La presión espacial

(21) A5 - Orbitando

Si durante la primera etapa de su viaje Chase había echado de menos su planeta, ahora, después de bajar a la Tierra solo unas horas para hacer el ridículo en la votación y volver de nuevo a la nave, lo hacía aún más y se sentía agobiadísimo.

Pensaba que habían tenido suerte al poder llegar a la Tierra antes de tiempo, pues de lo contrario, deberían haber hecho escala en algún sitio. Él no era el único con ese sentimiento, claro, la mayoría de la tripulación estaba cansada de pasar los días encerrados en sus naves, si bien sabían dónde se metían cuando se alistaban.

Chase se dijo que la comodidad debía ser una prioridad si volvía a realizar otro viaje como aquél, aunque esperaba no tener que hacerlo.

El agobio no solo le venía por la claustrofobia, de todas formas. No paraba de recibir llamadas y mensajes diferidos de dueños de los planetas que había conquistado. Tras perder la votación, todos estaban nerviosos. Le pedían acción, le pedían rapidez, le recordaban que la cesión de la propiedad del planeta era temporal, a lo que él respondía que dicha temporalidad era indefinida.

Chase se estaba dando cuenta de que la mayoría de ellos había pensado que su objetivo estaba a la vuelta de la esquina y lo conseguiría sin mayor problema. Habrían hecho números, como él, y sabían que la votación estaba ganada… hasta la aparición de las malditas Islas.

Por si eso no fuera poco, Massiev se empeñaba una y otra vez en recordarle todos los problemas que tenían y aumentar su nivel de ansiedad. Estaba hartísimo. Por mucho aprecio y amistad que sintiera por él, cada vez le daban más ganas de abrir una compuerta y echarlo al espacio.

Pero el tío, seguía erre que erre.

—Te lo he dicho, Chase. No hay otro remedio. Todos dicen lo mismo. Mientras estamos haciendo esto, el gobierno está bloqueado. El comercio está bloqueado. Leao está bloqueado – Massiev casi se atragantaba con las palabras.

—Y yo te he dicho —Chase contestaba mucho más calmado—, que habrá que encontrar otro camino. Ellos pueden decir lo que les plazca. La realidad es que tengo las escrituras de todos sus planetas a mi nombre, y que sólo siguen siendo alguien porque a mí me da la gana. Ya he tenido que cantarle las cuarenta a más de uno, Massiev. Sus planetas son míos. De hecho, creo que voy a dejar de contestar sus llamadas…

—Pero Chase – Massiev no paraba – eso no quitará que sigamos con el mismo problema. Puedes evitar una molestia, pero seguiremos aquí parados. Además, debes ser consciente de que por mucho que tengas las escrituras, no tienes forma de tomar los planetas. Ellos también saben eso. Ponga lo que ponga en los papeles, si no tienes una estructura para mantenerlos bajo control, si no tienes gente en esos planetas obligando a cumplir tus órdenes, más o menos pueden hacer lo que les plazca.

—Lo tengo claro, Massiev. Por más veces que me lo repitas, no voy a cambiar mi decisión. No es nada personal, amigo, pero te lo he dicho: habrá que encontrar otro remedio. Sin violencia.

—Tu discurso tiene un límite de credibilidad. Si la gente, la gente en general, empieza a pensar que los has traicionado, podemos tener más problemas. Hay que actuar, Chase.

—Actuaremos… pero no a cañonazos. ¿Has hablado con más presidentes? —cuestionó Chase.

—Sí, y como ya te dije, por ahí no vamos a ningún sitio. Ninguno da su brazo a torcer. Todos tienen demasiado en juego. Darnos el voto significa su fin, de un modo u otro. Y no solo eso, también se mantienen en sus trece porque saben que tampoco les vamos a obligar, Chase. Se permiten el lujo hasta de amenazar de vuelta. Hoy me ha dicho uno que nos iba a declarar personas non gratas en su nación, y si nos veían por allí nos arrestarían legalmente. ¿Te imaginas?

—Lo sé, Massiev, lo sé. Tengo la oreja como un tomate de tanto llevar el auricular puesto. Hoy he hablado con quince. Y sí, también más de uno me ha hablado con altivez. Y no, pese a que en un par de ocasiones me han entrado ganas, no voy a bombardear sus naciones.

—Pues seguirán riénd…

—¡¡Pues que lo hagan!! —gritó Chase, cortando a Massiev, que se sorprendió y se quedó callado.

Chase, continuó.

—Mira, Massiev. Darle vueltas nos lleva a ningún lado. Intentémoslo al menos hasta que no quede más remedio.

Massiev, que no quería recibir otro grito, asintió de mala gana y salió de allí en cuanto su amigo terminó de pronunciarse.

Chase se quedó solo en la habitación. Quiso abrir su ventana y que apareciera la habitual cascada de agua y la ciudad en la lejanía, la vista que tenía en su palacete de gobernador de Leao. Pero sabía que ese no sería el caso y se negó a abrirla. No quería ver más el espacio, se había cabreado con él. Se había cabreado con todo el universo.

Lo que quería y necesitaba era una solución. Y pronto. No quería utilizar su arsenal nuclear, pero Massiev tenía algo de razón, como siempre: si no hacía algo, la situación sería cada vez más insostenible. Conforme pasara el tiempo, más difícil sería todo. Se maldijo por no haber previsto la situación, habían sido demasiado confiados.

No tenía planetas que convertir en unidades independientes para aumentar el valor de sus votos, como había hecho Al Fahri con sus islas de mierda. Lo único que quedaba era convencer a alguno de los presidentes, pero se mostraban completamente hostiles, hasta los de las naciones más pequeñas e insignificantes.

Pese a que tenía la propiedad de los planetas, no podía dominarlos y aquellos seguían comerciando tranquilamente con la Tierra. Por ahí no podía ejercer presión. No podía ofrecer nada que no tuvieran, porque no les faltaba de nada. Tampoco cortar lazos comerciales entre el propio Leao y la Tierra serviría de nada, por la misma razón.

Su única fuerza era su flota y se negaba a utilizarla.

Notó un temblorcillo en la muñeca y miró el comunicador que quedaba a la otra parte de la habitación. Vio la lucecilla encendida, pero no era la línea externa normal. Era la directa de Leao. Su madre.




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