La presión espacial

(19) A4 - Islas

El ambiente en la sala de visualización de vídeo de la nave TG1 de la Flota de Leao estaba crispado.

Habían podido celebrar la conquista de los 64 sistemas exteriores de forma anticipada y habían llegado a la Tierra meses antes de lo previsto. Sin embargo, una vez allí, su suerte había dado un sorprendente giro.

Las hileras de banquitos de plástico de color azul que invadían la sala estaban vacías, salvo las dos centrales de la tercera fila, que estaban ocupadas por Chase Anneru, dueño y gobernador oficial de Leao y ahora de sesenta y cuatro sistemas estelares, y Massiev, su fiel y rubio consejero y mano derecha.

Ambos miraban la ancha pantalla con interés, pero con descomunal cabreo. Era una película en la que ellos eran los protagonistas, sabían cómo acababa, y no acababa bien.

—¡Mira!, si es que se me queda cara de embobao cuando me entero del resultado… he quedado como un imbécil, Massiev.

—No has quedado como nada. No seas así, hombre —contestó el rubio, tratando de no utilizar la palabra “tonto”

—Pues si es que se me ha quedado cara de pasmao. Seguro que mañana hacen memes en toda la Tierra.

—No lo creo, la gente normal de estas cosas ni se entera —Massiev trataba de quitar hierro al asunto, pero él también estaba exasperado.

Se revolvió buscando el minibar, como si estuvieran en el despacho de Chase. Le jodió que no fuera así. Estaba nervioso y enfadado. Cogió el mando a distancia y apretó el botón para escuchar. Le dijo que rebobinara de nuevo el vídeo y lo pusiera desde el principio.

En la pantalla, la imagen comenzó a ir hacia atrás a velocidad acelerada, para después comenzar de nuevo con la imagen de lo que había sido la reunión de las Naciones Unidas que se había producido unas horas atrás.

Chase aparecía emitiendo un enfervorecido discurso después de haberse puesto de pie para proponer la destitución del presidente Al Fahri.

Cuando algo así se producía, los representantes de las diferentes zonas mundiales tenían que hacer una votación y en la pantalla se veía cómo iban pasando por la cabina, convenientemente cubierta, a emitir sus porcentajes de voto. Después, estos votos se sumaban de forma automática mediante una complicada fórmula que mezclaba la extensión y la población en habitantes censados con el nivel económico de cada zona.

Aquella votación había resultado satisfactoria, y el presidente Al-Fahri había sido depuesto. Pero tal resultado no se había producido de la forma en la que Chase había planeado. Con todos los votos que había juntado con sus conquistas, debía ganar por un pequeño margen, sin embargo, el resultado había sido un completo empate.

En este tipo de votación, un empate significaba que el actual presidente perdía su condición, y había que realizar una segunda votación entre los candidatos a nuevo Presidente. Esta segunda votación seguía otros parámetros: en caso de empate entre el Presidente saliente y un nuevo candidato, el presidente saliente ganaba la plaza.

Chase vio, por tercera vez en diferido y cuarta si contaba en la que él mismo había vivido en primera persona, cómo tras esta segunda votación, se hacía el recuento. Mientras se hacían los cálculos, la realización iba pasando de un primer plano a otro con los principales protagonistas: El presidente Al Fahri, sentado en el Sillón de Presidente, tres veces más grande y pomposo que el resto y en contrapunto, Chase, de pie en el elipsoide donde estaban las butacas de los representantes, mirando fijamente y con preocupación el panel de resultados.

Cuando estos aparecieron, de nuevo, no fueron los que Chase había esperado.

—Empate técnico, Chase —masculló con rabia Massiev, parando la imagen con el mando a distancia.

—Ya lo sé, Massiev. Y por más veces que lo rebobines, siempre va a ser empate técnico. Podrías pararlo ya. Ya me he visto suficientes veces poniendo cara de tonto. En realidad, no sé por qué me sorprendí tanto. Era de esperar algo así con lo que habíamos visto en la primera votación.

—Según nuestros cálculos, con el poder de voto de los sesenta y cuatro planetas exteriores, ganábamos siempre. Por poco, pero ganábamos. Y de repente, empate técnico, justo en el único tipo de votación donde el empate técnico favorece al último presidente…

—Otra vez… Massiev, no me hagas darte una ostia. Ya sé lo que pasó y cómo son las normas.

Massiev volvió a agarrar con rabia el mando a distancia y pulsó de nuevo el botón para comandar. Chilló.

—¡Conéctate al puto internet de la Tierra y dame información sobre las Islas Fahr! ¡Ya!

Soltó el botón. En la pantalla, la imagen de la votación había quedado congelada en un fotograma en el que Chase sí que tenía realmente cara de tonto.

Pero se fue en seguida.

Apareció un texto. En él se leía:

Nombre: Islas Fahr.

Bandera: (aquí había un dibujo de la bandera, blanca y amarilla)

Población censada: 56.789 Habitantes.

Tiempo desde la declaración como nación independiente: 16 días.

Política/Economía: Se trata de un ducado autoproclamado reconocido por las Naciones Unidas sólo dos días después de su petición. La nación se rige por el sistema de leyes general de las Naciones Unidas y está administrada extraoficialmente por las mismas.

Debajo, seguía, pero había que hacer scrolling y Massiev ya no tenía el mando en la mano. Lo había tirado en la silla, se había levantado de sopetón y ahora daba golpes en la pantalla con un dedo, debajo de donde ponía “16 días”, con violencia.

—Nos la han jugado, Chase. Hijos de la gran puta. Nos la han jugado. Un país de mierda. Cincuenta y seis mil habitantes. ¡Por favor!

—Sabíamos que la cosa estaba muy justa, y que por algún sitio iban a salir. Cálmate, Massiev, ¿quieres? —y le hizo un gesto dando unas palmadas en el asiento para que se sentara— Han sacado ese puntito que les faltaba inventándose una nación porque estaban muy cerca ya de llegar a ese puntito. Al menos, sabemos que esto no lo pueden hacer más. Para llegar a cogernos otro punto tendrían que inventarse diez países más y no creo que haya tantas naciones dispuestas a ceder tierra por el morro.




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