La presión espacial

(17) C5 - Interestelar

La gigantesca nave nim surcaba el espacio interestelar mientras se acercaba al Sistema Solar a una décima parte de la velocidad de la luz.

El viaje había sido sencillo, con dos únicos saltos a través de agujeros blancos pequeños, del tipo que el ser humano no había descubierto aún. Los viajeros, algo más de quinientos nims que se dividían en tres grandes grupos: militares, académicos y administrativos, buscaban formas de matar el tiempo mientras elucubraban y hacían apuestas tratando de adivinar cuál sería el trabajo que les tocaría hacer en la Tierra cuando llegaran.

La nave era enorme. Casi una ciudad en miniatura, ya que era una de aquellas que se habían utilizado siglo y medio atrás para llevar a la gente desde su antiguo planeta al nuevo, Iilnirev. Podía albergar a más de quince mil viajeros y se podía decir que estaba casi vacía.

Cleo la había escogido por una sencilla razón: tampoco es que tuvieran muchas más naves. Desde que habían colonizado el planeta se había multiplicado la población, pero en Iilnirev aún había superficie y recursos de sobra y no tenía mucho sentido salir demasiado de él. Había algunas naves que se dedicaban a la investigación científica, pero poco más.

Ahora ocupaba las mismas habitaciones que había ocupado en aquel viaje de éxodo: una zona a la que podía llamar “sus aposentos” y en la que disponía de prácticamente cualquier cosa de la que disponía también en Palacio. Se encontraba en la sala de estar, donde departía con Aliz, su joven ayudante.

Estaban hablando tranquilamente, sentadas a ambas partes de una mesa circular, pegadas al gran ventanal que mostraba el universo perlado de estrellas.

—No entiendo por qué no les ha reprendido en lugar de premiarlos, la verdad —comentó Aliz, sentada en la parte más cercana a la ventana de la mesilla. Cleo la miraba desde la otra parte, mientras se servía un vaso de jaerdina, una bebida nim con algunos grados de alcohol.

—Aliz, ya te lo dije el otro día, cariño. Habrá un montón de cosas que no entenderás pero es algo completamente normal, no debes preocuparte por ello. No es porque no estés preparada, es porque debe ser así. A mí me viene muy bien, pues me sirve para que hagas preguntas que me hacen plantearme las cosas de otra forma, desde un punto de vista distinto.

Aliz movió la cabeza con signo negativo. La respuesta no le convencía. Ella quería saber.

Ya estaban en camino y apenas sabía nada. Sí, había acudido a la presentación en la Universidad y aparte de lo que había contado allí, conocía algún detalle más. Había reforzado su inglés. Había repasado el manual de costumbres humanas. Sabía cuál sería, a grandes rasgos, la función de militares, académicos y administrativos, si el plan se llevaba a cabo y todo salía bien a la primera.

Pero no tenía ni idea de cuál iba a ser su función. ¿Iba a utilizarla simplemente como mayordoma? ¿Como valet, porteadora que sabe sonreír y saludar? ¿O iba a encomendarle alguna misión más complicada?

Esperaba que fuera esto último. No sólo porque quisiera hacer algo más que llevar y traer cosas o figurar, sino porque se veía preparada para ello. Quería demostrar que valía y quería sentir que la emperatriz se fiaba de ella.

En el otro lado, Cleo sabía que la pobre Aliz estaba llena de dudas, pero no iba a disipárselas. Y no iba a hacerlo porque, tal y como le había dicho, prefería que fuera así. Para la labor que tenía encomendada para ella esa era la mejor estrategia de actuación.

Tenía plena confianza en ella, desde luego. Pese a que sabía que era la persona más joven de toda la expedición y a que no había terminado sus estudios de ayudante. Pese a que sabía de sobra por todo lo que había pasado. La conocía desde que había nacido y sabía que sería una digna representante de su estirpe.

Pero con veinte años lo que Aliz tenía era capacidad de improvisación, adaptabilidad e imaginación. Y eso era lo que tenía pensado aprovechar de ella. Y para maximizar dichas cualidades, lo mejor era tenerla informada de lo mínimo que necesitara para no perder la cabeza cuando bajara al planeta humano.

Evidentemente, a ella no podía decírselo así.

—Para arraigar el sentimiento de pertenencia al grupo y subir la autoestima sin dañar el ego —soltó Cleo de repente, mientras daba un sorbo a su vaso.

—¿Cómo? ¿A qué se refiere? —contestó Aliz, sorprendida.

—Me refiero a lo que habías preguntado antes. Porqué he premiado a los chicos que se habían amotinado en lugar de reprenderlos o castigarlos. Verás, Aliz… yo misma dije que clausuraran la zona deportiva de la nave antes de salir de casa. En realidad, esperaba que este motín ocurriera unos días antes. Estos chicos me tienen demasiado respeto.

—No entiendo nada —Aliz miraba a Cleo con los ojos abiertos como platos y las orejas dispuestas a recibir toda la información posible.

—Tengo casi trescientos años, Aliz… aunque me conserve de puta madre —sonrió burlonamente mientras daba otro sorbo a la jaerdina—. No es la primera vez que hago un viaje interestelar. He hecho unos cuantos y algunos de ellos con tripulación inexperta. Y sé lo que pasa.

Aliz no habló. En su lugar, cruzó las piernas y acercó la cabeza a la mesilla como para oír mejor.

—Lo que pasa es que estos viajes son largos —continuó Cleo—, que la gente está acostumbrada a salir a la calle, tomar algo, ver el sol, las lunas, las estrellas y tomar el fresco. Respirar aire planetario. Y aquí eso no existe. La mayoría no se dan cuenta cuando se alistan. Están tan acostumbrados a tener todo eso que ni siquiera les pasa por la cabeza como algo que puedan llegar a perder. De hecho, muchos ni siquiera se dan cuenta de que lo echan de menos. Se cabrean, están incómodos y no logran encontrar el motivo. No estamos hechos para vivir en el espacio.

—Pero… ¿Por qué cerró la parte de la nave con el acceso a las pistas deportivas? Se trataría de maximizar el bienestar de la gente para evitar problemas, ¿no? No lo entiendo.




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