo que quería, sus sospechas venían de que era algo incluso demasiado bueno. Se ahorraría un buen tiempo si no tenía que ir visitando cada uno de los sistemas. Y muchos dolores de cabeza.
Sabía que si había un momento de marcar territorio era este, y decidió actuar en consecuencia.
—Bien, Massiev, cuando vuelvas a hablar con mi madre, cuéntale cuál ha sido el resultado y cómo van las cosas.
—No he… —pero se tuvo que callar al ver la miraba que le lanzaba su amigo.
—Sí has. No te preocupes, Massiev. Se que preferirías no hacerlo. Antes de instigarte a ti, lo hacía conmigo directamente. Sabes que siempre te agradezco que me hagas de contrapunto, pero nunca te habías puesto así de cabezón. Estoy seguro de que tenías motivación extra.
—Touché —reconoció el rubio—, pero tengo que reconocer que esta vez estaba de acuerdo con ella. Te habría dicho lo mismo, aunque ya, da igual. Supongo que te llamará a ti, tarde o temprano.
—Rara vez lo hace ya, la comunicación directa es carísima y sólo llama si sabe que va a conseguir algo. Conmigo ya no lo consigue y no malgasta dinero.
Y casi como si la hubiera invocado, una luz blanca y amarilla se puso a parpadear en su escritorio. Chase sabía que sólo había un par de personas que pudieran realizar una llamada así. La comunicación cuántica era exclusivísima y cada llamada suponía un enorme gasto de energía. O algo muy grave había pasado en Leao, o sería su madre para comentar la jugada.